Alrededor de 70 millones de nigerianos estaban llamados a votar el 14 de febrero en unas elecciones presidenciales tal vez decisivas. Por primera vez desde el fin de la dictadura en 1999, el Peoples Democratic Party (PDP) no las tenía todas consigo para mantenerse en el poder. La Comisión Electoral Nacional Independiente de Nigeria ha retrasado las elecciones hasta el 28 de marzo por motivos de seguridad. ¿Un respiro para el actual presidente, Goodluck Jonathan? El retraso parece justificado. La violencia asuela el norte del país, donde las milicias de Boko Haram siembran el terror. Desde 2010, los ataques de la secta radical islamista han causado más de 13.000 muertes, más del 60% en 2014. ¿Serán seis semanas suficientes para recuperar unos mínimos estándares de seguridad?
Tal vez la cooperación regional ayude. A finales de enero, la Unión Africana aprobó el despliegue de 7.500 soldados, luego ampliado a 8.700, en el marco de una coalición integrada por Nigeria, Camerún, Chad, Níger y Benín, todos fronterizos con Nigeria. Los últimos ataques de Boko Haram, cuyo radio de acción ha sobrepasado los límites del norte de Nigeria, han forzado la cooperación. El frente de batalla es vaporoso, pero se estima que el grupo liderado por el emir Abubakar Shekau controla un área de 30.000 kilómetros cuadrados. Las autoridades nigerianas eran reacias a permitir la presencia de soldados extranjeros en su territorio, pero los reveses militares –y quizá los electorales– parecen haber forzado la mano de Goodluck Jonathan.
Aun cuando la situación mejore, las perspectivas de la coalición opositora All Progressives Congress (APC) liderada el general Muhammadu Buhari son buenas. La caída de los precios del petróleo, los escándalos de corrupción y la marcha de la guerra han minado la popularidad del PDP. Sin embargo, ¿representa Buhari, de 72 años, que ya ocupó el poder a mediados de los ochenta, el golpe de timón que necesita Nigeria? “Sería bueno que uno de los candidatos alternativos consiguiese un número suficiente de votos para demostrar a los nigerianos que una tercera fuerza es posible, porque en realidad tanto el PDP como el APC son los dedos podridos de una misma mano leprosa”, escribe Chxta, bloguero nigeriano citado en The Guardian.
¿Estado casi fallido?
Nigeria obtuvo la independencia en 1960, pero a los siete años se vio envuelto en una guerra civil cuando la región de Biafra –donde se encuentran los yacimientos de gas y crudo– intentó escindirse del resto de la república. Los golpes de Estado, con sus correspondientes dictaduras militares, fueron recurrentes hasta el retorno de la democracia en 1999. Desde 2010, Boko Haram lucha por implantar un califato integrista en el norte del país, lastrado por el subdesarrollo. La violencia ha desplazado a más de un millón de personas. En estos momentos, tres de cada cuatro nigerianos piensan que el país marcha “en la dirección equivocada”.
Según escribe Princeton N. Lyman en Foreign Policy, la raíz del problema actual está en la ruptura del consenso informal a la hora de compartir el poder entre el Norte musulmán y el Sur cristiano que ha imperado en la política nigeriana durante décadas. A ello se suma el ejército, en su día fuente de orgullo y cohesión nacional, hoy corrompido hasta la médula, en cuya campaña contra Boko Haram está llevando a cabo violaciones de los derechos humanos que casi rivalizan con las de la secta radical en su brutalidad e impacto en la población. A todo ello hay que añadir la caída de los precios del crudo –fuerza motora del clientelismo estatal, pilar del presupuesto nacional–, que reduce el tamaño del pastel a repartir y agudiza la competición por una porción del mismo.
Lyman abogaba a finales de enero por aplazar las elecciones, pero no seis semanas: al menos un año. El tren nigeriano está a punto de descarrillar y necesita no una parada técnica en boxes, sino una buena temporada en el taller. En el interregno, Lyman propone la formación de un gobierno de unidad nacional con una agenda clara y limitada, a salvo de la “disfuncionalidad” del sistema político nigeriano. Y tal vez capaz de arreglarlo.