El desencanto votó en México. O, mejor dicho, no votó: con un 52% de abstención y hasta un 22% de los mexicanos ignorando que el 7 de junio se celebraban elecciones legislativas –se renovaron los 500 diputados del Congreso de la Unión, más de 1.000 candidatos locales y municipales y los gobiernos de nueve Estados–, el desencanto se presenta como el protagonista invisible de los comicios. Pero este malestar aún no se ha articulado en torno a una opción política determinada. A pesar de experimentar un ligero desgaste, los partidos tradicionales han copado los primeros puestos en número de votos.
Rozando el 30%, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pierde escaños pero se mantiene como la fuerza más votada. Con el apoyo de los Verdes, que han logrado doblar su representación en una campaña clientelista, el PRI podría gobernar con mayoría absoluta. El Partido de la Acción Nacional (PAN) se mantiene a la zaga, con un 22% del voto. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), lastrado por la masacre de Ayotzinapa y la competición de otras fuerzas izquierdistas, desciende al 11.5% del voto.
La emergencia de los independientes ha constituido un soplo de aire fresco en un México necesitado de nuevas referencias políticas. Las reformas políticas del presidente Enrique Peña Nieto han permitido, por primera vez, la participación de candidatos sin afiliación partidista, como Pedro Kumamoto, Manuel Clouthier, y Jaime “El Bronco” Rodríguez. Este último, ex miembro del PRI convertido en reformista, ha arrasado con una campaña centrada en las redes sociales, convirtiéndose en el primer gobernador independiente del influyente estado de Nuevo León.
El Bronco ha definido su victoria como “un despertar” para el país. “Es la primavera mexicana que, bendito Dios, yo inicié,” anuncia en una entrevista con El País.
En realidad la primavera mexicana, aún incipiente, le debe poco al futuro gobernador. como muestra Francisco Goldman en The New Yorker, fue Ayotzinapa lo que hizo despertar a una sociedad mexicana hasta entonces hundida en el fatalismo, enfrentándola con un PRI que no se ha deshecho de la conducta autoritaria que marcó su régimen de siete décadas (1929-2000). Los padres de los estudiantes desaparecidos no dejaron de presionar al gobierno, emprendiendo una gira por Estados Unidos en marzo y liderando una manifestación que recorrió México D.F. en plena campaña, arrancando y quemando la propaganda electoral que se encontraba en su camino.
Parte del voto protesta ha ido a parar al Movimiento de Regeneración Nacional (morena). El partido, impulsado por el antiguo dirigente del PRD Andrés Manuel López Obrador, se consolida como la segunda fuerza más votada en la capital. Según John M. Ackerman, profesor de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, “parece sólo cuestión de tiempo que Morena rebase las significativas conquistas electorales que en su momento tuvo el PRD.”
Por encima de todo, el resultado de las elecciones permite a Peña Nieto respirar tranquilo. Un resultado negativo hubiese puesto su futuro político en peligro: a mediados de abril, una coalición de activistas, políticos y actores pidió revocar el mandato del presidente en caso de que fuese derrotado.
La victoria del PRI coloca a Peña Nieto en una posición paradójica. El presidente se encuentra en el Ecuador de su mandato, y dispone de otros tres años para terminar el Pacto por México, su ambicioso programa de reformas. El repunte de la economía mexicana podría mejorar las perspectivas electorales de su partido de cara a 2018. Al mismo tiempo, el presidente bate récords de impopularidad. Como observa Carlos Vásquez Ferrel, uno de los principales retos del presidente en la segunda mitad de su mandato será gestionar estas “señales contradictorias”.