La contratación de la primera conductora de autobuses en Delhi ha tenido eco internacional. Pero más allá de esa imagen India sigue mostrando cifras de discriminación y violencia contra las mujeres impropias de un país que aspira a ser percibido como potencia mundial. El cambio llevará décadas y generaciones.
Como campaña propagandística tuvo éxito. En abril, Vankadarath Saritha –con años de experiencia en la conducción de vehículos que van de los rickshaws a los BMW– apareció en numerosos medios al volante de un autobús en la capital de India. Decía solicitar el puesto para zarandear los roles de género y demostrar que ellas pueden hacer los mismos trabajos que los hombres. El ministro de Transporte de Delhi, Gopal Rai, esperaba que el ejemplo cundiera.
En India ya hay otras mujeres a cargo del transporte público (la fotoperiodista Serena de Sanctis ha retratado a las taxistas). La medida se está impulsando para aumentar la seguridad de las pasajeras en un sector que ha registrado prominentes ataques de género. En diciembre de 2012 un grupo violó y asesinó a la estudiante de 23 años Jyoti Singh en un bus de Nueva Delhi cuando volvía a casa con un amigo tras ver en un cine La vida de Pi. Su muerte electrificó a una sociedad adormecida ante la frecuencia de vejaciones a las mujeres y provocó protestas masivas.
Igor García Barbero (@garbertxu) explica por email que el ejemplo de Saritha es una medida aislada que “genera titulares de unos días pero tampoco contribuye a una catarsis real”. Para este español que fue corresponsal en India y actualmente trabaja en Bangladesh “la verdadera batalla estará en asuntos como la educación y desde el principio. Todavía hay muchas menos niñas que van a la escuela. Todavía se prefieren niños y eso da pie a muchos feticidios. Hay cantidad de matrimonios infantiles. Y así un largo etcétera. En fin, que tener una mujer conductora está bien pero es una gota de color en un océano muy gris”.
Ser mujer en India implica una realidad discriminatoria que empieza en el embarazo. Dos mil niñas son asesinadas cada día antes de nacer o al poco tiempo de hacerlo por su género, según datos del Ministerio de la Mujer y el Desarrollo Infantil. Años después, su presencia es insuficiente en el mercado de trabajo e ínfima en los cuadros de mando de las empresas.
El fenómeno no remite claramente. En 2013 hubo 33.707 violaciones en el país, según el informe anual del Nacional Crime Records Bureau: las agresiones contra las mujeres pasaron a suponer el 11,2% del total de crímenes en el país (crecieron desde el 9,2% en 2009).
B. L. Himabindu, Radica Arora y N. S. Pashanth explican en un trabajo académico que el acoso a las mujeres puede ir desde los llamados comentarios sexuales o el acoso sexual directo en la calle o entornos de trabajo al acoso por dote, las molestias en los transportes públicos y la violación. “Estos crímenes reflejan la vulnerabilidad y lo enraizado de los problemas relacionados con la posición de las mujeres en la sociedad india”, dicen los autores.
En el 94% de las violaciones que se producen en India, las víctimas conocen a su agresor. La mitad de los hombres indios consultados para un estudio de la ONG Breakthrough confesaban haber sido violentos contra alguna mujer en espacios públicos.
La violencia contra las mujeres está unida a la persistente desigualdad social (entre 2012 y 2014 el coeficiente de Gini, indicador habitual de la misma, pasó de 0,32 a 0,38 –siendo 1 la perfecta desigualdad-). El sistema de castas empeora la situación. La Campaña Nacional para los Derechos Humanos de los Dalit calcula que un 67% de estas mujeres “intocables” han tenido que afrontar alguna forma de violencia sexual.
Hasta 370 especialistas consultados por la Thomson Reuters Foundation consideraron que dentro del G-20 (excluyendo de los cálculos a a la UE, que forma parte del grupo como miembro conjunto) India era el peor Estado para ser una mujer.
Un problema real y de imagen
Las políticas de apoyo a la mujer, dice Barbero, “no parecen una prioridad para Narendra Modi”. La vicepresidenta de Breakthrough, Sonali Khan, recuerda en Twitter que ni siquiera se emprenden acciones legales contra las familias que incumplen la normativa de matrimonio infantil.
