Esta semana en Informe Semanal de Política Exterior: Rusia y China.
La reciente visita del presidente ruso, Vladimir Putin, a Pekín, en el marco de la XII cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), ha marcado la puesta de largo de la múltiple cooperación –política, diplomática, económica y militar– que han emprendido China y Rusia y que la gestión de la crisis siria en la ONU ha puesto en evidencia.
La oposición de Moscú y Pekín al escudo antimisiles desplegado por Estados Unidos en varios de sus países aliados y sus recientes maniobras navales conjuntas en la costa oriental china, añaden a esa convergencia de sus respectivos intereses geoestratégicos un cierto aire de guerra fría con Occidente.
Pero las apariencias suelen ser engañosas. Por una parte, es cierto que el comercio bilateral ha crecido notablemente en los últimos años, mientras que los problemas de fronteras han pasado a un segundo plano. El “matrimonio de conveniencia” entre Moscú y Pekín tiene un anclaje pragmático en la OCS, una emergente organización subregional cada vez más visible en Asia Central debido a la creciente importancia económica y en materia de seguridad que para China tienen las antiguas repúblicas exsoviéticas de esa región, que el Kremlin sigue considerando parte natural de su esfera de influencia.
Pero en realidad ese acercamiento se produce entre dos polos de poder con visiones distintas de su entorno geopolítico inmediato y del mundo, por lo que la consolidación de un nuevo eje que desafíe el poder global de EE UU es más ilusorio que real. De hecho, Moscú teme que la retirada de las fuerzas internacionales de Afganistán aumente la influencia china en la región.
Rusia es al mismo tiempo el país más extenso del mundo y el que sufre una de las contracciones demográficas más aceleradas de la historia, por lo que es consciente de que sus enormes recursos naturales en Siberia son especialmente vulnerables, si alguna vez el gigante asiático se ve tentado a traducir su poder económico en ambiciones territoriales.
Occidente sigue siendo clave para la política exterior y las relaciones comerciales rusas. La Unión Europea es el primer destino de sus exportaciones de hidrocarburos. Con China ocurre algo similar: en EE UU y en la UE es donde busca la tecnología que necesita para consolidarse como gran potencia, mientras que Rusia solo representa el 2% del total de su comercio exterior.
En términos energéticos, China depende más de Oriente Próximo y África que de Rusia, cuyas redes de oleoductos y gasoductos están orientados abrumadoramente hacia Europa. Cambiar su dirección implicaría inversiones multimillonarias en infraestructuras que tardarían décadas en construirse.
Todo ello resulta demasiado futurista para países con prioridades económicas mucho más urgentes. ¿Hasta cuándo durará la luna de miel entre Moscú y Pekín? Todo dependerá del momento en el que uno u otro se vean obligados a marcar distancias para defender su visión propia del mundo, sea en la gestión de un conflicto como el sirio o en las divergencias en torno a un socio común importante. En esos eventuales escenarios es donde los viejos contenciosos bilaterales no resueltos –de fronteras pero también de liderazgo regional– podrían volver a aflorar.
Para más información:
Ben Judah, Jana Kobzova y Nicu Popescu, «¿Cómo debe la UE tratar con una Rusia post-BRIC?». Política Exterior 146, marzo-abril 2012. (En abierto)
Dmitri Trenin, «Rusia: el resurgimiento de la política». Política Exterior 146, marzo-abril 2012. (En abierto)
Yolanda Fernández Lommen, “El futuro incierto de China. Retos del duodécimo Plan Quinquenal”. Economía Exterior 56, primavera 2011. (En abierto)
Kerry Brown, “China 2020: el camino incierto del cambio político”. Política Exterior 145, enero-febrero 2012.
[…] a nivel estratégico”. En ese sentido, la cumbre tal vez haya quedado eclipsada por la de la Organización de Cooperación de Shanghai, celebrada al mismo tiempo que la de los […]