El tamaño importa, al menos en lo que se refiere al Producto Interior Bruto. Eso es lo que se desprende del contencioso que mantiene Colombia por el puesto como segunda mayor economía de Suramérica. En 2010, el PIB colombiano sobrepasó al de Venezuela. Ahora es el turno de Argentina. Según cálculos de Mauricio Cárdenas, ministro de Hacienda colombiano, la economía colombiana tiene ya un volumen de 344.000 millones de dólares, superior a los 338.000 de la argentina.
El sorpasso es discutible, porque se basa en una interpretación de los efectos de la devaluación del peso llevada a cabo por Axel Kicillof, ministro de Economía argentino. Pero es importante por la imagen de Colombia que proyecta: la de un país que se ha consolidado como modelo de buena gestión económica. Colombia crece a un ritmo considerable y regular (4,2% del PIB en 2012, 3,9% en 2013), manteniendo al mismo tiempo una inflación mínima.
No es la primera vez que el país proclama haberse convertido en la tercera mayor economía latinoamericana, por detrás de Brasil y México. En agosto de 2012, Juan Carlos Echeverry, ministro de Hacienda saliente, realizó la misma afirmación. Aunque entonces aún era difícil de corroborar, el supuesto adelanto reforzaba la candidatura de Echeverry para dirigir el Departamento del Hemisferio Occidental en el Fondo Monetario Internacional.
Es posible que el anuncio en febrero también tuviese un fin concreto. En este caso se trataría de asegurar una victoria electoral para la coalición gubernamental del presidente Juan Manuel Santos en las elecciones legislativas celebradas el 9 de marzo. Su Partido Social de la Unidad Nacional ha obtenido una victoria ajustada (15,38% frente a 14,46% del voto) sobre su principal contrincante, el Centro Democrático del expresidente Álvaro Uribe.
El objetivo de Uribe es emplear el Senado como freno en el proceso de paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El futuro del país depende del éxito de esta iniciativa. Una Colombia en paz crecería un 1% más deprisa cada año, según el ministerio de Hacienda. Pero más allá de este dato, se vislumbra el fin a 50 años de conflicto, que han dejado un saldo de 300.000 muertos. Considerado el artífice de la derrota de las FARC, Uribe ahora parece empeñado en convertirse en la versión colombiana del expresidente español José María Aznar.
Las elecciones legislativas también han estado marcadas por el regreso de Unión Patriótica (UP), el partido izquierdista que fue exterminado por grupos paramilitares y las fuerzas de seguridad colombianas a mediados de los ochenta. El registro jurídico del partido se suprimió en 2002, pero le ha sido devuelto en julio de 2013. Pero Aída Abella, candidata de la UP, tan solo ha obtenido un 0,69% de los votos para la Cámara.
La historia de la UP ejemplifica los puntos grises luces de la lucha entre gobierno y guerrilla. Aunque la prensa occidental frecuentemente presenta el conflicto como una operación contraterrorista, la guerra sucia librada por el Estado pone en entredicho esta narrativa. Y es que la imagen del país que proyectan los principales medios de comunicación es muy diferente a la que se encuentran los periodistas independientes, como Unai Aranzadi en su Colombia Invisible. El país ha ostentado, durante años, un triste récord mundial en asesinatos de sindicalistas. El propio Santos, antiguo ministro de Defensa, ha sido investigado por la fiscalía colombiana por su supuesta implicación en casos de “falsos positivos”: ejecuciones extrajudiciales de civiles, presentados como guerrilleros tras su asesinato. Uribe continúa acusado de apoyar a las Autodefensas Unidas de Colombia, un grupo paramilitar especialmente sangriento, durante su etapa como gobernador de Antioquía.
El legado del conflicto no es el único reto al que Colombia ha de hacer frente. La desigualdad económica permanece entre las más altas de la región, en tanto que las protestas de campesinos en septiembre dañaron la imagen de Santos, acorralado por un movimiento al que se sumaron estudiantes y sindicalistas. Para el resto de Suramérica, el crecimiento del país plantea la cuestión de su encaje político. Colombia pertenece a la Alianza del Pacífico pero no a Mercosur, el bloque de comercio regional que lidera Brasil. En una región que ya no se amolda a la influencia que tradicionalmente ha ejercido Estados Unidos, Colombia es la excepción a la regla, permitiendo la presencia americana en siete bases militares de su país.
Para más información:
Guillermo Pérez Flórez, «Colombia se asoma a la paz». Política Exterior 158, marzo-abril 2014.
Francisco Miranda Hamburguer, «Santos: de hijo de la seguridad a promotor de la paz». Política Exterior 158, marzo-abril 2014.
Jorge Dezcallar, «La oportunidad de reinventarse a sí misma». Política Exterior 158, marzo-abril 2014.