El candidato republicano a la presidencia, el expresidente Donald Trump, sube al escenario durante un mitin de campaña en el Findlay Toyota Center el 13 de octubre de 2024 en Prescott Valley, Arizona. GETTY.

¿Nos conviene más Trump?

A los europeos, una victoria de Trump les convendría porque pondría fin a la guerra de Ucrania y la UE, aunque muy dividida, tendría que ponerse las pilas. Otras derivadas resultan demasiado preocupantes.
Andrés Ortega
 |  15 de octubre de 2024

Los europeos no podemos votar el próximo 5 de noviembre en unas elecciones que nos afectan, y mucho. Pueden ganarlas cualquiera de los dos contendientes, Donald Trump o Kamala Harris. Ganar significa obtener una mayoría en el Colegio Electoral, y hoy por hoy, depende de lo que ocurra en siete Estados, porque los resultados en los otros están cantados. A nivel nacional va ganando Harris. Pero son las reglas, aunque la capacidad del ganador dependerá también de qué partidos controlen las dos cámaras del Congreso, y los demócratas parecen estar avanzando. Desde Europa ¿quién nos conviene más que gane la presidencia, la Casa Blanca? Paradójicamente, puede ser Trump.

La primera razón es que Trump acabaría con la guerra de Ucrania, que nunca debió tener lugar, en la que el responsable es Putin, pero quien ha cometido errores estratégicos desde el final de la Guerra Fría ha sido Occidente y en particular EEUU. ¿Cómo acabaría Trump con esta guerra, como lo ha prometido? Es aún un misterio. Necesariamente cortándole el grifo de la ayuda armamentista y financiera a Kiev y presionando a Moscú en materia territorial. Inevitablemente con un coste para ambas partes.

A quién ha favorecido más esta guerra es a China, que se ha hecho con el liderazgo del llamado Sur Global, y Estados Unidos, especialmente a su complejo industrial-militar, denunciado en su día por el presidente Eisenhower. Hoy se suele hablar más del “Estado profundo”. Trump no pertenece al establishment, ni a este Estado profundo al que acusa de su derrota en 2020 y de perseguirle judicialmente. Pero no pertenecer al establishment no es lo mismo que no favorecer a los poderosos ni dejar de financiar al complejo, con modernizaciones más que con guerras. Trump no se metió en ninguna guerra. Biden, ya en dos: la de Ucrania y la de Oriente Próximo.

De ganar Trump y lograr parar la guerra –ninguna de las dos cosas está cantada– la OTAN, por la que el ex presidente no siente gran aprecio, tendría que afrontar su cuarto fracaso (no derrota) seguido: Afganistán (de donde Biden se salió precipitada e inmoralmente, véase la suerte de sus mujeres), Irak, Libia, y ahora Ucrania. La gran perdedora, pase lo que pase, es una Europa que ha aumentado aún más su dependencia en casi todos los órdenes en Estados Unidos. La que habla de “autonomía estratégica”.

Lo que nos llevaría a la segunda ventaja de una victoria de Trump: Europa se tendría que poner las pilas porque podrá contar menos con la protección militar estadounidense. La autonomía estratégica no sería ya un deseo sino una necesidad. Trump, con sus amenazas en su primer mandato, ha forzado un mayor gasto militar de los aliados de la OTAN a cambio de mantener la Alianza. Pero lo que quería es que ese mayor gasto europeo fuera en armamento estadounidense. Europa seguramente ha de gastar más dadas las incertidumbres mundiales, pero en armamentos salidos de sus fábricas. Ha de competir con EEUU en el terreno industrial. Biden ha destinado ingentes fondos públicos a la reindustrialización de EEUU, pero como pasó con Trump, no lo necesario en unas infraestructuras, algunas de las cuales están hechas un desastre. En industrias punta, Europa se está quedando atrás. Todo ello lo ha puesto de manifiesto Mario Draghi en su magnífico informe, que, tristemente, no se aplicará, salvo que un cambio de Washington fuerce un cambio de Europa.

Y luego están los aranceles y las limitaciones de exportaciones de alta tecnología a China, que empezó Trump en su primer mandato, y que se han reforzado con Biden. Harris previsiblemente los mantendrá y reforzará. Trump plantearía aranceles tous azimuts. No solo para China (60% en algunos productos que considera estratégicos) sino Europa (20%), y una aún mayor desregulación que arrastrará a todos. Las políticas comerciales de Trump dañarán al mundo, como vaticina Martin Wolf. Ya lo hizo, y Biden no solo las mantuvo, sino que las aumentó. Claro que, a pesar de los pesares, buena parte de la tecnología avanzada de EEUU necesita aún a una mano de obra china, especializada, a diferencia de cuatro décadas atrás, y materias primas como las tierras raras que China controla.

Por diversas razones, Europa necesita una política hacia China autónoma de EEUU. Pero tampoco hay que equivocarse: Esta Europa está dividida, sobre EEUU, sobre China, sobre la necesidad de una política industrial europea y no meramente de “campeones nacionales”, sobre la inmigración… Así no podrá avanzar. Tendrá que inventar un nuevo modelo, a varias velocidades, con mini coaliciones internas (como propone España para romper el impás sobre el avance del mercado de capitales) en diversos ámbitos. Quizás según el modelo de éxito de Airbus, de los que quieran y puedan, de corte más confederal sin por ello desmontar el patrón federalizante (no federal) a 27. Tampoco nos equivoquemos: al cabo, si tiene que elegir, esta Europa elegirá siempre pegarse a la seguridad de EEUU, aunque sea con Trump.

