Por Marcos Suárez Sipmann.
Según los resultados parciales, el islamista moderado de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, habría ganado la segunda vuelta de las elecciones presidenciales egipcias. No habrá datos oficiales hasta el 21 de junio.
Su rival, Ahmed Shafiq, último ex primer ministro de Hosni Mubarak, declarado clínicamente muerto el 20 de junio, es considerado el candidato favorito de la junta militar y del llamado “Estado profundo”, como se conoce en Egipto el complejo entramado de intereses que sostenía el antiguo régimen del “rais”. El buen resultado de Shafiq en la primera vuelta se explica por la reactivación de las redes clientelares del Partido Demócrata Nacional, el partido disuelto de Mubarak.
En esta segunda vuelta electoral la polarización ha sido –si cabe– mayor que en la primera. Los que han votado por Mursi querían impedir una vuelta –en realidad nunca desapareció– del viejo régimen dictatorial. Los que lo han hecho por Shafiq temen el poder islamista. No se han enfrentado tanto programas y convicciones como miedos.
La suerte de los comicios puede decidirse en el delta del Nilo, donde vive un 40% de la población. Tradicionalmente es un feudo de los Hermanos Musulmanes, pero en algunas de sus provincias son fuertes los “caciques” del antiguo partido gubernamental. Por ello la batalla ha sido allí especialmente intensa durante los últimos días.
Como ya ocurriera durante la primera vuelta, los candidatos se lanzaron acusaciones mutuas de fraude electoral. Las más extendidas: la realización de actos de campaña electoral ante los colegios y el acompañamiento de ciudadanos a las urnas. Hubo asimismo denuncias de compra de votos, atribuidas sobre todo a la campaña de Shafiq.
Faruk Sultan, presidente de la junta electoral, ha confirmado que ambos candidatos cometieron violaciones de la ley electoral. No obstante, consideró que no eran de gran importancia, y describió el proceso como “exitoso en un 90%”. Pero hay muchas dudas acerca de si el perdedor aceptará su derrota.
El poder militar se perpetúa
De producirse, la victoria de Mursi, sin embargo, apenas significa nada si tenemos en cuenta el poder de los militares. Sobre todo después de la reciente disolución del Parlamento en el que los islamistas estaban representados por una aplastante mayoría.
En efecto, se puede decir que el nombre del próximo presidente casi ha pasado a un segundo plano. Tal y como ayer resumía el ‘golpe’ un periódico egipcio independiente: “Los militares transfieren el poder… a los militares”.
Muy pocos se habían creído que la Junta Militar iba a transferir realmente el poder tal y como anunció. Pero la ‘hoja de ruta’ establecida ahora supera los peores pronósticos.
Poco después del cierre de las urnas, la junta militar divulgó un comunicado en la televisión estatal en el que anunciaba la promulgación de un “anexo constitucional” que definirá el papel institucional del futuro jefe del Estado. Más acertado es decir que despoja al presidente de sus potestades más significativas.
Los militares decretaron que asumirán el Poder Legislativo ahora que el Tribunal Constitucional disolvió el Parlamento. Controlarán la redacción de la nueva Constitución y no permitirán ningún tipo de supervisión civil de sus muy significativos intereses económicos, ni de otras cuestiones.
En suma, la Junta Militar blinda buena parte de sus prerrogativas ante el próximo “traspaso” del poder ejecutivo.
Mursi y el brazo político de la Hermandad, el Partido de la Justicia y la Libertad (PJD), rechazan el “anexo constitucional” de la junta. En Tahrir hubo el 20 de junio una masiva manifestación contra la disolución del Parlamento. Participaron los Hermanos Musulmanes y organizaciones de jóvenes militantes pro-democracia. Las protestas incluyeron marchas hacia el Parlamento, en las cercanías de la plaza.
En Washington –donde hay gran preocupación por estas nuevas enmiendas a la declaración constitucional– el portavoz del Pentágono, George Little, ha urgido a la junta a traspasar el poder a un gobierno civil electo democráticamente, tal como prometió.
También la Unión Europea, a través del enviado especial para el sur del Mediterráneo –el español Bernardino León– considera que el control de los militares egipcios sobre el Parlamento es un paso atrás. León cree que el pacto político es imprescindible para la transición en el país.
Así pues, parece que los militares, además de retener el poder y mantener su posición de privilegio subyugarán a los islamistas por la fuerza. Para dominar a los islamistas los militares podrán contar sin duda con el apoyo de la comunidad copta y de los liberales que no quieren vivir bajo una dictadura religiosa basada en la Sharia islámica.
