Asia Central no solo es rica en recursos naturales, también lo es en nombres. Sin ánimo de exhaustividad, pueden citarse otros como Asia Interior, Eurasia Central, Gran Asia Central, Turkestán, Desht-i-Kipchak o Mawarannahr. Esta abundancia ni es casual ni es inocente. Cada una de estas denominaciones –todas de uso actual– privilegia perspectivas y matices particulares al conceptualizar el espacio centroasiático.
La región ha sido una encrucijada de imperios y civilizaciones –griega, escita, persa, árabe, túrquica, mongol, rusa, china– y punto de encuentro e hibridación de culturas y religiones diversas –budismo, zoroastrismo, tengrianismo, cristianismo nestoriano y ortodoxo, judaísmo e islam–. Pese a lo cual, Asia Central permaneció desconocida hasta principios del siglo XX, lo que ha contribuido a esta abundancia de nombres y, también, a la confusión y la mitificación, con Tartaria y el reino del Preste Juan como ejemplos paradigmáticos.
En la actualidad, Asia Central se ha impuesto como la denominación de referencia. En ocasiones, su delimitación es imprecisa, pero de forma mayoritaria se refiere a la región formada por las cinco repúblicas exsoviéticas: Kazajstán, Kirguizstán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Las cinco repúblicas, de hecho, se reconocen a sí mismas bajo este término, adoptado oficialmente en una cumbre en Tashkent en enero de 1993 en la que se decidió utilizar la denominación de Tsentralnaya Aziya en lugar de la fórmula soviética de Srednaia Aziya i Kazakhstan (Asia Media y Kazajstán). Esta denominación enfatiza la herencia soviética y, aunque resulta clara y funcional, algunos la consideran excesivamente restrictiva.
La Unesco, por ejemplo, en su Historia de las civilizaciones de Asia Central incluye además a Afganistán, el este de Irán, el norte de India y Pakistán, el oeste de China y Mongolia. Y no se trata de un empeño cualquiera, sino de una obra en la que han participado más de 300 académicos desde sus inicios en 1980 hasta su finalización con la publicación del sexto y último volumen en 2005. El planteamiento de la Unesco va en línea con la idea del Asia Interior (Inner Asia) o, con matices, del Alta Asia (High Asia), muy extendida en el mundo académico occidental. Así por ejemplo, el grupo de estudios establecido en la Universidad de Harvard en 1972 se llama Comité de Estudios sobre el Asia Interior y Altaica. Pero sucedía también en el ámbito académico ruso. De hecho, el término Tsentralnaya Aziya se correspondía con el de Asia Interior, aunque hoy se utiliza para referirse a Asia Central exsoviética. Lo mismo puede decirse del caso alemán, donde el nombre de Zentralasien ya no se utiliza preferentemente como equivalente de Asia Interior, sino para referirse a Asia Central (conocida antes, al igual que en Rusia, como Mittelasien).
Asia Central se convierte así en un término comúnmente aceptado y relativamente preciso. Es frecuente, sin embargo, que a la hora de llevar a cabo proyectos se añadan otros países como consecuencia, sobre todo, de necesidades o intereses institucionales, y no tanto como reflejo de una nueva reflexión conceptual ya sea con criterios históricos, geopolíticos o etnográficos. En España pueden mencionarse, por ejemplo, los casos del Observatorio Asia Central de Casa Asia que incluye Mongolia, o el del Observatorio de Conflictos del Instituto Español de Estudios Estratégicos que, por razones obvias, incluye a Afganistán.
Otro término muy utilizado, y acaso el más elusivo y controvertido de todos, es el de Eurasia. Su significado depende de quien lo emplee. En Europa occidental se utiliza, en ocasiones, para referirse de forma neutra –léase, sin connotaciones geopolíticas– a la gran masa continental que separa aquello que identificamos claramente como parte o de Europa o de Asia excluyendo a India, al mundo árabe y a Oriente Próximo en versión francesa (es decir Irán, Afganistán y Pakistán). Así, Eurasia abarcaría una región desde Turquía hasta Xinjiang, pasando por el Cáucaso, Siberia central y Asia Central. En otras ocasiones, cada vez menos frecuentes, se emplea para hacer referencia a los procesos de cooperación interregional entre la Unión Europea y Asia (sea el foro ASEM o el diálogo UE-Asean) lo que añade una confusión innecesaria.
En el contexto postsoviético, al contrario de lo que sucede en Europa occidental, la idea de Eurasia es cualquier cosa menos neutra. El término fue acuñado a finales del siglo XIX y era el resultado tanto del proceso de expansión del imperio zarista por el continente asiático como de los debates intelectuales sobre la identidad nacional rusa. Procesos ambos espoleados por la derrota rusa en Crimea en 1855 y el fracaso de las ideas paneslavistas. Como resultado de estos debates se conceptualiza la idea de Eurasia como un tercer continente claramente diferenciado de Europa y Asia, aunque de límites imprecisos. Los tres mundos del continente euro-asiático de Vladimir I. Lamanskii publicado en 1892 es la obra de referencia. La idea de Moscú como tercera Roma es una de las múltiples derivadas de estos debates y la articulación del “eurasianismo” como doctrina política una consecuencia, probablemente, inevitable.