El primer ministro, Modi, ha dado prioridad a las relaciones internacionales dedicando buena parte de su primer año de gobierno a la diplomacia. Ha visitado 19 países y recibido a líderes relevantes en casa. Le llaman el “gobernante viajero” y quiere que India sea percibida como un país serio y un socio económico fiable. Las cifras acompañan: la Comisión Económica y Social para Asia y el Pacífico de la ONU estima que el país crecerá en 2015 un 8,1% (lo hizo el 7,4% en 2014 y el 6,9% en 2013).
Es conocida la relevancia que otorga Modi a las relaciones públicas. En el pasado acudió a los servicios de consultoras especializadas y cuando accedió al poder en mayo de 2014 modernizó las políticas de comunicación gubernamentales. Incluso se ha acusado a los medios de seguir demasiado el paso del ejecutivo, centrándose más en impulsar la imagen-país que en informar.
Pero si la imagen exterior es importante para el gobierno, el mundo habla de las violaciones en India. Y si el desarrollo económico y el paraíso para los sentidos que es su cultura y su naturaleza invitan a visitar el país, The Internacional Women’s Travel Centre lo considera el destino más peligroso del mundo para viajar sola (al margen de las zonas en guerra).
Algunas viajeras se arriesgan y retan esa visión, pero son varios los gobiernos que desaconsejan la experiencia. Las advertencias oficiales y mediáticas sobre los frecuentes ataques de género generan críticas de los ciudadanos locales porque condenan al sector turístico, relevante para la economía nacional.
En marzo, una profesora alemana mencionó las violaciones en India al rechazar la inscripción de un estudiante de ese país en un programa académico de la Universidad de Leipzig. El malestar diplomático y el ruido que los internautas indios generaron llevaron al embajador alemán en India, Michael Steiner, a tuitear una carta con un mensaje claro: “India no es un país de violadores”. Desde India se recuerdan frecuentemente las altas tasas de violación que se dan en otros países “aparentemente” más avanzados, como Suecia. Pero es infrecuente encontrar en ellos historias tan brutales de violencia de género como en India. En el verano de 2014, cinco mujeres violadas aparecieron colgadas de árboles en Uttar Pradesh.
Barbero recuerda que Modi impidió la emisión en India del documental de la BBC “India’s daughter”, en el que uno de los violadores, Jyoti Singh, explicaba que la víctima “no debió haberse resistido” y que “una chica es más responsable de una violación que un chico”. Si lo hizo para evitar que la mentalidad misógina subyacente en algunos indios saliera a la luz o para frenar la polémica, no tuvo éxito. El documental y los comentarios derivados del mismo se hicieron virales.
Tras el caso de la joven violada en el autobús, el debate sobre la mujer pasó a primer plano. “Hay segmentos sociales que se han levantado, que quizás tienen más confianza para reclamar sus derechos y no solo cumplir con sus obligaciones, sobre todo en la emergente clase media. Pero más allá de las zonas urbanas y con salvedades regionales, la India rural, todavía mayoritaria, sigue caminando a pasitos”, dice Barbero.
Acaba de morir Aruna Shanbaug, una enfermera de Bombay que permaneció 42 años en coma tras una violación acompañada de estrangulamiento. El caso hizo avanzar las leyes de eutanasia en India (aunque a ella no le fuera aplicada), pero no sirvió para tomar conciencia sobre las violaciones. Simbólico que el ataque sexual que dejó a Shanbaug en estado vegetativo “desapareciera” del expediente, dicen que para protegerla de un posterior aislamiento social. Su agresor nunca fue juzgado por violación; sólo por robo e intento de asesinato.
Triste lectura. Por la precisión de los ejemplos y testimonios. Peor aún. El artículo podría leerse en clave de muchos otros países. En la República democrática del Congo por ejemplo, un 71% de las mujeres congoleñas ha sufrido algún tipo de abuso físico, emocional o sexual por parte de sus parejas; el 1% de la tierra está en manos femeninas, mientras que ellas representan el 67% de la fuerza laboral.
La imagen que la realidad nos ofrece tras estas cifras es aún peor.
Uff. Vaya cifras. Muchas gracias M. por tus aportaciones. Apunto Congo para un próximo (y seguramente triste) análisis.