Por Guillermo Pérez.
La ruptura de las relaciones entre Colombia y Venezuela –ante la toma de posesión de Juan Manuel Santos como nuevo presidente de Colombia– es el hecho más importante de política exterior en América Latina después del golpe de Estado en Honduras el 28 de junio de 2009.
Es una situación muy delicada por las diversas consecuencias que podría generar en la región. Colombia y Venezuela tienen una frontera de 2.200 kilómetro, muy porosa y topográficamente accidentada, difícil de controlar para cualquier gobierno, un factor que puede facilitar un incidente. Esta circunstancia podría ser aprovechada por las guerrillas para recuperar el espacio perdido durante los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe en Colombia. Como bien lo dijera un editorial de El Tiempo (23 julio) los riesgos de una confrontación armada son altos, “ya que, en las actuales circunstancias, una simple chispa puede iniciar toda una conflagración”. Las guerrillas colombianas quizá intenten explotar esta crisis para reposicionarse políticamente o para provocar un incendio regional e internacionalizar el conflicto.
No es un secreto que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) están menguadas (aunque no extinguidas) y que su jefe, Alfonso Cano, sufre un acoso militar sin precedentes. Las FARC padecen deserciones gota a gota, y un importante número de mandos medios se ha dado de baja o está preso. Por ello, no es descabellado pensar que intentaran una huida hacia adelante, y la crisis entre Bogotá y Caracas es más que propicia, en razón a la inmensa desconfianza y animadversión que existe entre los dos gobiernos.
Por su parte, el presidente Hugo Chávez vive su propio infierno. La situación económica venezolana es cada día más delicada. La suya es de las pocas economías de la región que continúa contrayéndose. La inflación no cede y la popularidad de Chávez está en caída libre. La crisis con Bogotá puede insuflarle oxígeno político, aunque es de suponer que sabe que hay unas líneas rojas que no puede traspasar. Tiene claro de qué lado estaría Washington en un eventual conflicto, y sabe cuáles serían sus posibilidades reales y los efectos que conllevaría para su gobierno.
Claro que nunca es posible conocer las cosas que pasan por la mente de los gobernantes. Sadam Husein, por ejemplo, no sólo hizo poco para evitar una intervención estadounidense, sino que al parecer la deseaba porque estaba convencido de que en los desiertos iraquíes, Washington cavaría su propia tumba. El llamamiento de Chávez a las FARC para que reconsideren la lucha armada y para que salgan de territorio venezolano es un indicador de que es consciente de los peligros que se ciernen. Pero Chávez y las FARC tienen agendas diferentes, aunque con temas coincidentes. Además, hay multitud intereses ocultos en esta crisis.
En Colombia, la situación tiene otras aristas políticamente. La presencia de guerrilleros de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en territorio venezolano no es un hecho nuevo, y nadie puede declararse sorprendido ante esta revelación. El gobierno ha reconocido que tenía esta información desde hace varios años. Incluso, en plena campaña electoral, el candidato Germán Vargas aseguró poseer pruebas documentales de la existencia de campamentos de las FARC en suelo venezolano. De allí que resulte llamativo lo altisonante de las denuncias y el momento en que se producen. No están claras las urgencias de Uribe. Es como si quisiera trazarle la política exterior al nuevo presidente que, valga recordar, fue elegido con su beneplácito y apoyo.
Ahora bien, es verdad que Santos ha tomado decisiones que incomodan a Uribe, como la selección de algunos ministros. Y también que éste no veía con buenos ojos la aproximación que venía gestándose con Chávez, quien ha jugado fino cuidándose de no romper los puentes de un entendimiento con Santos, inclusive se había mostrado dispuesto a asistir a su toma posesión. Pero nada de esto parece suficiente para armar esta tramoya. En cualquier caso estos episodios marcarán un antes y un después en las relaciones bilaterales, y es posible que su resolución tome varios meses.
Este suceso es un desafío para la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Bogotá escogió un escenario diferente para ventilar sus diferencias, la Organización de Estados Americanos (OEA), e insiste en que si va a Unasur es para profundizar sus denuncias. Pero los suramericanos no van a cruzarse de brazos ni desaprovechar la oportunidad para fortalecer esta organización, ni Brasil para ejercer el liderazgo. El secretario general de Unasur, Néstor Kirchner, ha movido ficha y se reunirá con Uribe y Chávez.
No parece que Brasil vaya a permitir que en su más cercana órbita de influencia se incube un conflicto transnacional. Ya en la crisis hondureña, Brasil mostró –aunque sin éxito– hasta dónde estaba dispuesto a llegar para fijarle límites a Washington. Está alerta y tomara acciones. Tiene, además, un interés interno: las elecciones presidenciales del 3 de octubre. Se ha lanzado el bulo de que el Partido de los Trabajadores (PT) está ligado a las FARC y al narcotráfico, lo cual ha introducido un ingrediente explosivo a la campaña. La polémica se da cuando Dilma Rousseff, la candidata del PT, sube en las encuestas de intención de voto hasta empatar con José Serra, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Las acusaciones de complicidad de Chávez con las FARC podrían tener alguna repercusión importante en las elecciones brasileras dada la sintonía que ha habido entre Lula y el venezolano.
Este trance le complica la vida a Santos. Sus principales retos en política exterior son Caracas y Quito. Hasta ahora ha actuado con bajo perfil. Sin embargo, su vicepresidente, Angelino Garzón, ha sido claro al declarar que hará todo lo posible por recomponer las relaciones con Venezuela.
El asunto requerirá toda la atención. Las cancillerías europeas ya trabajan en el asunto, especialmente la española y la francesa. Washington ha afirmado que Colombia y Venezuela deben buscar el diálogo.
¿Es posible una confrontación militar? En teoría, es posible. Sin embargo, son tantas y tan caras las repercusiones para las partes implicadas (Colombia, Venezuela, Estados Unidos y Brasil) que muy seguramente neutralicen toda acción militar y prevalezca la cordura. A ninguno de los actores principales conviene un conflicto militar. Es muy posible que la crisis se enfríe con Santos ya en la presidencia.
(Guillermo Pérez es periodista y consultor en asuntos de riesgo político en América Latina.)