La Reina Isabel II y el Príncipe Felipe conducen por Barbados saludando a la multitud en 1966 / GETTY

Los últimos súbditos americanos de Isabel II

Muchos caribeños de países no soberanos viven desgarrados entre sus intereses y sus sentimientos. Pertenecer a la Commonwealth puede tener sus ventajas, pero cada vez son más las que optan por el republicanismo.
Luis Esteban G. Manrique
 |  22 de junio de 2022

En pocos países y territorios (realms) de la Commonwealth se celebró más el jubileo de platino de Isabel II que en las Bahamas y otras islas angloparlantes del Caribe, vestigios del primer Imperio Británico, antes de que su centro de gravedad se desplazara a India y Asia tras la independencia de las antiguas 13 colonias de América del Norte. Los despliegues de retratos de la soberana y el escudo de armas de los Windsor tuvieron poco que envidiar a los del Londres engalanado para celebrar el 70 aniversario del ascenso al trono de la reina.

El 21 de abril 1947, el día que cumplió 21 años, en Ciudad del Cabo prometió dedicar su vida a servir a “la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”. Desde entonces, pese a la descolonización, siguen teniendo como jefe de Estado a la reina países que van de Canadá y Australia a Belice y Jamaica, que con sus casi tres millones de habitantes es el tercer país de habla inglesa más poblado de las Américas después de Estados Unidos y Canadá.

Cada año, entre el 25 y el 31 de mayo, la ONU celebra la semana internacional de solidaridad con los pueblos de territorios no autónomos (non-self-governing), muchos de ellos caribeños y excolonias británicas, francesas y holandesas o territorios “no incorporados” de EEUU como las islas antillanas islas Santa Cruz, San Juan y Santo Tomás.

 

«Los despliegues de retratos de la soberana y el escudo de armas de los Windsor durante el jubileo de Isabel II en Bahamas tuvieron poco que envidiar a los del Londres»

 

En la mayor parte de ellas, la solidaridad no parece muy necesaria. Los 17 territorios insulares “no soberanos” caribeños son por lo general más prósperos que sus vecinas repúblicas. En términos per cápita, siete de los 10 más ricos son no soberanos cuyos ciudadanos gozan de autogobierno, de las ventajas de la influencia de sus antiguas metrópolis y pasaportes y la posibilidad de poder vivir en Estados Unidos o la Unión Europea. En paridad de poder adquisitivo, el PIB per cápita de Bahamas es similar al de España o Italia. En el índice de desarrollo humano de la ONU, Barbados, que en noviembre se convirtió en república –el primer país de la Commonwealth en hacerlo desde Mauricio en 1992– está muy por delante de sus vecinos suramericanos.

 

 

Sentimientos encontrados

Los habitantes de los barrios residenciales de Nassau y de los duros de Kingston tienen a la misma reina en sus billetes, pero poco más en común. Muchos caribeños de países no soberanos viven desgarrados entre sus intereses y sus sentimientos. En 2009, los votantes de San Vicente y las Granadinas rechazaron en referéndum la ruptura de los vínculos con la corona. En los años sesenta, los habitantes de Anguilla se rebelaron en las calles contra un plan de Londres que les concedía la independencia como parte de San Cristóbal y Nieves, una isla a 60 kilómetros al sur, en el único caso de un territorio que luchó contra su antigua metrópoli para seguir siendo británico.

En Barbados –la más oriental de las Antillas menores y de casi 300.000 habitantes, la gran mayoría de ascendencia africana–, el 30 de noviembre de 2021, el día del 55 aniversario de la independencia, Sandra Mason, exgobernadora general y representante de la reina, juró como primera jefa de Estado de la nueva república tras recibir los dos tercios de los votos de las dos cámaras del Parlamento. La primera ministra barbadense, Mia Mottley, estableció relaciones diplomáticas con Ghana y Kenia, entre otras medidas para afirmar la identidad panafricana de la isla y su negritud, una tendencia que reforzó en el Caribe el movimiento Black Lives Matter de EEUU y el revisionismo sobre el legado esclavista del Imperio Británico.

 

«Los habitantes de los barrios residenciales de Nassau y de los duros de Kingston tienen a la misma reina en sus billetes, pero poco más en común»

 

Tras la deserción de Barbados, 34 de los 54 países de la Commonwealth son ya repúblicas. Los monárquicos esgrimen a su favor la estabilidad política y las libertades que protege la institución. Pero el tiempo parece correr en su contra. Solo 15 realms de la Commonwealth, incluido Reino Unido, conservan a la reina como soberana. Pero en las islas británicas las nostalgias imperiales son aun fuertes pese a que cada año se publican libros como Legacy of violence (2022), de Caroline Elkins, que denuncia que durante dos siglos el imperio ejerció una violencia sistemática para asegurar y preservar sus intereses y que cuando ya no pudo hacerlo, destruyó las pruebas incriminatorias.

