Angela Merkel ha sido reelegida canciller de Alemania por cuarta vez. Al menos 35 diputados de la coalición negaron su voto a la mandataria, que obtuvo apenas nueve votos más de los necesarios. Es equivocado interpretarlo como señal de debilidad. No olvidemos que son tradicionales este tipo de resultados ajustados en las coaliciones entre democristianos (CDU) y socialdemócratas (SPD). Máxime teniendo en cuenta los seis complicados meses y negociaciones transcurridos desde los comicios.
Han sido 171 días de incertidumbre que han tenido su parte positiva. Por un lado, han demostrado que el sistema político alemán está preparado para este tipo de contingencia. Por otro, han enseñado a los germanos que conviene manifestar una mayor humildad a la hora de juzgar circunstancias políticas semejantes en difíciles contextos socioeconómicos.
El gobierno se compone de siete mujeres y nueve hombres. Aumenta de forma ligera la proporción de mujeres: un 43,8%. La cuota en el Parlamento es mucho menor: apenas un 31%. Merkel, científica, está acompañada de seis politólogos, cuatro abogados, tres economistas y dos médicos. La edad promedio del gabinete es de 51,2 años. El ministro de más edad es el bávaro Horst Seehofer (68 años), seguido de la canciller (63). Dos ministros tienen menos de 40: el de Salud, Jens Spahn (37), y la de Familia, Franziska Giffey (39).
Del anterior ejecutivo quedan, aparte de Merkel, Heiko Maas (51) y Peter Altmaier (59). Al frente de la cartera de Justicia, Maas desató un amplio debate con su ley contra el odio en Internet. En su nueva función como titular de Exteriores ganará popularidad y se especula que será el próximo candidato a canciller del SPD. El exministro de la Cancillería, Altmaier, hombre de confianza de Merkel, pasa a ocupar Economía y Energía. Un ministerio que tras la pérdida de Finanzas a manos del SPD se considera de particular importancia en la CDU.
Únicamente dos mantienen su cargo. El bávaro Gerd Müller (62), quien combate las causas de la migración desde el ministerio de Desarrollo. Y Ursula von der Leyen (59) en Defensa, donde sigue bajo presión por asuntos relacionados con el equipamiento y la preparación operacional del ejército. Su nombre suena como próxima secretaria general de la OTAN, puesto que queda vacante en dos años.
El socialdemócrata Olaf Scholz (59) sucede a Wolfgang Schäuble en Finanzas. El exalcalde de Hamburgo tratará de evitar contraer nuevas deudas tal como ha quedado fijado en el acuerdo de coalición. Una cláusula que no ha gustado a muchos de sus compañeros de partido. Otro socialdemócrata, Hubertus Heil (45), ocupa el ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, donde dispone de un presupuesto de más de 100.000 millones de euros, siendo la cartera con los gastos más elevados. La presidenta adjunta de la CDU, Julia Klöckner (45), dirigirá el ministerio de Agricultura. El hasta hace poco primer ministro de Baviera, Seehofer, se convierte en ministro del Interior. Pretende impulsar una política migratoria más restrictiva.
Según la Oficina Federal de Estadística, en 2016 alrededor del 13% de los alemanes tenían un trasfondo migratorio. Se trata de los nacidos (o al menos uno de sus padres) sin un pasaporte alemán. La mayoría de ellos procede de familias repatriadas de los antiguos Estados soviéticos o tienen raíces turcas. Esto no se refleja en la composición del gobierno; solo en el caso de la ministra de Justicia, Katarina Barley (49), cuyo padre es de Reino Unido. Barley luchará por el fortalecimiento de los derechos de las mujeres y el fomento de la igualdad de género en todos los ministerios.
¿Nuevos aires en Alemania?
Entre los objetivos a nivel nacional destaca el de recuperar la confianza perdida. Fue el sereno al tiempo que rotundo mensaje del presidente federal, Frank-Walter Steinmeier: “Para recobrar la confianza perdida no bastará un sencillo barniz de novedad sobre lo que había antes. Este gobierno deberá demostrar con nuevas y mejores soluciones su eficacia”. La jefatura del Estado no es un puesto simbólico y así lo ha demostrado Steinmeier, cuya intervención en esta crisis cuando en diciembre apeló a la responsabilidad de los políticos ha sido decisiva.
