En las cumbres se halla la paz.
Johann W. Goethe
La guerra en Siria se perfila como la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra mundial, con más de 300.000 muertos y aproximadamente el mismo número de heridos o desaparecidos, de acuerdo con cifras del Syrian Observatory for Human Rights. La mitad de los 22 millones de sirios se ha visto desplazada de sus hogares. La situación humanitaria es, cuanto menos, alarmante. El país representa además el mayor campo de batalla que hoy existe para el sectarismo que desgarra Oriente Próximo, con implicaciones incluso para las futuras fronteras del vecindario. Ha posibilitado y alentado que se establezca y desate el terrorismo más inhumano. Y no solo desestabiliza la región, sino también Europa, poniendo de relieve las debilidades de uno y otro.
Mapa de los ataques aéreos declarados en #Siria #siriawar pic.twitter.com/hBzC8eqX1s
— Arabia Watch (@arabiawa) enero 30, 2016
La situación en el campo de batalla evoluciona, se complica y cobra mayor relevancia: aumentan en cifra e intensidad los conflictos superpuestos, así como los países involucrados. Estos días todos –ellos y nosotros– dirigen su atención a Ginebra, donde se retoman por tercera vez unas negociaciones de paz que encallaron en 2014. El enviado especial de Naciones Unidas para el conflicto, Staffan de Mistura, ha precisado que esta cita no debería ser considerada una nueva ronda de negociaciones, una suerte de Ginebra III. Los peores augurios parecen darle la razón. Las conversaciones sufrieron un retraso debido a los desacuerdos sobre quiénes serían los invitados. Las invitaciones fueron finalmente enviadas, pero el propio De Mistura ha advertido que habrá mucho postureo, intensificado tras cada acontecimiento sobre el terreno.
Los participantes no se sentarán a la misma mesa, ni siquiera en la misma habitación: se tratará de un ejercicio de diplomacia itinerante entre suites. Si todos las partes están al final presentes, la esperanza reposa en que nadie abandone la mesa. Todo apunta a que alguien inevitablemente lo hará. A estas alturas de una guerra asoladora resulta tentador considerar la propia posibilidad de conversaciones como un logro. Son varias las razones que nos llevan a sospechar que se convertirán en un ejemplo más de lo que The Guardian denomina fake diplomacy. Quizás un cuadro recapitulatorio que sintetice las posturas y vacilaciones de los distintos actores ayude a diagnosticar los claroscuros y perspectivas poco halagüeñas de este proceso de paz.
Estas negociaciones beben de dos destacadas iniciativas infructuosas, las llamadas Ginebra I y II. Estas a su vez encuentran como cimiento las conversaciones de Viena a nivel de ministros de Asuntos Exteriores, que culminaron el 14 de noviembre del pasado. En un nuevo esfuerzo de la comunidad internacional por hablar en serio de paz, era la primera vez que Irán estaba presente en un evento de estas características. El momentum diplomático era propicio: acuerdo nuclear con Teherán, último año de presidencia de Barack Obama, crisis de refugiados en el Mediterráneo, un lustro desde la primavera árabe… El 18 de diciembre marca un nuevo punto de inflexión y se rompe el ciclo de resoluciones vetadas por Rusia y China, y el Consejo de Seguridad de la ONU aprueba por unanimidad la Resolución 2254, que retoma los principios de Viena y avala una hoja de ruta para alcanzar una solución política a la guerra civil siria. Criticado por limitarse a confirmar el alineamiento entre Rusia y Estados Unidos y canonizar el status quo, el texto se refiere a los siguientes aspectos:
La Resolución 2254 ha sido aclamada como un hito para la diplomacia internacional y en lo que al conflicto en Siria se refiere. Las omisiones y deficiencias, tanto del texto como del proceso, nos proporcionan sin embargo alguna pista sobre el futuro de las negociaciones.
¿Qué hay de Bachar el Asad? En primer lugar, la hoja de ruta para Siria no se pronuncia sobre el papel de El Asad en el futuro de Siria, al tratarse de una cuestión que debe ser decidida por las partes en conflicto en la mesa de negociaciones. Declaraciones y acciones desde Damasco dejan claro que el mantenimiento de El Asad en el poder sigue siendo su máxima prioridad, no solo por el papel simbólico y político del presidente, sino también porque sigue siendo clave para evitar que el aparato del régimen se derrumbe. En el ámbito internacional, a pesar de que las posturas de Rusia y EE UU sobre El Asad puedan parecer hoy menos antagónicas de lo que eran hace un año, no queda nada claro si este es el caso de Turquía, Arabia Saudí e Irán, que siguen siendo en gran medida incompatibles. La postura de las partes parece irreconciliable, la posibilidad de una presión internacional coordinada que puedan ejercer las partes es altamente cuestionable.
¿Quién decide? Por otra parte, y a pesar de la Cumbre de Riad, sigue sin darse respuesta al dilema de quién hablará en nombre de la oposición siria. Todos y cada uno de los actores en el seno de la oposición tienen objetivos, medios e ideologías dispares. Lo único que comparten es su deseo de derrocar a El Asad. A veces incluso luchan juntos con ese fin. Otras veces sin embargo luchan entre sí. El primer gran dilema gira en torno a la participación de los kurdos, entre los que también se distinguen varias facciones, a lo que los turcos se oponen con todas sus fuerzas.
