España está decidida a convertirse en miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En la persecución de este objetivo, el rey Felipe VI asistirá mañana a la 69 reunión de la Asamblea General. Tras las ponencias de Brasil, Estados Unidos y Uganda, será el turno de que el rey seduzca a los Estados miembros con un discurso sobre las múltiples dimensiones y capacidades de la política exterior española.
En las agendas de los reyes y del ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel García-Margallo, no cabe una cita más esta semana. Asistirán en Nueva York a reuniones bilaterales y multilaterales, como un desayuno con representantes latinoamericanos; irán a la Cumbre del Clima; la reina visitará a representantes de la FAO y Unicef; los reyes se reunirán con el presidente de EE UU, Barack Obama, y con el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon; García-Margallo participará en las cumbres sobre el ébola o la situación en Libia y Ucrania… entre otros compromisos. En resumen, una simple muestra de los intensos esfuerzos diplomáticos que lleva realizando España para ser elegida miembro no permanente del Consejo para el período 2015-2016.
Desde que se presentó la candidatura española en 2005, se ha invertido mucho en el proyecto, y Exteriores ha acelerado el ritmo este año, lo que ha llevado al ministro a asistir a la cumbre de la Unión Africana en enero, visitar los países caribeños en mayo o asegurar ante representantes de 17 Estados africanos que de ser elegida, España representaría al continente para reformar el sistema de Naciones Unidas.
Si resulta elegida, España pasaría a formar parte del grupo de representación de Europa Occidental, aunque la carrera con los otros dos candidatos, Turquía y Nueva Zelanda, está siendo dura. Según fuentes del ministerio, España tendría asegurados unos 150 votos, aunque no se olvida que los rivales pisan fuerte y que el voto, al fin y al cabo, será secreto.
Según está configurada la composición del Consejo de Seguridad, cada año se eligen cinco miembros no permanentes −para sumar un total de diez− por un mandato de dos años, con representación constante de todos los continentes: dos representantes de Asia y tres de África –entre estos cinco ha de haber un representante de los Estados árabes–; dos de Europa Occidental; uno de Europa Oriental; y dos de América Latina y Caribe. Los miembros no permanentes son elegidos por un mínimo de dos tercios de la Asamblea General, lo que significa tener que asegurarse al menos 129 votos.
Batalla diplomática internacional
Este año salen del Consejo Argentina, Australia, Luxemburgo, Corea del Sur y Ruanda, lo que deja dentro a Chad, Chile, Jordania, Lituania y Nigeria. Los aspirantes a ocupar las plazas vacías son Malasia por Asia y Angola por África, Venezuela por América Latina y Caribe, y la gran disputa entre España, Turquía y Nueva Zelanda por los dos puestos para Europa Occidental.
Angola y Malasia son dos apuestas seguras. Pese a que en un principio hubo una confrontación de candidaturas entre Malasia y Bangladesh, Daca acabó por retirarse y pasar a apoyar a su rival. Por su parte, Angola recibió el respaldo unánime de la Comunidad de Desarrollo de África Austral integrada, entre otros, por Malaui, Zimbabue, Madagascar, República Democrática del Congo y Suráfrica. Además, los dirigentes angoleños han multiplicado sus contactos bilaterales a lo largo del año, logrando el apoyo de Brasil, Corea del Sur o Chile, tras la firma de un acuerdo de cooperación entre las compañías petroleras de propiedad pública de ambos Estados.
Tres Estados miembros para dos puestos en el Consejo es una situación inusual. Nueva Zelanda se hará con un asiento, previsiblemente. Lleva 20 años sin presentarse para una posición de estas características, emplea un modelo de diplomacia suave y no está involucrada en conflictos con otros países. Vende su candidatura al Consejo como un reflejo de su espíritu multilateralista y pacífico, comprometido con el desarrollo sostenible y con su papel de defensor de los intereses de otros Estados pequeños.
Turquía es el gran rival de España según los analistas, e incluso su campaña ha sido tildada de agresiva. Sus bazas son su posición estratégica en el Mediterráneo y Oriente Próximo y la gran inversión que está realizando en la campaña para hacerse con un puesto en el Consejo. Un ejemplo más del poder del dinero es Timor Oriental, que ha retirado su apoyo a Madrid a favor de Ankara, que aumentará los fondos destinados a la cooperación con este pequeño Estado.
Mientras, García-Margallo se hace eco del precio que las políticas de austeridad están teniendo para la candidatura española. Las cartas que España juega son los votos de América Latina –exceptuando Brasil, cuyos objetivos en el Consejo no coinciden con los españoles– y de los miembros de la Unión Europea, menos Reino Unido, que votará a Nueva Zelanda, parte de la Commonwealth.
Punto y aparte es Venezuela. Este verano su candidatura recibió el apoyo del Grupo de América Latina y el Caribe. Argentina, el representante saliente del grupo latinoamericano y caribeño en el Consejo, es partidaria de que Venezuela se haga con el puesto. Sin embargo, en 2006 la candidatura venezolana contó con la oposición de EE UU tras aquella comparecencia en la Asamblea General en la que el expresidente Hugo Chávez llamó diablo a George W. Bush. EE UU lanzó a Guatemala a la palestra para competir con Venezuela, que acabó por retirarse.
En esta ocasión, Washington no se opondrá a la candidatura de Caracas, aunque ha expresado su preocupación por las supuestas violaciones de derechos humanos en el país, lo que también ha destacado Navi Pillay, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
El 14 y 15 de octubre se celebrarán las votaciones y sabremos quiénes han logrado hacerse con un asiento en el Consejo de Seguridad. Hasta entonces, todos los candidatos apurarán al máximo los contactos y apoyos nuevos que puedan atraer utilizando todas las armas que encuentren a su disposición. Recordemos que la diplomacia no descansa. Pero la realpolitik tampoco.