El ejemplo más claro ha sido la propia canciller, quien tuvo que persuadir a sus antiguos socios del SPD para otra “gran coalición”. Tampoco fue fácil convencer a sus aliados bávaros de la Unión Social Cristiana. El precio que Merkel ha tenido que pagar ha sido muy alto ante el descontento en su formación. Una de las concesiones ha sido tener que dar entrada a Spahn, un rival en la CDU, como ministro de Salud. La ambición del miembro más joven del gabinete es grande. Es lo contrario a Merkel. Quiere limitar el número de refugiados. Apuesta por políticas de ley y orden. Para él, consenso es sinónimo de parálisis. Pero no quiere ser tildado de halcón; quiere ser visto como un conservador liberal. “Quiero luchar contra los extremistas de derecha y los lemas de derecha, tanto como contra el islamismo de derecha”, afirma. Lamenta la “cultura machista de muchos migrantes” y votó en 2016 contra la propuesta de Merkel de aprobar la doble nacionalidad. En el debate sobre la apertura del matrimonio homosexual, abogó por el sí. Y se casó al poco tiempo con su pareja, el periodista Daniel Funke.
Es también previsible que a partir de ahora la líder socialdemócrata en el Bundestag, la enérgica Andrea Nahles, hará notar a la canciller que el papel del SPD –aunque debilitado– va más allá de comparsa en la gran coalición. Merkel, cuya popularidad tras 12 años en el poder ha sufrido una lógica erosión, debe –si no reinventarse– sí tratar de persuadir a los electores que tiene algo nuevo que ofrecer. Para ello tendrá que estimular y apoyar las iniciativas de las muchas caras nuevas en el ejecutivo. En una palabra: mostrar más espíritu de equipo.
Parte visible de la renovación son los proyectos de reestructuración del gobierno federal. Así se agrega Construcción y Heimat (patria) a Interior, y se actuará centrándose en los ámbitos de asuntos digitales, educación y capacitación laboral.
Destaca asimismo la voluntad de la canciller de recuperar a los votantes perdidos. En especial a aquellos que por inseguridad ante la inmigración y la globalización han optado por el discurso del miedo de la Alternativa por Alemania. Eso significa hablar de seguridad y migración. Arrebatar esos votos al populismo ha de ser prioritario para todos los partidos moderados. El político verde e hijo de inmigrantes turcos Cem Özdemir demostró cómo enfrentarse al odio y la exclusión. Demostró que el amor a la patria y el orgullo de ser alemán, en vez de ligarse siempre a oscuras épocas pasadas, pueden constituir un incentivo para ayudar a construir la sociedad plural y libre que Alemania representa.
Un nuevo impulso para Europa
El desafío internacional de Merkel es revitalizar la idea de la Unión Europea. Sus socios, a la cabeza Emmanuel Macron, esperan. Es interesante señalar cómo estos meses han cambiado la percepción de los otros Estados miembros sobre Alemania. De ser considerada una excepción con una campaña electoral monótona y sin un gran partido anti-UE, Alemania ha pasado a ser vista como un país más o menos normal.
El acuerdo de coalición lleva por título “Un nuevo impulso para Europa”. Hay pocos programas gubernamentales con un compromiso y entusiasmo tan explícitos. Se favorece una reforma de la zona euro, gran proyecto de Macron. Se propone crear un nuevo presupuesto de inversión. Y que el mecanismo europeo de estabilidad se convierta en un verdadero fondo monetario europeo, cuyo control recaería sobre el Parlamento Europeo. Incluso se afirma que “estamos igualmente dispuestos a contribuciones más altas de parte de Alemania al presupuesto de la UE”. Los detractores, por supuesto, temen que Berlín pague todas la deudas de Europa. Y subrayan lo imprudente que resulta pagar sin exigir compensaciones. Sin embargo, Bruselas celebra lo que considera una respuesta contundente a populismos y euroescépticos.
El problema más grave es que la reforma se apoya de modo casi exclusivo en la cooperación con Francia. Es cierto que sin estos dos países nada funciona. Pero necesitan el apoyo de los demás y la cooperación europea no atraviesa su mejor momento.
Las competencias de la Unión en política exterior y defensa deben ser mayores. Con el gobierno de Alemania ya operativo, la UE tiene que salir del inmovilismo para encontrar su lugar en el mundo de Trump, Putin y Xi.
El estilo de liderazgo de la canciller seguirá siendo moderado y pragmático. Sin dejar de ejercer su autoridad, Merkel busca el consenso. Un ejemplo entre muchos es que después de criticar su “pasividad” en las conversaciones para llegar a la coalición, al final lo que prevaleció una vez más fue el enfoque de la mandataria. Ahora no va a abandonar esta fórmula que le ha resultado tan exitosa.