Barbados no es la primera excolonia británica caribeña que se convierte en república. Guyana lo hizo en 1970, cuatro años después de que declarara su independencia. Le siguieron Trinidad y Tobago en 1976 y Dominica en 1978. Si la lista se alarga en los próximos años, los actuales equilibrios políticos en la Organización de Estados Americanos se romperán por el fortalecimiento del grupo de países caribeños angloparlantes, tradicionalmente cercanos a Washington pero en los que es cada vez más visible la presencia de compañías como China Merchants Port Holdings y Hutchinson Whampoa de Hong Kong, que controlan dos de los cuatro principales puertos de Panamá y el de Kingston.

 

Australia y Canadá

En Canadá y Australia el prestigio de la reina sostiene el de la monarquía. Según una reciente encuesta del Angus Reid Institute, el 62% de los canadienses tiene una buena opinión de la monarca pero el 67% se opone a que el príncipe Carlos sea su próximo rey. Con una reina de 96 años, la próxima sucesión puede cambiar muchas cosas. En mayo, el príncipe de Gales y la duquesa de Cornwall, hicieron una gira de tres días por Canadá por el jubileo de la reina. La prensa local destacó que sus escasas apariciones públicas apenas congregaron público.

El problema es que evitar que Carlos sea su nuevo monarca exigiría enmendar la constitución y el respaldo unánime del Parlamento de Ottawa y de los gobernadores de las 10 provincias de Canadá, donde los poderes de la reina son aún menores que en Reino Unido. La actual gobernadora general, Mary Simon, es de etnia inuk y la primera mujer de un pueblo originario que ocupa el cargo.

En Australia, el nuevo primer ministro, Anthony Albanese, un republicano confeso, ha nombrado a Matt Thistelthwaite “ministro para la República”, con lo que será el primer ministro de la Corona encargado de deshacerse de ella. Según una encuesta de 2021 de Ipsos, un 30% de los australianos quiere una república, el más bajo nivel de apoyo desde 1979. El 40% se opone a cambiar el modelo de Estado.

 

La casa de los padres

En las islas caribeñas británicas, el papel de los gobernadores generales está lejos de ser solo ceremonial: pueden bloquear leyes, destituir gobiernos y suspender constituciones. En 2013, en las Islas Caimán, uno de los dos mayores paraísos fiscales del Caribe, el gobierno británico vetó un proyecto portuario concedido a una constructora china sin licitación pública.

 

«Solo 15 realms de la Commonwealth, incluido Reino Unido, conservan a la reina como soberana. Pero en las islas británicas las nostalgias imperiales son aun fuertes»

 

La constitución de Turks y Caicos ha sido suspendida dos veces, la última vez en 2009 tras una investigación que encontró indicios de “corrupción sistémica”, lo que condujo a tres años de gobierno directo del gobernador. Verla De Peiza, líder del partido Laborista de Barbados, compara el corte de las amarras con el ingreso a la edad adulta. Una monarquía constitucional, dice, es similar a vivir en casa de los padres. En algún momento tienes que abandonarla si quieres ingresar a la adultez, lo que no significa dejar de hablar con tus padres.

 

Indemnizaciones

Después de que los duques de Cambridge abandonaran Belice en su reciente gira por ese país, Bahamas y Jamaica, el gobierno anunció que crearía una comisión “de descolonización”. En uno de sus discursos, el príncipe Guillermo expresó su “profunda tristeza por las atrocidades de la esclavitud”, pero se cuidó de decir nada que pudiese interpretarse como una disculpa formal que pudiese dar pie a demandas como las que periódicamente realiza el Caricom, la comunidad de naciones del Caribe que tiene su sede en Georgetown (Guyana).

En julio de 2018, el Caricom creó una comisión oficial para formalizar las demandas con la asesoría de Leigh Day, una firma legal inglesa que acababa de lograr indemnizaciones medias de 2.600 libras para cada uno de los 5.228 keniatas que sufrieron maltratos –torturas, deportaciones…– durante la revuelta anticolonial Mau Mau de 1954.

 

«El príncipe Guillermo expresó su “profunda tristeza por las atrocidades de la esclavitud”, pero se cuidó de decir nada que pudiese interpretarse como una disculpa formal»

 

Reino Unido abolió la trata de esclavos en 1807 y liberó a los casi 750.000 esclavos de sus colonias caribeñas en 1838, pagando por su libertad a sus antiguos propietarios 20 millones de libras, por entonces el 40% del presupuesto gubernamental. Los antiguos esclavos no recibieron compensaciones de ningún tipo. El Caricom quiere que sean los contribuyentes de las antiguas potencias coloniales –británicos, franceses, holandeses, portugueses, españoles…– quienes corran con los gastos de las reparaciones.

Según un reciente reportaje de The New York Times, tras la revolución de 1804 que expulsó a las autoridades francesas y abolió la esclavitud, Haití estuvo pagando durante 64 años una “deuda doble”: a Francia y al banco francés que financió las reparaciones a los esclavistas. A través de una investigación de archivo y entrevistas con historiadores, académicos y 15 de los principales economistas del mundo, el diario estimó que los pagos enviados a Francia en su momento terminaron por representar entre 21.000 y 115.000 millones de dólares en crecimiento perdido, unas ocho veces el PIB de Haití en 2020. Calculando sobre las indemnizaciones pagadas por Londres a sus negreros, las estimaciones del Caricom oscilan entre los 16.397 y 88.977 millones de euros.

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