Existe también un eurasianismo kazajo –impulsado por el propio presidente, Nazarbáyev, y como era de esperar con Kazajstán como epicentro, pero sin gran eco popular en el país. También se da un eurasianismo específicamente turco, aunque minoritario, que se entremezcla con demasiada facilidad con planteamientos turanios de extrema derecha. De esta manera, pese a los esfuerzos de Nazarbáyev, Eurasia es hoy un término que sitúa a Moscú en el centro y privilegia la agenda geopolítica rusa en el espacio postsoviético y territorios adyacentes.
La idea de Eurasia también ha calado en el mundo anglosajón, aunque desde una perspectiva exclusivamente geopolítica y despojada de aspectos culturales y metafísicos. En abril de 1904, Halford J. Mackinder publicó su mítico artículo “The Geographical Pivot of History” en el que perfilaba su teoría del heartland y la relevancia del pivote continental –identificado como el territorio de la Rusia asiática desde el Ártico hasta Asia Central– para la supremacía global. Años después lo sintetizaría en su famoso aserto: “Who rules East Europe commands the Heartland/ Who rules the Heartland commands the World-Island /Who rules the World-Island commands the World”. Desde la publicación de su artículo, Mackinder ha ejercido una poderosa influencia en pensadores y estrategas diversos. En tiempos recientes, resulta obligado citar a Zbigniew Brzezinski o al superventas Robert D. Kaplan.
Gran Asia Central es un término propuesto por S. Frederick Starr en un artículo publicado en 2005 en Foreign Affairs. Starr, presidente y fundador del influyente Instituto del Cáucaso y Asia Central en la universidad Johns Hopkins de Washington, propone conceptualizar una región más amplia y la promoción de las infraestructuras y el comercio como vía de estabilización y prosperidad para Afganistán y Asia Central. Dada la prevalencia de lógicas de suma cero en las percepciones de los actores regionales, la propuesta de Starr ha sido recibida con muchas suspicacias al entenderse que “arrastrar” la región hacia el Sur implica “alejarla” del norte (Rusia) y el este (China). La polémica ha sido lo suficientemente intensa como para que tres años después el propio Starr publicara un informe significativamente titulado En defensa de la Gran Asia Central. Siguiendo la lógica de esta propuesta, el departamento de Estado de Estados Unidos fusionó en 2006 dos unidades para crear la oficina de Asia Meridional y Central y en 2011 lanzó su poco prometedora Iniciativa de Nueva Ruta de la Seda.
Turkestán, Desht-i-Kipchak y Mawarannahr son tres denominaciones históricas revitalizadas recientemente con distintos objetivos. Turkestán es de origen persa –derivado de Turán, enemigos de los persas mencionados en el Avesta– y significa literalmente “país de los turcos” (en el sentido de túrquicos y no de turcos osmanlíes). Turkestán era el término de uso más común hasta la Primera Guerra mundial y sus intentos de revitalización están vinculados a iniciativas de espíritu panturquista. Turkestán Oriental, en cambio, es un nombre de uso común para referirse a la región autónoma del Xinjiang Uigur en China, aunque es un término prohibido por las autoridades chinas ya que es la denominación que utiliza el activismo uigur en sus demandas independentistas.
Por su parte, Desht-i-Kipchak, confederación tribal que dominó las estepas eurasiáticas durante la expansión túrquica de los siglos XI y XII, es una denominación recuperada por Murad Adzhi, escritor propagandista de una ideología nativista turquizante y tengrianista, plagada de excesos –el turco como origen de todas las lenguas– y con escaso andamiaje teórico y empírico. Por último, Mawarannahr es un término de origen árabe que significa “más allá del río”. Fue utilizado durante la expansión árabe a los territorios situados entre los ríos Amu Darya (conocido como Oxus por los griegos) y Syr Darya. Se trata de una denominación completamente en desuso, pero que ha sido recuperado por los grupos yihadistas centroasiáticos, quienes lo utilizan de forma creciente en sus comunicados para referirse a Asia Central. Mawarannahr es así el nombre de menor implantación, pero el de futuro más inquietante.
Asia Central se mantendrá como la denominación de referencia, pero las otras no cejarán en su empeño por expandirse. Tampoco otras fórmulas como “espacio postsoviético”, “extranjero cercano” o “vecinos de nuestros vecinos”. Las dos primeras son, obviamente, de acuñación rusa, la última fue empleada en su día, aunque con poca fortuna, por la Unión Europea en su intento de acercar Asia Central al ámbito de influencia de Bruselas.
El espacio simbólico es clave en la pugna geopolítica. La máxima rivalidad seguirá siendo la que enfrente a Eurasia –en su versión rusa– con la Gran Asia Central. Sin hacer demasiado ruido, China lleva años fortaleciendo su presencia en Asia Central y, si se mantiene la tendencia, será el principal vector de proyección exterior de las repúblicas centroasiáticas. Pekín, sin embargo, no tiene una conceptualización propia para Asia Central. De momento, considera al Asia Central exsoviética como parte de una vasta región en la que Urumqi –capital de Xinjiang– actúa crecientemente como polo de referencia regional y ha lanzado su propia iniciativa de ruta de la seda. El tiempo nos dirá si acaba por convertirse, también, en la capital simbólica de un Asia Central redefinida en clave china.
Nicolás de Pedro, investigador principal, Cidob.