Las españolas estuvieron excluidas del acceso al cuerpo diplomático hasta 1964, sin contar con la honrosa excepción de Margarita Salaverría durante la Segunda República. Y no fue hasta 1985 cuando España nombró a su primera embajadora: Mercedes Rico. Hasta hace algo menos de 50 años, las mujeres tenían limitadas sus funciones en embajadas y consulados a tareas de secretariado o limpieza y, aquellas casadas con diplomáticos, a ejercer como consortes u organizadoras de recepciones y eventos. Pero nada más.
Y pese a que se acabó con el veto histórico por razón de sexo, las desigualdades en el cuerpo diplomático se mantienen. Las diplomáticas siguen afrontando decenas de retos de los que sus homólogos masculinos apenas se preocupan. En 2021, las mujeres siguen constituyendo tan solo el 25% de la carrera diplomática española, mientras que en otros cuerpos de la administración española son muchas más. De hecho, del total general de empleados públicos, las mujeres son el 56%.
Si nos fijamos en los niveles directivos, la desigualdad es aún más palmaria: mientras que globalmente el 36% de las plazas con el nivel 30 (el más elevado de la carrera funcionarial) son ocupadas por mujeres, solo el 20% de las jefaturas de misión son ocupadas por diplomáticas. España palidece frente a cifras suecas (45% de embajadoras), estadounidenses (36%) o francesas (25%), dándose el caso de que estos que países abrieron sus carreras diplomáticas a las mujeres no mucho antes que España. Los datos, por tanto, apuntan a la existencia de retos específicos en la diplomacia española que retrasan de forma notable el avance hacia la igualdad de género.
Además de la necesaria ruptura de techos de cristal para alcanzar la igualdad efectiva a la que la mitad de la población española tiene derecho después de siglos de desigualdades, lo cierto es que va también en el propio interés de España contar con una carrera diplomática con tantas diplomáticas como diplomáticos. Vamos hacia un mundo donde se multiplican los foros multilaterales para resolver los desafíos del proceso de globalización en el que estamos inmersos. En un escenario donde cada vez son más los bienes públicos que necesitan de una efectiva gobernanza global, las negociaciones agresivas donde falta visión de comunidad y sobra testosterona son cada vez menos útiles tanto a nivel global como estatal. Todo esto es más cierto si cabe para el caso de España como Estado miembro de la Unión Europea, paradigma global del multilateralismo y de la nueva forma de ejercer la diplomacia.
«En un escenario donde cada vez son más los bienes públicos que necesitan de una efectiva gobernanza global, las negociaciones agresivas donde falta visión de comunidad y sobra testosterona son cada vez menos útiles»
Las Naciones Unidas llevan varias décadas insistiendo en la necesidad de alcanzar la paridad de género en el mundo de la diplomacia para incrementar la eficiencia de la misma y generar mejores resultados en la política exterior de los Estados. Ya en la Conferencia de Beijing de 1995, uno de los puntos de la declaración final afirmaba la necesidad de alcanzar la paridad de género para redefinir las prioridades de la política exterior, colocar nuevos asuntos en la agenda internacional y abrir nuevas perspectivas, evitando formas de actuar centradas en las visiones de un solo género.
Autoras como Moez Dharsani y Alexandra Ericsson remarcan que una mayor representación de mujeres en la diplomacia no solo contribuye a una mayor eficiencia en la resolución de problemas, sino que además arroja luz sobre asuntos previamente no tomados en consideración, y que acaban demostrándose fundamentales a la hora de abordar diferentes retos. Además, son numerosos los estudios que demuestran que las empresas con mayor porcentaje de mujeres en puestos de alta dirección tienen mejores resultados que aquellas con menores ratios. Lo mismo ocurre con la diplomacia.
