En Ecuador, los sectores populares se han movilizado en muchas ocasiones y con distintas estrategias con el fin de ganar espacios de poder, representación política y para interpelar al Estado. En su lucha, estos sectores adoptaron múltiples identidades: “campesinos”, “indios”, “negros”, “afros” “trabajadores”, “sindicalistas”, “ecologistas”, “montubios”, “mujeres”, “minorías”. Sin embargo, en las tres últimas décadas, el movimiento que ha demostrado la mayor capacidad de movilización, logrando organizar contundentes manifestaciones sociales, ha sido el movimiento indígena. De hecho, el levantamiento realizado en 1990 marcó un antes y un después en la sociedad ecuatoriana, visibilizando profundos conflictos étnicos y lanzando el debate sobre la necesidad de discutir un nuevo modelo de Estado, el plurinacional, en donde coexistan múltiples identidades y ciudadanías.
Mostró no solamente la existencia de un Ecuador desconocido para la mayoría de una sociedad urbana, con pueblos olvidados, pobres y excluidos, sino que la conmoción social que causó el levantamiento reformuló la dinámica sociopolítica del país. Después de este hito, el movimiento indígena ha sido protagonista de varias movilizaciones de carácter reivindicativo –en lo cultural, económico y, sobre todo, político–, logrando consolidar un discurso que genera sentidos de representación en un amplio espacio de la sociedad nacional.
Es importante recordar que el movimiento indígena ecuatoriano está conformado por una diversidad de organizaciones que van desde las campesinas-agrarias hasta las nativistas y religiosas. El levantamiento indígena de 1990 consolidó a la más mediática, la Confederación de Organizaciones y Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que es la suma de una serie de organizaciones locales que se agrupan bajo una propuesta étnico-cultural y política, integradas en estructuras organizativas que comprenden desde los cabildos comunitarios, organizaciones de segundo y tercer grado, hasta organizaciones regionales de vinculación internacional.
Como nuevo sujeto político, la Conaie pasó a ocupar de manera progresiva el vacío que dejaban los movimientos vinculados a grupos obreros y sindicales que competían también en el escenario electoral de Ecuador, constituyéndose en la principal organización indígena del país, agrupando a una amplia dirigencia formada en la lucha por la tierra y por el reconocimiento cultural y político. En paralelo, se consolidaba un discurso anti-imperialista y antiglobalización que rebasó reivindicaciones particulares, posibilitando la integración de las demandas de otros sectores, como por ejemplo los sindicatos petroleros, campesinos, sectores de las barriadas pobres de las grandes ciudades, ecologistas, mujeres, etcétera.
La Conaie se convirtió en un referente de la lucha popular en Ecuador, trasladándose en 1995 al campo de la política con el nacimiento del movimiento plurinacional Pachacutic, su brazo político. En una coyuntura crítica marcada por la inestabilidad social, Pachacutic se presentó como un actor político subalterno que pretendía ser el portavoz de toda una sociedad nacional. Esto resultó un contra sentido, pues los indígenas son una minoría étnica en el contexto nacional. El desfase provocó una serie de reveses. Su primera participación como movimiento político de alcance nacional fue en las elecciones 2002, en donde se aliaron con el partido Sociedad Patriótica del coronel Lucio Gutiérrez. Acabaron ganando las elecciones presidenciales en segunda vuelta, con el 54,79% de los votos. Su líder histórico, Luis Macas, fue electo diputado, logrando además varios escaños para el partido. Macas defendió la necesidad de fortalecer los parlamentos indígeno-populares, la lucha contra los tratados de libre comercio y el Plan Colombia. En resumen, continuar la lucha contra el modelo neoliberal. La alianza, sin embargo, duró poco: acusaron a Gutiérrez de traicionarlos al no cumplir con el programa anti-imperialista de la campaña y se convirtieron en oposición. El coronel, que optó por una senda más neoliberal y por Estados Unidos como su principal aliado, sería derrocado meses después.
Las siguientes elecciones presidenciales no fueron bien. En 2006, con Macas como candidato, obtuvieron el 2,19% de los votos y en 2013, apoyando al economista ecologista Alberto Acosta, solo el 3,26%. Quedó patente que eran un movimiento regional más que nacional. A los resultados electorales se sumó el nuevo mapa étnico que el censo de 2010 presentó en Ecuador: solo el 7,1% se autoidentificaba como indígena, el 7,2% como afroecuatoriano y un 7,4% como montubio. Evidencia de que los indígenas eran una minoría entre las minorías y que la población mayoritaria del país se autodefinía como mestizo (71,9%).
¿Ha nacido una estrella?
El movimiento indígena se convierte en un actor poderoso mientras controla la movilización, como lo demostró de nuevo en el último levantamiento, en octubre de 2019, donde cercaron la capital por más de una semana y sentaron al propio presidente de la República a dialogar, eliminado el decreto que flexibilizaba el precio de los combustibles. Pero las contradicciones en su desarrollo como actor político permanecen, debido en buena parte a los múltiples intereses que sus líderes han mantenido con los gobiernos de turno, no siempre representando las demandas de sus bases.
De la última revuelta surge la figura de Leónidas Iza, hijo de los históricos dirigentes del levantamiento de 1990, quien intenta consolidar un liderazgo con tintes nacionales y aspira a convertirse en el outsider de las próximas presidenciales. Los problemas y disputas dentro del movimiento indígena y de Pachacutic, sin embargo, no facilitan las cosas a Iza. Otro de sus cuadros políticos, Yaku Pérez, prefecto de la provincia del Azuay, ha sido proclamado potencial candidato a las presidenciales.
Difícil panorama para el movimiento indígena –apoyado por facciones de la izquierda romántica–, no solo por la falta de representación nacional, sino por el discurso sobre el futuro del país. El panorama al que se enfrentará el próximo mandatario será desastroso, a raíz de la profunda crisis social, económica y sanitaria provocada por el impacto del Covid-19. Será necesario un nuevo pacto social, pero desde el movimiento indígena no existe un discurso conciliador con las elites que siguen detentando el poder. Así, más que un Iza o un Yaku, en las presidenciales de 2021 se perfila, como potencial perfil mediático ganador, el de un Bukele: alguien con un discurso conciliador, populista, anticorrupción y anti establishment, pero que acabe encontrando un equilibrio entre las necesidades del pueblo y de los grandes tenedores del poder.