“Mi psicoanalista me advirtió de tu bisexualidad, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista”. Se diría que Brasil acude a las urnas con Woody Allen –y algo de neurosis– en la cabeza. ¿Por quién votar? ¿Por la titular, Dilma Rousseff, cuyos méritos y deméritos son de sobra conocidos, lulista experimentada, pero carente de carisma? ¿O por la aspirante, Marina Silva, fenómeno difícil de clasificar, promesa post-lulista, con lo que ello implica de riesgo e incertidumbre? Y la gran pregunta: ¿a quien apoya realmente el psicoanalista, Lula da Silva, a su heredera de facto, Rousseff, o a la que podría ser su heredera de iure, Silva?
El país más poblado de América Latina, 200 millones de habitantes, celebra la primera vuelta de las elecciones presidenciales con más dudas que certezas. El cambio de tendencia en los sondeos sobre intención de voto reflejan cierta inestabilidad emocional. Según los últimos datos de Datafolha, Rousseff obtiene un 40% en intención de voto y Silva, un 25%. En una simulación de la segunda vuelta, por primera vez la titular superaría a la aspirante. A principios de septiembre, ambas estaban empatadas con un 34%, con ventaja para Silva en la segunda vuelta.
Durante la campaña, Rousseff no se ha cansado de recalcar los logros de su mandato, en especial en el terreno de la lucha contra la pobreza. La candidata del Partido de los Trabajadores (PT) ha continuado la labor iniciada por su predecesor, cuyo programa estrella fue Bolsa Familia (2003), con Brasil sin Miseria (2011). Actualmente, 13,8 millones de familias con ingresos per cápita por debajo de los 140 reales al mes se benefician de Bolsa Familia, con dos condiciones, que los niños asistan a la escuela y visiten al médico con regularidad. Según datos recogidos por el PNUD, sin Bolsa Familia el nivel de pobreza extrema sería entre un 33% y un 50% más alto. Y todo ello con un coste relativamente modesto: un 0,5% del PIB.
Brasil sin Miseria quiere ir más allá y erradicar la pobreza extrema. El programa persigue la inclusión de familias que reúnen las condiciones para recibir prestaciones pero siguen excluidas de Bolsa Familia. Desde su lanzamiento en junio de 2011 hasta julio de 2013, 1,1 millones de familias en la extrema pobreza, cuyo umbral se sitúa en 70 reales mensuales per cápita, se han incorporado a Bolsa Familia, según datos del gobierno.
Frenazo económico y corrupción sistémica
Las principales sombras que se ciernen sobre el currículo de Rousseff son el desempeño económico del país durante su mandato y una extendida percepción de corrupción. En 2010 la economía brasileña creció un 7,5%. Este año el PIB se contraerá un 0,6% en medio de la parálisis de la construcción de grandes obras de infraestructuras, descenso del consumo, sobreendeudamiento de las familias y mayores precios de la electricidad por la sequía.
Según Transparencia Internacional, la percepción de la corrupción en Brasil es decreciente. En 2010, Brasil suspendía en este terreno con un 3,7 sobre diez; cuatro años después, la nota mejora hasta un 4,2. Sin embargo, los escándalos de corrupción producen la sensación contraria: que el país no progresa. A la pregunta de si en los últimos dos años el grado de corrupción había cambiado, un 18% dijo que se había reducido, un 35% que se mantenía igual y un 47% que había aumentado. La institución percibida como más corrupta son los partidos políticos, seguida del Congreso y la policía.
Ninguna institución se libra, tampoco Petrobras, compañía bandera nacional. Paulo Roberto Costa, exdirector de Abastecimiento de la empresa, encarcelado por corrupción, ha implicado a decenas de políticos, muchos del PT y sus aliados en el Congreso, en una red de sobornos. Durante un interrogatorio, Costa habría denunciado al actual ministro de Minas y Energía, Edison Lobão, al presidente del Senado, Renan Calheiros, y al de la Cámara de los Diputados, Henrique Eduardo Alves, entre otros. El escándalo también salpica al anterior candidato socialista a la presidencia, Eduardo Campos, fallecido en accidente de avión y sustituido por Silva.
