El presidente Recep Tayyip Erdogan, en su clásico discurso postelectoral en el balcón de la sede del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en Ankara, parecía demostrar una posición relajada, sin amenazar a la oposición; pareciendo reconocer su pequeña derrota, aunque él no fuese candidato a ninguna de las alcaldías en Turquía. Quizá lo sabía. Sus cadenas siguen minimizando este fracaso y el único canal internacional turco en inglés, TRT World, insiste en reforzar la idea de que el gran derrotado ha sido el partido kurdo y progresista, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP).
Erdogan seguramente predijo ya este escenario en el que la oposición podía arrebatar ciudades clave al AKP. Tal vez esta realidad se empezó a dibujar precisamente en el momento en que Erdogan decidió legalizar su inmenso poder ejecutivo, legislativo y judicial a través de un referéndum que impuso por primera vez un sistema presidencial en Turquía. Este referéndum, celebrado en abril de 2017, salió adelante solamente con 51,41% de votos a favor, con las grandes ciudades que han caído en estas elecciones en manos de la oposición (Ankara, Estambul e Izmir) votando en contra del sistema presidencialista de Erdogan.
Quizá entonces Erdogan ya vio que su popularidad y la de su partido decaían lentamente en las grandes ciudades. Así, en abril de 2018, Erdogan sorprende llamando a unas elecciones presidenciales anticipadas que se celebraron ese mismo junio con un resultado positivo para él. Según el calendario electoral vigente en esos momentos, esos comicios deberían haberse celebrado en noviembre de este año, pero iban a estar precedidas por las elecciones locales celebradas ayer, las cuales han dejado a un AKP muy debilitado en las grandes ciudades turcas.
Aunque ahora todavía no se sepa si Estambul también ha caído en manos de la oposición, otras grandes ciudades como Ankara o Izmir han sido conquistadas por la Alianza Nacional (Millet İttifakı). Esta coalición política está compuesta por el Partido Popular Republicano (CHP) y el ultra-nacionalista İyi Parti, que a última hora recibió el apoyo indirecto del HDP, quien invitó a sus votantes en las grandes ciudades turcas a votar por esta alianza.
A pesar de la calma mostrada por Erdogan, haber perdido las grandes ciudades, incluida Estambul, va a debilitar su imagen de hombre invencible. Él mismo y sus allegados se han apresurado a hablar sobre inminentes reformas económicas que van a facilitar de nuevo el crecimiento económico en Turquía.
Esta situación es por tanto inaudita en la Turquía de Erdogan. Nunca antes la oposición ha sido capaz de quedarse a tan pocos votos del partido que lleva gobernando Turquía desde 2002. A pesar de estos miedos urbanos, Erdogan y sus aliados insisten en que no va a haber más elecciones en Turquía hasta 2023 ya que a día de hoy el AKP sigue siendo la fuerza más votada, sobre todo en las zonas rurales, la llamada periferia.
Erdogan ha perdido las ciudades más importantes a pesar de mantener un control casi total sobre los medios de comunicación y la opinión pública. Los resultados de estas elecciones demuestran que ningún sistema es infalible y que el actual presidente de Turquía se verá forzado a buscar nuevas fuentes de legitimidad para sostener su inmenso poder.
Además, estas elecciones dejan claro que la polarización política y social en la que vive Turquía, donde los límites del poder del AKP son cada vez más evidentes: las ciudades. Desde las masivas manifestaciones de Gezi en la primavera de 2013, Erdogan siempre ha temido a la oposición urbanita, que hasta ahora no había encontrado ningún referente donde sostenerse ni mirarse.
Estos resultados pueden convertirse en este referente, pero la figura política de referencia nacional para esta oposición está por ver. Erdogan tiene miedo a estos resultados y a las ciudades, pero su carisma a nivel nacional es hoy por hoy inigualable.