Es difícil culpar a la señora francesa de cien años de edad que confundió a Angela Merkel con ser la mujer de Emmanuel Macron en el acto conmemorativo del final de la Primera Guerra Mundial. La sintonía entre ambos, capturada en imágenes abrazados que pasarán a la Historia, era abrumadora. Si juzgamos las palabras de Merkel en el vibrante discurso que ha pronunciado ante el Parlamento Europeo, podríamos decir que la canciller se macroniza; ha recordado al presidente francés por su entusiasmo para impulsar la Unión Europea en la recta final de su carrera política.
Quien atente contra las libertades fundamentales en su propio país –que tomen nota unos cuantos– lo hace contra todos los europeos, ha dicho. La canciller ha culminado su discurso con una frase redonda, con el centenario del final de la Gran Guerra en la mente de todos: “El egoísmo y el nacionalismo nunca más pueden prevalecer en Europa. La tolerancia y la solidaridad representan nuestro futuro común y merece la pena pelear por ello”.
También ha defendido la creación de un ejército europeo, que complementaría y no sustituiría a la OTAN. “¿Qué mejor prueba de que nunca más nos pelearemos entre nosotros?”, ha dicho evocando las palabras que un día pronunció Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. El mensaje ha tomado altura hasta llegar al otro lado del Atlántico, donde el tuitero en jefe se dedica estos días a criticar a Macron por anhelar la misma idea.
Donald Trump ha llegado a sugerir que a quien debemos temer los europeos es a los propios alemanes, causantes de los grandes desastres del pasado. “Estaban empezando a aprender alemán en París antes de que [los norteamericanos] llegáramos”, ha dicho en relación a la ocupación alemana y la participación estadounidense en las batallas contra el nazismo. Es difícil acostumbrarse, aunque hayan pasado dos años, a ver un presidente de EEUU trabajando abiertamente para dividir a Europa.
Los continuos aplausos de los eurodiputados de casi todos los grupos, muchos de ellos en pie al final del discurso, sobre todo los conservadores, socialdemócratas y liberales, nos dan una idea de la esperanza que tienen puestas las elites pro-europeas en la canciller, particularmente en estos tiempos de amenazas externas e internas.
El sueño que se respira en Bruselas es el siguiente. Que Merkel aproveche el final de su mandato para, libre de las ataduras de la pequeña política doméstica, pase a la historia como la canciller que aprovechó la peor crisis europea para impulsar su integración. O sea, que la líder de Alemania haga una enmienda parcial a su actual legado.
Merkel está al frente de su partido desde el año 2000. Desde 2005 lidera Alemania y gracias al tamaño de su país y a la fortaleza de su economía, le ha tocado ser la voz más influyente en las múltiples crisis europeas de los últimos años, en especial la del euro. En algo coinciden sus críticos: nunca defendió Europa sin complejos en casa. Hizo demasiado poco y demasiado tarde y no se atrevió a hacer en Alemania un discurso como el que acaba de hacer en la Eurocámara, o como el que hizo Macron en la Universidad de la Sorbona.
“Merkel paga la penitencia por sus pecados en la crisis del euro”, dice el economista Joseph Stiglitz. El partido ultra alemán, Alternativa por Alemania, cuyo líder ha relativizado recientemente los males que causó el nazismo, sube como la espuma. Es el tercero en Alemania y el espejo de tantos otros extremistas del continente.
Si Merkel hubiera explicado en los momentos difíciles, como le sugiere el socialista alemán Jo Leinen, que los alemanes son los “vencedores y ganadores de la UE”, que les va y les ha ido de maravilla gracias a Europa, es probable que el discurso ultra no hubiera crecido tanto.
Algo similar ha entonado su compatriota Udo Bullmann, líder de los socialdemócratas en la Eurocámara. “El ascenso ultra podría haber sido desarticulado a tiempo con discursos convincentes”, ha dicho en un encuentro con periodistas en Estrasburgo. Pero no conviene engañarse sobre la realidad política alemana. ¿Planteó el SPD, socio casi todos estos años de Merkel, una alternativa real y en voz alta a la política europea de la canciller?
Se agota el tiempo de Merkel. En tres semanas dejará la presidencia de su partido. Es difícil que, dada la fragilidad de su gran coalición, logre terminar su mandato en 2021. La Historia dictará sentencia según sus próximos pasos, como le ha recordado el eurodiputado Javi López en el hemiciclo.
Merkel tiene una oportunidad única de impulsar Europa junto con Macron, el presidente francés más europeísta. Lo más urgente: una reforma consistente de la zona euro. No todo depende ya del eje franco-alemán, pero si ambos líderes quieren, podrían impulsar las reformas pendientes para blindar el sueño europeo de las pesadillas de las próximas generaciones. ¿Pasará Merkel de las palabras a los hechos?