El nombre de Joseph Blatter queda ya incluido para siglos, si no para la eternidad, entre los más vergonzosos de la era de 21 siglos que atravesamos. Blatter figura hoy entre los más genuinos indeseables del mundo: occidental y oriental, septentrional y meridional. Nunca hemos escrito palabras como estas, llevados de tal vergüenza. Recordar que Blatter, suizo de 79 años, es un indeseable no puede ser objeto de denuncia ante tribunal alguno. Significa que no es deseado, que es rechazado, repugnado, por aquel que oiga su nombre.
Veremos si Blatter ha desviado esa cantidad –modesta para las trampas de la FIFA– de diez millones de dólares con ocasión del mundial de Suráfrica. La FIFA estaba asentada sobre un tremendo colchón de 1.500 millones de dólares, una suma que había crecido más de 20 veces desde los años del brasileño Joao Havelange, hacia 1995-98.
Al terminar el pasado mes de mayo, el indeseado Blatter había conseguido 133 votos en primera vuelta en la votación para renovar la presidencia de la FIFA, contra 73 del príncipe jordano Ali-bin Al-Hussein, rival del helvético y honorable caballero de Oriente Próximo. El desvergonzado Blatter se había enfrentado al francés Michel Platini, representante de las asociaciones europeas de futbol, la UEFA. Un personaje particularmente sórdido aparece en segunda fila de la trama, el también francés Jérôme Valcke, aparente marioneta de Blatter, aunque responsable real de los giros y transferencias de la FIFA como secretario general de la organización. Valcke encabeza el acta de acusación del tribunal federal de Brooklyn, NY, por ese pago injustificado de diez millones de dólares, operación hecha en 2008, dos años antes de Suráfrica. Valcke dirige a 350 funcionarios desde la sede zuriquesa de la FIFA. Un pequeño detalle: desde 2003 Valcke había peleado contra Master Card, potentísima firma enfrentada a su rival, la tarjeta Visa, defendida lejos de los focos por el mismísimo Valcke en persona. Visa organizó un escándalo y Valcke fue expulsado. Pero regresó al puente de mando de la FIFA bajo protección directa del indeseado Blatter.
“Reforzaremos la independencia de la comisión de ética de la FIFA”, repetía Valcke en 2012 (estas son gentes especiales, raramente diseñadas, incapaces de engañar a nadie que haya investigado seis meses sus carreras personales). “Se dirá que las cosas no van suficientemente deprisa, pero nadie podrá asegurar que aquí nos hemos cruzado de brazos… Nuestro objetivo consiste en asegurar que irregularidades de esta clase no puedan darse en una organización internacional como la nuestra”. Valke era un perrillo miserable, dedicado al hurto, primero modesto, al final inabarcable. Era ese canino, sin formación ni apenas estudios, el brazo ejecutor de las trapacerías del helvético jefe de la FIFA. Los nietos de Sepp Blatter no tendrán la culpa, pero habrán de ocultar, antes de vomitar, que ese mismo Joseph Blatter era su abuelo.