Dicho esto, una victoria de Trump presentaría grandes desventajas y peligros para Europa, más allá de la imprevisibilidad del magnate que ha secuestrado y transformado el Partido Republicano. Para empezar, el Washington trumpiano, bien diferente del primer mandato que prácticamente le pilló por sorpresa; esta vez estará preparado. Y se puede convertir en el centro de una Internacional Ultraconservadora, regresiva, que cubra no solo movimientos de este tipo en Europa –donde avanzan independientemente de lo que pasa en EEUU–, sino en todo el planeta, especialmente allí donde hay elecciones libres (como Bolsonaro en Brasil, o Milei en Argentina). Con financiación, think tanks y producción de ideología, desinformación y mentiras, la política del insulto, etc. Estos no son los conservadores y republicanos de antaño.

Europa y Occidente en general seguirían perdiendo, en beneficio de China, en sus relaciones con el llamado Sur Global, proceso que empezó hace tiempo porque no es que el mundo haya cambiado, es que ha mutado. Hemos cambiado de edad. Tras la de Ucrania, ese Sur Global ve la guerra de Oriente Próximo como una falta no solo de Israel, sino de EEUU y por extensión de Occidente. La Administración Biden no ha sabido o querido parar a Israel, al que le sigue suministrando de forma incondicional armas (las que libra a Ucrania sí están condicionadas). Trump sí tuvo una política hacia la zona basada en los llamados Acuerdos de Abraham, que abandonaron a los palestinos a su suerte. Harris no parece tener las ideas claras al respecto; va haciendo equilibrios electoralistas. Cuando la cuestión no es solo Israel o los palestinos, sino, ante todo, Irán.

La desigualdad en EEUU, algo a lo que los demócratas habían dejado de prestar atención, y la capacidad adquisitiva de los ciudadanos son cuestiones que han regresado con fuerza, aunque Trump pretende resolverlos bajando los impuestos, y Harris aumentando algunos. ¿Y la desigualdad en el mundo? Son cada vez menos los que creen en unos Objetivos de Desarrollo Sostenible cuyo cumplimiento se va alejando en vez acercarse.

Según cómo evolucionen, algunas cuestiones internas de EEUU pueden tener efectos negativos en el resto del mundo, aún más con la citada Internacional Ultraconservadora. Por ejemplo, en los derechos de la mujer, con el aborto en primer lugar (cuestión que puede hacer perder las elecciones a Trump), los de los LGTBI, y otros. También pasaría, ante una victoria de Trump, con la democracia. En un segundo mandato, Trump podría otorgarse un perdón a sí mismo y a sus compinches, para lo que tendría facultades. Y “limpiaría” la Administración de los que no fueran incondicionalmente leales. Esta vez ha tenido tiempo de prepararlo.

Si las instituciones estadounidenses han aguantado un primer mandato de Trump –si bien el Tribunal Supremo, con sus nombramientos, ha quedado seriamente tocado por años–, podrían resistir un segundo. ¿Y último? La posibilidad de un tercer mandato requeriría una reforma constitucional para la que no parece haber tiempo. Está, además, la edad de Trump que el 20 de enero próximo, si jura como presidente, tendrá 78 años.

¿Supondrá un segundo y último mandato, o una derrota, el fin del trumpismo? No cometamos ese error de visión desde Europa. Trump y el trumpismo se han hecho con el control del Partido Republicano, y responden a una parte importante de la sociedad estadounidense que se venía radicalizando y polarizando desde hace años. Trump es a la vez efecto y causa. Hay quien opina que no tiene sucesor, alguien con un carisma para sus seguidores siquiera parecido. Efectivamente, no lo tiene entre los posibles que hoy se atisban, aunque el olor a poder obra milagros. Hay un personaje que podría verse tentado. El hombre más rico del mundo –mucho más que Trump– que ha demostrado ser un emprendedor visionario de éxito que hoy controla sectores esenciales, como el internet desde el espacio (sin sus satélites, los ucranianos no habrían podido comunicarse), los primeros coches eléctricos avanzados, los cohetes reutilizables, robots humanoides avanzados, la futura vinculación directa del cerebro humano a lo digital, a la Inteligencia artificial, y X, el antiguo Twitter, red a la que, aunque cargada de bulos y propaganda de su nuevo propietario y del propio Trump, no le ha salido una verdadera alternativa. Es Elon Musk, uno de los principales apoyos de Trump en esta campaña. Aunque tiene un límite infranqueable: no puede aspirar a ser presidente al haber nacido fuera del territorio de EEUU, en Pretoria, Suráfrica, donde se formó con el apartheid. Su figura influirá con y sin Trump.

Esta campaña no necesita manipulaciones rusas como en 2016. Trump es su propio manipulador en jefe. Compruébenlo en esta selección de sus mítines y apariciones públicas desde que Biden desistió a favor de Harris, que ha compilado y analizado The New York Times. Después, le quedará claro quién, verdaderamente, nos conviene más.

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