Nigeria, lastrada por la corrupción y la violencia

 |  26 de febrero de 2014

Nigeria es un gigante con pies de barro. Sus 160 millones de habitantes y una enorme riqueza en recursos naturales –incluyendo los décimos mayores yacimientos petrolíferos del mundo–, debieran valerle una posición influyente tanto dentro como fuera de África. Pero de momento no es así. Lejos de convertirse en la principal potencia del continente, como lo es Brasil en América Latina, Nigeria permanece lastrada por la corrupción, el mal gobierno y la inestabilidad.

El colonialismo británico perjudicó profundamente al país, encajándolo en fronteras artificiales y dañando los lazos entre sus diferentes grupos étnicos. Nigeria obtuvo la independencia en 1960, pero a los siete años se vio envuelto en una guerra civil cuando la región de Biafra –en la que se encuentran los yacimientos de gas y crudo– intentó escindirse del resto de la república. Los golpes de Estado, con sus correspondientes dictaduras militares, fueron recurrentes hasta el retorno de la democracia en 1999. Pero las urnas no han puesto fin a la corrupción que impera en el país. A pesar de ser el décimo mayor exportador mundial de petróleo, en Nigeria persiste la miseria y la desigualdad económica. En 2013, el país ocupó el puesto 144 de 177 en el índice de percepción de la corrupción que elabora Transparencia Internacional.

El último escándalo de corrupción se saldó el 21 de febrero con el despido del gobernador del banco central, Lamido Sanusi. Sanusi, a quien la revista Banker nombró mejor banquero central de 2011, acusó a la petrolera estatal, la Nigerian National Petroleum Corporation, de ocultar al gobierno nigeriano 50.000 millones de dólares de beneficios. El episodio ha generado un duro intercambio entre Sanusi y el presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, a quien el exgobernador acusa de estar rodeado de asesores corruptos. También ha generado inquietud entre muchos observadores, que consideran que el despido responde a motivos políticos.

La corrupción no es el único problema que atenaza Nigeria. El país contiene a más de 500 grupos étnicos que hablan hasta 350 idiomas, y está dividido entre un norte predominantemente musulmán, en el que se aplica la Sharia, y un sur cristiano. La gestión de semejante diversidad es delicada. En especial la de la división religiosa, solucionada mediante un acuerdo tácito para que la presidencia del país alterne entre norteños y sureños. Es por eso que la pretensión de Goodluck –un sureño– de presentarse de nuevo en 2015 genera recelo en el norte del país.

La combinación de pobreza, desigualdad y mal gobierno es explosiva. En la última década ha proporcionado un caldo de cultivo idóneo para Boko Haram, un grupo islámico fundamentalista formado en 2002 y en guerra con el gobierno desde 2009. Boko Haram –cuyo nombre significa “la educación occidental está prohibida”– opera principalmente en el norte de Nigeria, y sus atentados no hacen más que aumentar en número y crueldad. A lo largo de 2013  han muerto más de 1.200 nigerianos en enfrentamientos relacionados con el grupo. El 20 de febrero, miembros del grupo asaltaron la ciudad de Bama, dejando cerca de 100 muertos a su paso. El 25, entre 30 y 40 niños murieron en un ataque a un colegio en Buni Yad, supuestamente realizado por miembros de Boko Haram.

El gobierno, que decretó el estado de emergencia en mayo, ha respondido cerrando la frontera con Camerún, donde los insurgentes se repliegan con frecuencia. Pero el ejército nigeriano con frecuencia se comporta con la misma brutalidad que sus enemigos. En octubre de 2013, Amnistía Internacional denunció la muerte de 950 militantes islamistas en cárceles controladas por el ejército –entre ellas la de Giwa, conocida como el Guantánamo de Nigeria. Pero la mano dura no detiene a Boko Haram. Y es posible que la espiral de violencia no haga más que beneficiar a la insurgencia, en la medida en que hunde la legitimidad del gobierno.

Nigeria mantiene una influencia considerable en el continente africano. A pesar del desgaste que le supone el enfrentamiento contra Boko Haram, el ejército nigeriano desempeña un papel fundamental en las misiones de la Unión Africana y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS), de la que Nigeria es el miembro dominante. Pero mientras las élites nigerianas no impriman un cambio de rumbo a su gestión del país, Nigeria permanecerá por debajo de sus posibilidades. Por desgracia, nada presagia un cambio a mejor en el corto o medio plazo.

 

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