Nigeria, el país más poblado de África –155 millones de habitantes integrados en más de 250 grupos étnicos y 450 lenguas–, continúa viviendo tiempos convulsos. Sus recursos minerales, agrícolas, energéticos e hidrológicos le convierten en un verdadero gigante de África Occidental y en la segunda potencia continental, después de Suráfrica. “Pero Nigeria es en realidad un gigante con pies de barro –admite Mbuyi Kabunda, profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo–, enfrentado desde su independencia a graves contradicciones internas: históricas, regionales, étnicas, confesionales…”.
En las últimas semanas, una oleada de atentados ha puesto de manifiesto la fragilidad del país. Nigeria está dividida entre un norte musulmán poblado por los hausa y los fulanis (33% de la población), y un sur cristiano y animista, dividido a su vez entre el oeste yoruba (31%) y el este igbo (12%). Según Kabunda, la religión es una bomba de relojería en un país socialmente dividido por factores políticos y económicos, por las afinidades étnicas y los fundamentalismos religiosos. La búsqueda de cierto equilibrio por parte del presidente del país, Goodluck Jonathan, cristiano originario del sur, se antoja complicadísima.
La secta musulmana bobo haram ha reivindicado la oleada de atentados. Su nombre significa en hausa “la educación occidental es pecado” y toma como modelo a los talibanes afganos. El grupo está confinado sobre todo en una región del noreste del país, donde mantiene combates con el ejército nigeriano. Su objetivo es instaurar la sharia en el norte de Nigeria, donde 12 de los 19 Estados federados la asumieron en 1999. En el sur también existen sectas cristianas y sociedades animistas de tendencia fundamentalista.
Al problema etnoconfesional se suma el hecho de que Nigeria es uno de los países más endeudados y corruptos de África. La lucha contra la corrupción ha servido para justificar golpes militares. El ejército se ha considerado históricamente garante de la estabilidad, sobre todo ante el problema que supone la división religioso. El peligro de involución política es significativo.
También el peligro de ruptura territorial es real. No es casualidad que los conflictos más prolongados y sangrientos del continente se hayan producido en países muy poblados y extensos como Sudán y Nigeria, divididos entre un norte musulmán de fuerte impronta árabe y un sur cristiano y animista. En Tanzania, Uganda, Costa de Marfil y Kenia la violencia interétnica también ha tenido una fuerte impronta confesional.
En el último medio siglo, salvo casos excepcionales, el continente africano ha sufrido inestabilidad política y endémicos enfrentamientos raciales, religiosos y étnicos. Solo en los últimos años África subsahariana se ha integrado al llamado “mundo emergente”. Desde 2003, el crecimiento medio anual de la región ha sido del 6,5%. Según Freedom House, hoy existen 11 países africanos con sistemas multipartidistas, prensa libre y derechos civiles, frente a los tres de 1977, mientras que los sometidos a dictaduras han caído de 25 a 14.
Para más información:
Mbuyi Kabunda, “Nigeria: petróleo, religión y divisiones étnicas”. Política Exterior 140, marzo-abril 2011.
Cyril I. Obi, «Elecciones en Nigeria: ¿’petrolear’ la democracia?». Política Exterior 117, mayo-junio 2007.