La agenda de los Hermanos Musulmanes
¿Qué sucedería si –pese a todo– los islamistas lograran detentar el poder y conformar la sociedad según su ideología religiosa?
La cofradía puede –con razón– criticar a los militares por sus maniobras antidemocráticas y las promesas incumplidas. No obstante, los Hermanos hasta ahora solo han mostrado su capacidad de regateo para cumplir estrategias y metas cortoplacistas. Han cometido errores. El más grave: perseguir un sueño irreal de predominio absoluto – parlamento, asamblea constituyente y presidencia. Le falta racionalidad política y visión de estado.
Aun así, la propaganda de Shafiq comparando a los Hermanos con los talibanes o con Osama Bin Laden, no se corresponde con la realidad. Shafiq solo representa una vuelta a la tiranía. Incluso teniendo en cuenta los riesgos del islamismo en Egipto hay que mirar al modelo turco. Quizá los Hermanos llegarían a desarrollar un potencial similar a los islamistas en Turquía.
Es cierto que la Hermandad (mucho menos los radicales salafistas), no ha mostrado un espíritu sinceramente democrático. Han señalizado que lo que les interesa y lo que buscan es un régimen islámico. El concepto de “laicismo”, central en una genuina democracia, es tabú para los islamistas.
Recuérdese que cuando el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, exhortó a los egipcios a no temer el laicismo durante su visita a El Cairo el año pasado, provocó un escándalo entre los islamistas. También el presidente turco Abdullah Gül trató de explicar a los egipcios en una reciente entrevista en la Global Viewpoint Network que el laicismo no significa anti-Islam o ateísmo, sino un sistema en el que el estado respeta todas las creencias religiosas o el carecer de ellas. Pero los islamistas egipcios parecen querer interferir en las creencias y modos de vida individuales mediante restricciones sociales basadas en el islam.
Esto nos conduce al dilema de muchos egipcios durante estas últimas semanas: ¿cuál es la diferencia entre un régimen militar que viola los derechos individuales y uno basado en las reglas islámicas que hace lo mismo? No sorprende que muchos hayan decidido boicotear las elecciones.
La experiencia de Egipto –tan importante como modelo y motor de cambio en el mundo árabe– está siendo desalentadora.
Egipto es –era– un país en el limbo político. Cada vez más se abre paso la sensación de que las esperanzas de una democracia liberal después de la revolución en Tahrir pueden quedar definitivamente rotas.
Queda en el aire la pregunta: ¿Puede en el actual contexto triunfar todavía la revolución egipcia? Y si no es así; esta otra; quizá más importante: ¿Tendría el pueblo egipcio todavía suficientes fuerzas para volver a sublevarse?
Marcos Suárez Sipmann, politólogo y jurista, es analista de Relaciones Internacionales. Puede seguirlo en @mssipmann.
Para más información:
Félix Arteaga, «Las fuerzas armadas: ¿camino de la transición? «. Afkar/Ideas 32, invierno 2011-2012.
Ricard González, «Egipto, entre la revolución y las urnas «. Afkar/Ideas 32, invierno 2011-2012.
Gaspar Atienza y Amr Nashaat, «La transición en Egipto: de la revolución a la política». Política Exterior 146, marzo-abril 2012.
Nathalie Bernard-Maugiron, «Egipto: los desafíos constitucionales «. Afkar/Ideas 31, otoño 2011.
El número 57 de Economía Exterior está dedicado a la “primavera árabe”. Para acceder al índice, haga clic aquí.
Omayma Abdel-Latif, «La revolución debe continuar, su espíritu sigue vivo». Política Exterior 143, septiembre-octubre 2011.
En esta elección tan cerrada del próximo presidente egipcio se puede vislumbrar el próximo argumento de los militares: «se impone un gobierno de unidad por la paz y seguridad del país» La sociedad egipcia demostró estar polarizada entre los que desean un gobierno islámico y los que desean sea laicista, como el régimen anterior. Esta polaridad le brinda una mayor beligerancia en el futuro a los militares como «guardianes de la revolución». Los militares podrán abanicar un fraude electoral, declarando a Shafiq el ganador, lo cual sería un desastre; o, aceptar el triunfo de Mursi y jugar la carta de la «unidad nacional». A los islamistas solo le quedan dos alternativas: aceptar el juego de los militares; o, enfrentarlos en las calles. La primera le daría mejores opciones porque la camisa de fuerza que le pondrán los militares podrá servir de excusa para ir sumando un mayor apoyo ciudadano a través del tiempo.