Elon Musk es, sin duda, un empresario visionario de éxito. Ahí están, en unos pocos años, los rompedores automóviles Tesla; los cohetes reutilizables de Space X, con detrás el objetivo de llegar a Marte; y el internet por satélite Starlink, un sistema que compite con otros en el mercado, que ha resultado esencial para los ucranianos en guerra; o Neuralink para implantes cerebrales de conexiones directas a la máquina, con un prometedor futuro. La adquisición de la red social Twitter, rebautizada X, no ha sido un éxito empresarial, pero le ha dado poder mediático al hombre más rico del mundo. Musk representa más que nadie la entrada en el poder político de Silicon Valley, actualización del “complejo industrial-militar” contra el que alertó Eisenhower.
Aquel presidente de EEUU, que había sido un gran militar, hizo esta advertencia en su discurso de despedida de la Casa Blanca en enero de 1961. Casi un siglo antes, en noviembre de 1864, el entonces presidente Abraham Lincoln le escribía proféticamente al coronel William F. Elkins: “Veo acercarse en un futuro próximo una crisis que me inquieta y me hace temblar por la seguridad de mi país. Como resultado de la guerra, las corporaciones han sido entronizadas, y seguirá una era de corrupción en las altas esferas, y el poder monetario del país se esforzará por prolongar su reinado trabajando sobre los prejuicios de la gente hasta que toda la riqueza esté agregada en unas pocas manos y la República sea destruida. Siento en este momento más ansiedad por la seguridad de mi país que nunca, incluso en medio de la guerra.”
Aunque las empresas más grandes e influyentes han cambiado mucho desde los tiempos de Lincoln y los de Eisenhower, el dinero hace tiempo que domina la política estadounidense, devenida en buena parte una plutocracia. Musk representa la entrada en tromba de lo que Javier Echeverría llamó los “señores del aire” en el Gobierno, una forma de tecnofeudalismo. Antes, estaban divididos, con los más en Silicon Valley apoyando a los demócratas. Ahora se han vuelto pro-Trump, por los billonarios contratos de defensa en curso o por caer, y porque, tecnolibertarios como se les llama, suponen que una segunda Administración Trump intentará regularles menos (aunque, quizás actúe contra los oligopolios) y les dejará más libertad de acción, en unos años cruciales para el desarrollo de nuevas tecnologías, especialmente la Inteligencia Artificial (IA), de la que Musk tiene una dinámica startup, xAI.
Además, frente a China no es solo el Gobierno el que quiere impedir, con diversas medidas, que desarrolle una tecnología a la altura de Estados Unidos, sino también muchos de estos tecnólogos. También frente a una Europa que no logra ninguna gran corporación del mundo digital a la altura de las estadounidenses o chinas. Trump, además, a diferencia de la Administración Biden, tiene una actitud positiva hacia las criptomonedas, lo que desde Silicon Valley se ve con buenos ojos.
Por algo Jeff Bezos, el fundador de Amazon y propietario de The Washington Post rompió la tradición de varias décadas de que ese periódico apoyara a un candidato, es de suponer que, a la demócrata Kamala Harris, ante las pasadas elecciones. Sin olvidar a Google, que es muchas cosas, o a la galaxia Facebook. Ambos son también medios de comunicación de masas, aunque no lo admitan. Significativamente, Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, ha visitado al Trump electo en Mar-a-Lago. Musk, que algunos toman por el “George Soros de esta nueva derecha”, se ha puesto él mismo y a X (y unos 100 millones de dólares de su bolsillo) al servicio de Trump, en general y con sus omnipresentes tuits personales. Ha llenado, mucho más que antes, esta red social, ahora suya, de propaganda y desinformación, lo que ha provocado un éxodo importante de profesionales, marcas y organizaciones a otras redes sociales como Bluesky. Ahora Musk está en una campaña contra “los medios tradicionales”.
Trump designó a Musk y al empresario y aspirante de primera hora en la carrera presidencial Vivek Ramaswamyel, ninguno con experiencia en administraciones públicas, para encabezar un Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, en sus siglas estadounidense) que reforme radicalmente la Administración federal y sus programas. El título engaña. Musk no dejará sus empresas. DOGE será más bien, una comisión consultiva, o una oficina, cuya influencia dependerá de las relaciones personales de sus titulares con Trump, ahora muy buenas, lo que no está garantizado en el futuro con un presidente mercurial. Si chocan, al menos en los primeros dos años, el presidente prevalecerá.
