Marruecos celebró elecciones el 7 de octubre y, casi cuatro meses después de que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PDJ) las ganase, aún no se ha conseguido confeccionar un gobierno pleno y estable. Las elecciones generales no eran a priori un proceso conflictivo, ni del que cabía esperar un resultado preocupante. De hecho, se afrontaban como un trámite más en la vida democrática del país. Desde la promulgación de la Constitución de 2011, en Rabat prima la estabilidad, por lo que las últimas elecciones tenían una importancia relativa. ¿Qué sucede, pues, en Marruecos?
Si prestáramos un poco de atención, nos daríamos cuenta de que el escenario político marroquí requiere un detallado análisis en razón de la particular coexistencia de poderes, de la naturaleza de los actores y del papel que el país desempeña en su relación con la Unión Europea en particular y con Occidente en general, como explicó Hernando de Larramendi en un seminario sobre Marruecos que tuvo lugar en Casa Árabe el 23 de enero.
Al echar la vista atrás vemos que en 2011, con la eclosión de las primaveras árabes, el panorama en el norte de África presagiaba grandes cambios. En Marruecos había surgido el Movimiento 20-F, una serie de movilizaciones en vísperas de las elecciones que reclamaban una monarquía constitucional y parlamentaria, y así poder constituir un Estado de pleno derecho. La Constitución de 2011 no llegó a satisfacer esas necesidades. Cinco años después, Marruecos se encuentra con los restos del naufragio de las primaveras árabes.
A las guerras en Siria y Yemen hay que sumar la inestabilidad en Libia y la creciente amenaza que supone el Estado Islámico y el terrorismo. Todo ello aderezado con la crisis de los refugiados. En mitad de la tormenta, el gobierno marroquí intenta establecer una agenda estable y asentar los patrones de conducta de su proceso democrático. Evidentemente, no es tarea fácil.
Polarización
En Marruecos en estos momentos hay dos facciones políticas bien definidas y diferenciadas. Por un lado tenemos al PJD, liderado por Abdelilah Benkirán, y por otra al Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), con Ilyas El Omari a la cabeza y el respaldo de la monarquía. Mientras el PDJ mantiene una postura claramente proislamista, el PAM se viste con ropajes de formación laica y “liberal”.
En octubre, el PDJ consiguió evitar el desgaste que causan cinco años al frente del gobierno. Desde entonces, batalla por conformar un gobierno. Muchas de las reformas y de los cambios que esperaba la ciudadanía no han tenido lugar, ni se ha llevado a cabo el reequilibrio de poderes propuesto en 2011. En su lugar, está resultando muy costoso confeccionar un gobierno a la altura de las circunstancias, con demasiados asuntos en juego y uno destacado: la correlación de fuerzas entre el principal partido de Marruecos y la monarquía, como señala Bernabé López.
Debido a la gran ventaja electoral del partido de Benkirán, todo apuntaba a que el PDJ formaría un gobierno de coalición junto a la Agrupación Nacional de Independientes (RNI), al Movimiento Popular y al Partido del Progreso y el Socialismo, excomunista. El 4 de enero, el RNI puso como condición que se unieran dos partidos más a la coalición: la Unión Constitucional y la Unión Socialista de Fuerzas Populares. Benkirán dijo no.
Así, el país se encuentra en un bloqueo parlamentario que podría derivar en una crisis política. ¿Lograrán dar el salto hacia delante? Como decía T.S. Eliot, “las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado. Las palabras del próximo año esperan otra voz”. Marruecos anda a la busca de un nuevo diálogo entre ciudadanía, monarquía y gobierno.