Si el resultado de las recientes elecciones israelíes lleva a la Unión Europea a asumir un papel en Oriente Próximo que no sea el de invitado de piedra, la victoria de Benjamin Netanyahu habrá servido para algo. La alta representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), Federica Mogherini, dejó claro desde que llegó a Bruselas que una de sus prioridades sería Oriente Próximo. En concreto, que la UE se implicaría activamente en sacar las conversaciones entre palestinos e israelíes del punto muerto en que se encuentran.
La guerra en Siria, la amenaza del Estado Islámico que atenta a las puertas de Europa y la perspectiva de un Israel poco o nada dispuesto a sentarse a la mesa con los palestinos hacen inaplazable un cambio de la política europea. El primer gesto de ese cambio podría ser el nombramiento el 16 de marzo del italiano Fernando Gentilini como nuevo representante especial de la UE para Oriente Próximo. Como todo lo que tiene que ver con la acción exterior de la UE, el respaldo de los países miembros será imprescindible para el desempeño de la tarea del enviado especial. No es buena señal, sin embargo, que Gentilini haya sido designado para un periodo inicial de un año. Si algo caracteriza a los representantes especiales es la creación de vínculos de confianza y de continuidad.
El primer representante de la UE para el conflicto palestino-israelí fue el español Miguel Ángel Moratinos, que ocupó el puesto entre 1996 y 2003. En la actualidad, la Unión tiene representantes especiales en países, regiones o para asuntos específicos. Según el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), su función es “promover los intereses y políticas de la Unión y, sobre todo, contribuir a consolidar la paz, la estabilidad y el Estado de derecho”. Trabajan en estrecho contacto con la alta representante para la PESC y dan coherencia y amplitud a la política exterior de la UE, que hoy tiene representantes especiales en Oriente Próximo, Asia Central, Afganistán, el Cuerno de África, Kosovo, Bosnia Herzegovina, el Sur del Cáucaso y Georgia, el Sur del Mediterráneo, el Sahel y para cuestiones de derechos humanos.
Según Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre, la figura de los representantes especiales es útil, ya que “cumplen misiones de buenos oficios que entran en el terreno intermedio entre track I (negociaciones entre Estados) y track II (diálogo entre actores no-estatales). Tienen un margen de maniobra restringido, por no representar a los actores en conflicto, pero amplio por encarnar bien sea a una organización internacional (como la ONU) o a un conjunto de Estados (la EU). Desde esta posición, y generalmente si tienen un mandato amplio, pueden moverse entre los diferentes actores en conflicto y los actores externos (por ejemplo, la larga serie de Estados implicados en el conflicto sirio). De esta forma, tejen una ‘narrativa’ sobre la posible solución del conflicto y pueden llegar a actuar como mediadores”. La limitación del mandato de Gentilini a un año no parece encajar con estas posibilidades de acción para el nuevo representante especial de la UE.
La Unión no tenía enviado especial para Oriente Próximo desde principios de 2014, por decisión de la anterior alta representante, Catherine Ashton, firme partidaria de eliminar esta figura diplomática y concentrar las responsabilidades de la PESC en el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE). Pero el hecho de que la creación del servicio ocupara gran parte de su mandato dejó muchos dosieres de la política exterior europea “en el aire”. No hay más que evaluar el historial exterior de la UE en estos últimos cinco años, marcados además por la crisis del euro. La respuesta de los europeos a las primaveras árabes, a la guerra civil siria o al empeoramiento de las condiciones de vida de los palestinos no se corresponden con las del árbitro de la legalidad internacional, las normas y los valores que pretende ser.
En la decisión de Ashton sobre el enviado especial para Oriente Próximo también tuvo que ver el hecho de que en 2007 el exprimer ministro británico Tony Blair fuera nombrado representante del Cuarteto creado en 2002 por Naciones Unidas, la UE, Estados Unidos y Rusia. El mandato del Cuarteto es mediar en las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes, así como apoyar el desarrollo económico y la creación de instituciones palestinas con el fin de crear un Estado viable. La Hoja de Ruta del Cuarteto presentada en 2003 está encaminada a lograr el fin del conflicto palestino mediante la solución de los dos Estados. A día de hoy su resultado podría calificarse de fracaso.
La misión de Blair es velar por la aplicación de la Hoja de Ruta y promover el desarrollo económico e institucional de los palestinos. Sin embargo, las relaciones de Blair con la Autoridad Palestina no son buenas, como reconocen diplomáticos estadounidenses y europeos. Igual de problemáticas para su labor como representante del Cuarteto resultan las actividades caritativas, empresariales y comerciales privadas del expremier británico en Perú, Colombia, Kuwait, Vietnam y Kazajstán. Según el Financial Times, Blair también tiene relaciones empresariales con PetroSaudi, JPMorgan y con Mubadala, fondo de inversión de Abu Dhabi.
El nombramiento de Blair fue muy cuestionado desde el primer momento, especialmente por el apoyo de su gobierno a la guerra de Irak. El pasado junio una serie de intelectuales y políticos escribieron una carta abierta en The Guardian donde calificaban de “insignificantes” los logros Blair y pedían su destitución. Por decisión propia o impuesta, los días de Blair parecen estar contados. En cualquier caso, el trabajo del Cuarteto se encuentra en entredicho. La UE dejó de financiar la oficina de Blair en 2012. Ahora está por ver hasta dónde llega el renovado compromiso de la UE con Oriente Próximo.
Áurea Moltó, subdirectora de Política Exterior. @aureamolto