Leon Panetta, exsecretario de Defensa de Estados Unidos, exdirector de la CIA y burócrata pragmático por excelencia, acaba de publicar sus memorias. Worthy Fights alaba a Barack Obama, pero ocasionalmente ahonda en críticas empleadas frecuentemente contra el presidente: demasiado indeciso, demasiado reacio a tomar decisiones difíciles: un buen analista pero un líder mediocre. Debiera haber armado a los rebeldes moderados en Siria; debiera haber castigado a Bachar el Asad por emplear armas químicas, etcétera.
Panetta no es el primero en criticar a su antiguo jefe. A lo largo de 2014, las memorias de Robert Gates (exsecretario de Defensa), Timothy Geithner (Tesoro) y Hillary Clinton (Estado) ya presentaban un balance de la presidencia Obama. Aunque todas muestran una imagen positiva (en especial las de Geithner, que se centran en su experiencia en la lucha contra crisis financieras), también contienen críticas a la gestión de Obama, especialmente en materia de política exterior. Panetta, Gates y Clinton, que este verano se distanció públicamente de la política exterior del presidente, siguen la estela de Vali Nasr, antiguo oficial de la administración Obama, que tras su dimisión y la publicación de The Dispensable Nation se convirtió en uno de sus principales críticos.
Hasta aquí, nada nuevo. Las peleas encubiertas entre altos oficiales son comunes en cualquier administración, especialmente una en que las cosas no van bien. Aunque evitaron criticar a su presidente, Dick Cheney, Condolezza Rice, y Donald Rumsfeld se pasaron la patata caliente de una política exterior desastrosa en sus respectivas memorias. España no es ajena a estos ajustes de cuentas, como mostró la polémica entre Pedro Solbes, Miguel Sebastián y el difunto David Taguas tras la publicación de Recuerdos, las memorias del que fuera ministro de Economía de Zapatero. La diferencia, como señala Edward Luce en el Financial Times, es que ahora las críticas apuntan al presidente, y las memorias se están publicando durante su mandato.
¿Por qué esta insistencia en destacar los errores del presidente? Existen dos hipótesis. La primera es que la política exterior de Obama es tan nefasta que hasta los miembros de su equipo se sienten obligados a criticarle. La derecha americana lleva seis años denunciando a viva voz lo que considera una política exterior débil, cuando no “anti-americana”. Pero incluso los críticos ecuánimes se muestran insatisfechos. The Atlantic ha publicado un reportaje minucioso de la política exterior de Obama, en el que el presidente aparece como un analista receloso que ha centralizado la toma de decisiones en torno a un grupo reducido de asesores, marginando a los departamentos de Defensa y Exteriores. “¿Debiera haber sido presidenta Hillary?”, se pregunta Timothy Garton Ash, calificando el balance de Obama como “muy malo en política exterior”.
Las críticas tienen parte de razón. Pero una proposición no se convierte en verdad por el mero hecho de repetirla, y lo cierto es que la política exterior de Obama, en comparación con la de George W. Bush, es de una lucidez pasmosa. La segunda hipótesis es mucho más mundana y a decir verdad, plausible: las memorias contienen críticas porque necesitan vender ejemplares.
El caso de Clinton ejemplifica un primer problema: publicar memorias de este tipo conlleva una inversión considerable. El anticipo de la política por su primer libro de memorias fue de ocho millones de dólares; se rumorea que el de Hard Choices ronda en torno a los 14. Su marido, Bill Clinton, recibió un anticipo de 15 millones para escribir My Life. Aunque Hard Choices se ha publicado como primer paso de su autora en dirección hacia la Casa Blanca, el volumen de los anticipos obliga a añadir a las memorias detalles controvertidos que atraigan a posibles lectores. Los casos de Gates y Panetta no han sido escritos para una campaña electoral, pero también son sintomáticos de la manera en que la industria editorial está reinventando el género, haciendo de la memoria exprés el formato estándar para futuros exestadistas.
En lo que a vender copias se refiere, la memoria exprés no defrauda. El libro de Gates arrasó en el Pentágono, vendió 80.000 copias en su primera semana y 214.000 hasta la fecha. Para Hard Choices, la cifra en los primeros cinco días es de 100.000 ejemplares. Las memorias de Hillary adelantaron a las de Gates en número de ventas este agosto.
El precio a pagar –valga la ironía– es un tipo de memoria menos ponderada y más sensacionalista. Las mejores memorias requieren un periodo mínimo de reflexión para ganar perspectiva. Independientemente de que las críticas de altos cargos como Gates y Panetta resulten acertadas, la inmediatez que caracteriza la industria de las memorias está transformando el género. Las nuevas memorias se están convirtiendo en armas arrojadizas antes que testimonios útiles.