Las recientes negociaciones en Ginebra entre Irán y el P5+1 (formado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania) el 8 de noviembre supone un hito en las relaciones de este país con la comunidad internacional –o, para ser exactos, con un Occidente que en ocasiones se presenta como su representante exclusivo–. Las negociaciones no progresaron, pero se reanudaron entre el 20 y el 24 de noviembre. En esta segunda ronda, la comunidad internacional ha alcanzado un acuerdo sobre el programa nuclear iraní, constante fuente de tensión entre Irán, sus vecinos, y Estados Unidos.
La incompatibilidad de las distintas posiciones respecto al programa nuclear lo convierten en un problema digno de ser estudiado por Josep María Colomer. Israel, Arabia Saudí y poderosos grupos de presión política americanos se oponen visceralmente a cualquier concesión. El “búnker” iraní también se muestra reacio a negociar: para un país rodeado de bases militares americanas, con cuatro potencias nucleares en el vecindario (Israel, Rusia, Pakistán, e India), la bomba se considera un seguro a todo riesgo.
Existe un punto intermedio, que consiste en aceptar el desarrollo de un programa nuclear civil en Irán a cambio de que Teherán se someta a las directrices del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). A esta posición, apoyada por la mayoría de la comunidad internacional, se ha sumado recientemente el establishment estadounidense, consciente de que representa la opción más sensata. Por eso resulta desconcertante el papel desempeñado por Francia, que obstaculizó la primera ronda de negociaciones. Es posible que el maltrecho François Hollande pretendiese con este gesto irresponsable hacer méritos de cara a su discurso reciente ante la Knéset.
El acuerdo alcanzado es sencillo: Irán detiene su programa de enriquecimiento de uranio durante seis meses y a cambio EE UU anula algunas de las estrictas sanciones aplicadas recientemente al país. Si las negociaciones progresan Irán desarrollará su programa civil, y tal vez capacidad nuclear latente: la posibilidad de, frente a una amenaza, generar un arma nuclear en un breve espacio de tiempo. Aunque el proceso parece encauzado, aún es pronto para cantar victoria. Israel, Arabia Saudita, o el propio Congreso americano son capaces de dinamitar el progreso realizado hasta la fecha. Mientras tanto la noticia es doblemente positiva para la Unión Europea: su máxima representante de política exterior, Catherine Ashton, jugó un papel determinante a lo largo del proceso.
El éxito de las negociaciones marca un antes y un después en las relaciones entre Washington y Teherán, gélidas desde que los ayatolás se hicieran con el control del país tras la revolución de 1979. Para que comenzaran han sido esenciales un Barack Obama que renunciase a la agresividad de su predecesor y un Hasan Rohaní posicionado como la alternativa sobria al histriónico Mahmud Ahmadineyad. Pero a pesar de la relevancia de los presidentes americano e iraní, la pieza clave es el líder supremo de Irán, Alí Jameiní. El sucesor del carismático Ruhollah Jomeini retiene una enorme influencia sobre la política exterior del país. En el pasado declaró las armas nucleares incompatibles con principios musulmanes, pero solo recientemente ha restado su apoyo al búnker iraní, en detrimento de moderados como Rohaní o Mohamed Jatamí.
A pesar de todo, las negociaciones estuvieron sometidas a las dinámicas de poder que gobiernan las relaciones entre Estados. Sirvan como ejemplo las supuestamente generosas concesiones que hizo Estados Unidos para negociar: comprometerse a no derrocar al régimen iraní en el futuro, y permitir que enriquezca uranio para uso civil (un derecho protegido por la OIEA). Es como si dos individuos se sentasen a dialogar y uno de ellos debiese mostrarse agradecido porque el otro ha accedido a no propinarle una paliza y permitir que lleve una trenca cuando hace frío.
En un mundo ideal, se negociaría la creación en Oriente Próximo de una zona libre de armamento nuclear, como las que actualmente existen en América Latina, África y el sureste asiático. Al fin y al cabo, el balance de fuerza convencional en la región continúa favoreciendo a Israel. ¿Renunciaría Tel Aviv a su arsenal no declarado, o Londres y Washington a la base de submarinos nucleares en Diego García? Probablemente no.