En el actual contexto de transformación del cuerpo diplomático y del ejercicio de la labor diplomática, donde está cambiando rápidamente qué significa ser diplomático, Brian Hocking recuerda que caminamos hacia una nueva diplomacia que va más allá de la necesaria bilateralidad y se especializa en la multilateralidad, cada vez más importante. Una diplomacia que pasa de ser unidireccional y jerárquica a ser cada vez más multidireccional, donde además de los Estados, las empresas y la sociedad civil ganan en importancia y protagonismo a la hora de planificar y ejecutar la política exterior. De la tradicional first-track diplomacy pasamos a la diplomacia pública, que incrementa la importancia del diálogo, que escucha más a las opiniones públicas, a los diferentes grupos y actores. En estas nuevas formas, el feminismo de la diferencia insiste en la importancia de las habilidades intrínsecamente femeninas.
El propio Consejo de Seguridad de la ONU ya estableció, en su Resolución 1325/2000 sobre Mujeres, Paz y Seguridad, que esta última solo se puede conseguir reconociendo el papel crucial desempeñado por las mujeres en cualquier proceso de paz. Sin embargo, autores como Laura Sjoberg y Caron E. Gentry ya alertaron del riesgo de estereotipar a todas las mujeres como pacíficas y dialogantes, frente a un supuesto liderazgo y valentía innata presente en todos los hombres, generalización que es falsa.
En cualquier caso, y más allá de estas disquisiciones, la diplomacia, como cualquier otro ámbito profesional, no puede permitirse no incorporar a los mejores talentos de sus respectivas sociedades. No alcanzar la igualdad de género supone no reclutar a talentos que, por unas razones u otras, no acceden simplemente debido a su sexo.
Participar de la élite
Más allá del debate sobre la mayor eficiencia que conseguiría nuestro servicio diplomático si se alcanzara la paridad entre hombres y mujeres entre sus rangos, está el debate de fondo sobre la injusticia que supone, en 2021, que tan solo el 28% de nuestros diplomáticos sean mujeres, porcentaje que desciende hasta el 20% en el caso de los jefes de misión. Es decir, que por cada embajadora de España hay cuatro embajadores. Una democracia avanzada como la española debe contar con un servicio diplomático contemporáneo que refleje a la sociedad en su conjunto. Para ello es necesario acelerar en la superación de los retos que retrasan la igualdad.
Una estrategia que ataque los diferentes retos a la vez podría conseguirlo. Y el primer reto por el que empezar es la menor presencia femenina entre los candidatos que aprueban la oposición. Comparando cifras europeas, observamos que en la media de países de la UE el porcentaje de mujeres que accede a las carreras diplomáticas de los diferentes Estados miembros es del 49%, mientras que en España el porcentaje sigue por debajo, rondando el 30% en las últimas promociones. Una buena noticia reciente es que la última promoción de aprobados (la LXXII) ha sido la que cuenta con el mayor porcentaje de mujeres de la historia: un 43%. Nos acercamos a la ansiada realidad de que las promociones de diplomáticos reflejen un porcentaje de hombres y mujeres similar al de la sociedad española.
Con todo, es necesario abogar por la consecución de una mayor presencia de mujeres en puestos de responsabilidad en este sector, trabajando por una diplomacia que busque la igualdad de género y luche contra unos estereotipos que, en este ámbito laboral del que las mujeres han estado históricamente ausentes y que constituye un terreno profesional con prestigio y poder, tiene unos rasgos peculiares. Cierto que la desigualdad de género permea todo el mercado de trabajo, pero la presencia femenina en puestos profesionales de alto liderazgo y responsabilidad, como son aquellos que conforman la carrera diplomática, responde a algunas razones adicionales particulares. De ahí que sea interesante el abrir algunas líneas de reflexión sobre el particular.