Quizás a Musk no le pase como a James Hacker, el ministro de Asuntos Administrativos, encargado de transformar la administración británica, de la famosa serie británica Yes, Minister, que no lograba nada porque lo frenaban los altos funcionarios de los que dependía. Pero puede que logre mucho menos de lo que se propone. Es verdad que el presupuesto federal, como todos, está lleno de partidas que han perdido su sentido, y está necesitado de una revisión a fondo, incluso un presupuesto cero (ejercicio para revisar todos los gastos), aunque no necesariamente una reducción total, sino una redistribución interna. Musk quiere entrar con el hacha. Propone (aunque no tendrá ningún poder ejecutivo) nada menos que cortar “al menos” dos billones de dólares anuales del presupuesto federal de EEUU, es decir, según el economista Jeffrey Frankel, un 31% y además reducir 10 billones de dólares en 10 años en ingresos por impuestos, que no recuperará vía aranceles más altos. Naturalmente, sin tocar, incluso aumentando, el presupuesto de Defensa.
Los presupuestos suelen estar cargados por obligaciones, intereses e inercias, como va descubriendo hasta Milei. En el caso de EEUU, los gastos discrecionales son un 25%, que, según Frankel, en realidad se quedan en un 12% salvo que supriman todos los fondos federales para la educación. Está por ver qué pasa con los programas de cobertura sanitaria para mayores (Medicare), para gente necesitada (Medicaid) o los generales (el llamado Obamacare, que Trump intentó, pero no logró, cargarse en su primera presidencia). O con la Seguridad Social. A ello, sumarán un programa de eliminación o aligeramiento radical de regulaciones federales. Trump tendrá que hacer algo. El qué no está claro aún claro. Las aspiraciones de Musk parecen sobredimensionadas. Y no está claro que Ramaswamy las comparta plenamente, sobre todo en cuanto a velocidad.
Musk y Ramaswamy se han puesto a trabajar antes de la inauguración de Trump para contratar todo tipo de gente para su DOGE, incluidas algunas con experiencia en la burocracia estatal, sondear a sus amigos de Silicon Valley, y lanzar una comisión en la Cámara de Representantes, donde varios republicanos se han mostrado entusiastas ante esta iniciativa. Ambos saben que hay límites legales y constitucionales a tales recortes, pero piensan que se pueden lograr con decretos presidenciales (Executive Orders), tesis discutida por diversos juristas y expertos en presupuestos. En un reciente artículo al alimón en el Wall Street Journal, se mostraron confiados en que el Tribunal Supremo les secundará. Trump quiere que “Elon y Vivek” completen su tarea para el 4 de julio, fiesta nacional, de 2026. Es decir, en menos de dos años, algo que va contra los ritmos, e intereses de Washington. Pero, dicen en su artículo, “con un mandato electoral decisivo y una mayoría conservadora de 6-3 en el Tribunal Supremo, el DOGE tiene una oportunidad histórica para realizar reducciones estructurales en el gobierno federal. Estamos preparados para embestir contra los intereses atrincherados en Washington. Esperamos prevalecer.”
Musk es duro, sin piedad con sus colaboradores/empleados cuando quiere lograr algo, y siempre ha arriesgado, en ocasiones su fortuna personal. Su biógrafo Walter Isaacson incide en su visión, misión y tolerancia extrema al alto riesgo. Apunta que presenta síntomas de asperger, lo que aumenta su capacidad de concentración, pero reduce su inteligencia emocional. Piénsese también, como ha analizado Simon Kuper, que, Musk nació en la Suráfrica del Apartheid régimen que posiblemente le marcó, no por oposición, junto a otros importantes apoyos de Trump, como Peter Thiel, fundador de PayPal, David Sacks, que maneja fondos de capital riesgo y recaudador para la campaña de Trump, y otros.
Puede que los intereses de Musk choquen con los de Trump. Por ejemplo, sobre China. Esta, tras EEUU, es el mayor mercado para los Tesla, una parte de los cuales se fabrican allí, ahora con problemas sobre la información que procesan los sistemas cibernéticos con IA de estos automóviles. Aunque Musk compite con empresas chinas no solo en coches eléctricos avanzados, sino en energía solar, fabricación de baterías eléctricas y vuelos espaciales comerciales. Está a favor de subirles los aranceles pero teme el impacto sobre sus coches y necesita el permiso chino para seguir adelante allí con el desarrollo de sus vehículos de conducción autónoma. Pero compite con empresas chinas en los vuelos espaciales comerciales, en energía solar y en fabricación de baterías eléctricas. Un panorama complejo. Ay si Lincoln, el primer presidente republicano, levantara la cabeza y comprobara que su profecía se ha cumplido. Con creces.