Un buen conocedor de la realidad brasileña explica que sin corrupción, Brasil no funcionaría. Con un sistema de partidos con múltiples actores, fragmentado, donde el transfuguismo campa a sus anchas, los sobornos y las prebendas están a la orden del día. El gobierno debe sostenerse en una mayoría parlamentaria amplia, heterogénea y representante de diversos intereses, lo que explica, entre otras cosas, la existencia de 37 ministerios. Según esta fuente, el partido gobernante se ve obligado a repartir ministerios entre las fuerzas políticas que lo apoyan. Los ministerios funcionarían como centros independientes de distribución de riqueza no entre la población, sino entre la clase política. Rousseff no sería más que una pieza más en mitad de una gran trama de corrupción institucionalizada. “Con Silva la situación incluso podría empeorar –añade esta fuente–, pues todo le costaría el doble de dinero que a Rousseff”. La titular contaría con el respaldo de un partido experimentado y la influencia de Lula, maestro en la gestión de componendas. Silva, por el contrario, tiene poco de lo que echar mano y para conseguir aprobar una ley, por ejemplo, tendría que pagar el doble que Rousseff. Así de crudo.
Como explica Francisco Javier Urra ente este artículo, más allá de la ineficiencia y burocratización de un gobierno de enorme dimensión, el hecho de que existan 37 ministerios es indicativo de una arraigada cultura patrimonialista del sector público.
Fenómeno Marina
Rousseff se ha defendido de las acusaciones de corrupción y mal desempeño económico atacando. La heredera de Lula ha advertido de que con Silva, el programa Bolsa Familia correría el riesgo de desaparecer. Silva ha contraatacado explicando que alguien que, como ella, ha vivido la pobreza en primera persona jamás acabaría con Bolsa Familia. “Esto no es un discurso. Esto es una vida”, explica Silva en este mitin cuyo vídeo resumen de dos minutos ha barrido en las redes sociales y en las televisiones de medio mundo.
La fuerza de Silva, como en su día la de Barack Obama, es su historia, cargada de promesas de cambio. Si ganara las elecciones, sería muchas cosas nuevas: la primera presidenta negra, ecologista y amazónica. En su infancia sobrevivió a la malaria, la hepatitis, aprendió a leer con 16 años y quiso ser monja antes de convertirse al protestantismo, lo que le ha dejado una impronta de ascetismo y severidad.
Todo ello atrae a jóvenes e indecisos que oscilan entre la continuidad y la arriesgada apuesta que supondría entregar el poder a una candidata accidental con escasa experiencia ejecutiva. Silva pertenece además a la iglesia evangélica Assambleia de Deus, muy conservadora en asuntos como el aborto o el matrimonio homosexual. Para complicar las cosas, a Lula y Rousseff se le hace difícil atacar a Silva, pues militó en su partido, fue su ministra y amiga personal durante años.
En resumen, ¿votar por Silva, candidata del cambio, remedo de Obama, pero conservadora en materia social y amiga de sus rivales? ¿Votar por Rousseff, candidata de una “casta” de izquierdas, pero con un pasado igual de novelesco que el de su rival, con guerrillas y torturas en su historial? El votante brasileño hará bien en volver a recurrir al señor Allen a la hora del voto, cuando explicaba que la humanidad se halla en una encrucijada. “Un camino conduce a la desesperación absoluta. El otro, a la extinción total. Quiera dios que tengamos la sabiduría de elegir correctamente”.
[…] millones de votos. En la primera ronda de las elecciones ha derrotado a la candidata ecologista Marina Silva, a la que posteriormente ha sabido extraer su apoyo para la segunda ronda. Y, según Datafolha, ha […]