La primera de ellas, que la carrera diplomática forma parte de las élites profesionales. Y el análisis de las cifras de mujeres diplomáticas, aun habiendo experimentado ligeros avances, nos lleva a constatar, con Janet Saltzman, una penosa realidad: que en el mundo contemporáneo no hay ningún lugar en el que las mujeres constituyan nada más que una diminuta minoría en las élites de una nación. Las profesionales, en números considerables, se han alzado hasta puestos de nivel medio en los últimos años en muchas sociedades industriales avanzadas, pero rara vez alcanzan los puestos más altos de las élites profesionales en los diversos países o en la esfera internacional. Esta autora llega a identificar el acceso a los roles de élite como “el problema más difícil e insoluble a la hora de lograr la igualdad entre los sexos”; un acceso justo sin el cual todos los demás avances y mejoras en el estatus relativo de las mujeres se convierten en frágiles, incompletos y susceptibles de desaparecer con facilidad.
«Sin acceso justo a los roles de élite, todos los demás avances y mejoras en el estatus relativo de las mujeres se convierten en frágiles, incompletos y susceptibles de desaparecer con facilidad»
En segundo lugar, y precisamente por el factor anterior y por el hecho de que la carrera diplomática ha constituido un terreno tradicionalmente masculino, existen numerosos estereotipos que asocian este tipo de puestos con un liderazgo masculino, y que restan credibilidad a las mujeres que los ostentan. Combatir los prejuicios y estereotipos sexistas es un objetivo fundamental de las políticas que persiguen la consecución de la igualdad de género. Los estereotipos de género nos remiten a patrones, normas y estructuras que toda sociedad posee, que constituyen creencias generalizadas sobre las personas, basadas en su pertenencia a una o a varias categorías sociales. Se trata de prejuicios que surgen a partir de generalizaciones toscas y claramente reductoras, que anulan la variedad y riqueza de las sociedades al fijar en relación a hombres y mujeres cómo son unos y cómo son otras, cómo actúan, qué apariencia tienen y qué papeles desempeñan, constriñéndoles en modelos cerrados, que derivan en percepciones y expectativas sociales. A esta última idea se refieren Deborah A. Prentice y Erica Carranza o Esther Barberá cuando hablan de su carácter descriptivo y prescriptivo. Como creencias estereotípicas, obvian lo individual, encuadrando a las personas en postulados falsos e injustos, que entrañan claras discriminaciones de género. Los estereotipos entroncan, además, claramente con la segregación laboral, lo que genera efectos perjudiciales en materia de oportunidades de mujeres y hombres en el ámbito profesional, y que se entiende como la concentración de un género en determinadas ocupaciones, lo que reduce las opciones de vida, educación y empleo, conduce a salarios, condiciones y entornos de trabajo desiguales, refuerza aún más los estereotipos de género y determina, entre otros factores, las experiencias y el diferente grado de poder y prestigio de mujeres y hombres, perpetuando con ello unas relaciones de poder de género desiguales en las esferas pública y privada.
Pues bien, hoy en día, la carrera diplomática se sigue percibiendo como un territorio claramente masculino, por lo que combatir de raíz los prejuicios existentes, es un reto esencial en la materia.
Otro de los problemas relacionados con la carrera diplomática es el que deriva de la necesidad de que el profesional dedicado a estos cometidos, y en muchos casos sus familias, se enfrentan al reto logístico de tener que cambiar cada varios años de país. Esta necesidad de adaptación familiar se produce con mucha mayor facilidad cuando el diplomático es un hombre, al que acompaña su familia, que cuando es una mujer. Los cónyuges de las mujeres son mucho menos proclives a renunciar a ciertas cuestiones o a modular o adaptar su carrera profesional a las de sus esposas o parejas diplomáticas.
«La necesidad de adaptación familiar se produce con mucha mayor facilidad cuando el diplomático es un hombre, al que acompaña su familia, que cuando son mujeres, cuyos cónyuges son mucho menos proclives a modular o adaptar su carrera profesional»
Por otro lado, la desigualdad no se limita al acceso a la carrera, sino que también una vez dentro se sigue produciendo, de modo que los varones suelen ocupar en mucha mayor medida puestos y destinos mejores, mientras que el avance o progresión profesional de las mujeres no sigue el mismo ritmo, ya que a medida que se asciende disminuye la proporción de mujeres, evidenciando un claro fenómeno de segregación vertical: la distribución entre hombres y mujeres se va tornando mucho más favorable a los primeros. Y ello trae consigo otras discriminaciones asociadas, como la existencia de una brecha salarial.