El segundo encuentra como principal obstáculo el término “moderado”. Cuando la Resolución 2254 reconoce la labor de Jordania a la hora de determinar qué grupos deben ser definidos como grupos terrorista, omite deliberadamente referirse a la otra cara de la moneda: definir quién tiene que conformar la oposición. Encontrar terreno común al etiquetar al Estado Islámico o Jabhat al-Nusra como grupos terroristas es relativamente fácil; no así ponerse de acuerdo sobre la lista 160 facciones que Jordania ha incluido en su lista de organizaciones terroristas.
Mientras que un alto el fuego representaría ya una hazaña en circunstancias normales, será aún más difícil implementarlo teniendo en cuenta que este alto el fuego no se aplica a estos grupos considerados terroristas. Por último, la Resolución reconoce el papel de la ONU en el seguimiento e implementación del alto el fuego entre Damasco y la oposición, pero evita pronunciarse sobre cómo la organización debería operar en áreas donde la oposición “moderada” lucha codo con codo junto a estos grupos “terroristas”.
¿Proceso 100% sirio? Tanto en el caso de Viena como en el de Nueva York se trataba de nuevo de negociaciones “por delegación” –al igual que de hecho, en muchas ocasiones, sucede con la propia contienda– en las que no estaba sentado a la mesa ninguno de los combatientes sobre el terreno, aunque sí sus aliados y representantes no oficiales. Lejos de la “solución 100% siria” que proclamaban sus textos y declaraciones. Dada la naturaleza altamente fraccionada y profundamente militarizada de la guerra civil, no hay acuerdo creíble que pueda ser discutido, y mucho menos implementado, sin la participación de los principales grupos combatientes, excepción hecha de los terroristas.
Los civiles, antes que nada. La Resolución insta a todos los Estados miembros a que apoyen los esfuerzos para lograr un alto el fuego pero no habla de proteger a los civiles (mediante instrumentos como corredores humanitarios, zonas de exclusión aérea…). No debería olvidarse que una de las principales características de esta contienda es la brutalidad de sus acciones y consecuencias. De hecho, la Resolución habla de ciudades sitiadas, pero no exige el levantamiento del sitio en ninguna de esas localidades.
¿Expectativas demasiado altas? En el texto, a pesar de las reticencias iraníes, se hablaba de establecer un gobierno transicional. John Kerry y otros oficiales han vuelto a retomar estos días el término “gobierno de unidad nacional”, que despierta sospechas en torno a la inclusión de representantes del régimen. En vista de la situación dentro y fuera del terreno, así como de numerosos precedentes, el objetivo de lograr un “gobierno creíble, inclusivo y no sectario” en un plazo de seis meses parece exageradamente ambicioso. Tampoco resulta fácil a estas alturas determinar quiénes podrían ser los candidatos en futuras elecciones y, de nuevo, si El Asad podría ser incluido en esta lista.
¿Qué hay de los aliados internacionales? Los predecesores de De Mistura, Kofi Annan y Lakhdar Brahimi, denuncian que sus esfuerzos se vieron socavados por rivalidades internacionales. A medida que aumenta la injerencia extranjera en ambos bandos, disminuye la probabilidad de que alguien “gane” o “pierda”, y por tanto de que alguien esté verdaderamente dispuesto a negociar. La reunión de Viena sentó en la misma mesa a saudíes e iraníes. Hoy, sin embargo, un compromiso entre estas potencias, en particular tras la reciente escalada de tensiones, parece más lejano que nunca. El segundo arreglo correspondería a las potencias suníes –no basta para ello una coalición contra el terrorismo–, muy particularmente a saudíes y turcos. Un compromiso entre el resto de actores internacionales no bastará para alterar radicalmente el curso del conflicto.
¿Igualdad de condiciones? Por una parte, el régimen, envalentonado, avanza sobre el terreno –gracias sus aliados– y cimienta una política de hechos consumados. Mientras, las potencias occidentales hacen concesiones políticas clave a sus facilitadores, Rusia e Irán, o a actores como Turquía. Por otra, la oposición se ve entre la espada de la guerra y la pared de la marginación internacional. Se dice que el gobierno estadounidense ha tratado de presionarla con la amenaza de cortar la ayuda. La sensación es que la comunidad internacional impone condiciones a la oposición y no a otros actores que día tras día dejan tras de sí decenas de muertos y heridos.
Una oposición atada de pies y manos. La realidad es que por un lado un régimen embiste con bombas de barril y armas químicas… y por otro la oposición no tiene ninguna influencia –más allá de la moral– que le permita negarse a hacer concesiones. Por si esto fuera poco, puede que con su presencia en las negociaciones, sin ninguna garantía de que los bombardeos y asedios terminen, sus líderes pierdan gran parte de la confianza y credibilidad que poseen entre sus combatientes y los civiles que viven en su territorio y más allá.
Cabe en este sentido preguntarse si se ha creado la suficiente confianza como para llevar adelante cualquier negociación, si el proceso y sus actores poseen la suficiente legitimidad como para siquiera acariciar una paz lejana. En junio de 2011, el poeta sirio Adonis publicó en el periódico libanés As Safir una premonitoria carta abierta dirigida a El Asad, en la que se podía leer “parece que su destino, señor presidente, es sacrificarse por sus errores, devolver la voz a la gente, y dejar que ellos decidan”.