Las mujeres hoy día se enfrentan a la existencia de un techo de cristal, una barrera invisible, pero de extraordinaria resistencia que actúa previniendo su avance vertical en las diversas profesiones a partir de los niveles intermedios, e impide que aquellas alcancen los puestos más relevantes y de mayor poder. Su existencia, por otro lado, responde a una mezcla de factores organizacionales, histórico-sociológicos y actitudinales, cuya actuación conjunta resulta muy difícil de combatir. Uno de ellos lo constituye el hecho de que las expectativas que socialmente existen para las mujeres en el ámbito profesional parecen colmadas en cuanto ésta alcanza un puesto intermedio, lo que no ocurre en el caso de los varones, con las implicaciones de uno y otro signo que este hecho puede tener.
Finalmente, existen algunas diplomáticas, aunque son minoría, con carreras brillantes. Y no podemos descartar que también en este colectivo, como en otros de gran poder y prestigio profesional, se produzca el llamado síndrome de la abeja reina, o tendencia que presentan algunas mujeres que han alcanzado altas posiciones en áreas tradicionalmente dominadas por hombres a sentir que lo han hecho en exclusiva por sus propios méritos, sin ninguna consideración a su sexo. Asimismo, la tendencia también implica no ahorrar a las otras mujeres los esfuerzos que ellas han tenido que desplegar para llegar al puesto profesional que ocupan, incluyendo una disposición a beneficiarse de su anómala situación de minoría. Por último, asistimos a la tendencia de estas mujeres a disociarse de su sexo y a no ser solidarias con los problemas de la mayoría de las mujeres.
Logros, metas y nuevas vías
Todos los factores anteriores actúan como barreras a la hora de progresar en la senda de la igualdad de género en el ámbito diplomático, y por ello deben ser tenidas en cuenta a la hora de implementar estrategias, políticas y medidas concretas que combatan la desigualdad y la discriminación en este ámbito profesional. Con todo, existen algunas líneas de acción ya emprendidas, e incluso algunos avances, que resulta preciso mencionar. Así, la existencia de una embajadora en misión especial para la Igualdad de Género y Conciliación. O la constitución de una Asociación de Mujeres Diplomáticas Españolas (AMDE), constituida formalmente a principios de 2019.
Asimismo, resultan esperanzadoras las líneas de acción en que se concretan las políticas de igualdad dentro del Servicio Exterior, que propugnan la igualdad sustantiva y el visibilizar el papel de las mujeres en diplomacia española; la realización de esfuerzos para atraer a más mujeres como candidatas en las oposiciones a la carrera diplomática; o el nombramiento de mujeres en cargos de responsabilidad, que en el caso de las jefaturas de misión el objetivo no será exclusivamente cuantitativo sino cualitativo: se velará por lograr una adecuada representación de mujeres en las áreas geográficas prioritarias para nuestra política exterior. Para incrementar conocimiento sobre la evolución de la situación de igualdad dentro del Servicio Exterior, se potenciará la recogida de datos desagregados, se desarrollarán las medidas necesarias para abordar las especificidades del trabajo en el exterior, reforzando la conciliación, y se generalizará la formación y sensibilización en igualdad, según los planes del ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.
Todos los avances y transformaciones en este terreno, sin embargo, no han conseguido cambiar el panorama de la diplomacia española en clave de género, revelando la extraordinaria resistencia de los obstáculos que actúan impidiendo una verdadera igualdad entre los diplomáticos hombres y mujeres. Se impone explorar nuevas vías que permitan traspasar la superficie de lo formal y conseguir la igualdad real en este importante terreno profesional y cultural, para que la acción exterior sea un espacio de equidad capaz de aprovechar en beneficio de la sociedad el esfuerzo y el talento de las mujeres diplomáticas españolas.