Nunca antes el mundo había contado con tanta información como ahora. Sin embargo, según un reciente informe de CARE International (Suffering in silence, 2108) algunas de las mayores crisis humanitarias y medioambientales del mundo pasan casi inadvertidas para la gran prensa internacional.
Los analistas de CARE, que financia proyectos de desarrollo en países pobres, sostienen que el cambio climático estuvo detrás de cinco de los mayores desastres del año pasado, incluidas la sequía de Etiopía y el tifón Mangkhut en Filipinas. El silencio que suele rodear esas crisis se debe en gran parte a la escasa capacidad de los países que las padecen para lograr atención mediática y tomar medidas preventivas.
Las más difíciles de enfrentar son las provocadas por la alteración de los patrones pluviales, especialmente en las regiones más afectadas por el fenómeno: Oriente Próximo, el Cuerno de África, la península Indostánica y los Himalayas. Irán es uno de esos escenarios.
En 2013 Issa Kalantri, exdirector de la agencia de protección medioambiental iraní, denunció que en los últimos 50 años, un lapso en la que la población se ha duplicado, ha desaparecido el 85% del agua subterránea que contenían los acuíferos de la meseta iraní, que se extiende desde los montes Zagros y el mar Caspio hasta el estrecho de Ormuz y el Hindu Kush.
En 1979 la población iraní rondaba las 34 millones de personas. Por entonces, sus recursos hídricos renovables equivalían a unos 135.000 millones de metros cúbicos. Hoy, con 80 millones de habitantes, esa cifra ha caído a 80.000 millones.
Debido a la aridez del suelo regiones como las de Juzestán y Baluchistán, fronterizas con Pakistán, se están haciendo inhabitables. Kalantri advierte de que si el déficit hídrico no se resuelve en los próximos 30 años –entre otras cosas reduciendo el consumo y mejorando los métodos de irrigación agrícola–, millones se iraníes se verán obligados a emigrar.
En 40 años el número de pozos perforados para extraer agua ha pasado de 60.000 a más de 800.000. Más de la mitad son ilegales. El agotamiento de los acuíferos impide que el agua llegue a los lagos, humedales y pantanos y termina provocando su salinización y colapso.
En Isfahán la desaparición del río Zayandeh ha dejado en el corazón de la ciudad una cicatriz del ancho del Sena donde alguna vez fluyeron las aguas del “río dador de vida”, su nombre en farsi. En torno al Zayandeh floreció la antigua civilización persa que hizo que Isfahán fuera conocida siglos después, cuando Avicena escribió en ella su célebre Canon de medicina (1021), como “la mitad del mundo”.
Las canalizaciones en el cauce del río son en buena parte responsables de su extinción pero la causa principal es inocultable: los glaciares de los montes Zagros que alimentaban sus afluentes y tributarios ya casi no existen.
Una crisis planetaria
El mundo produce hoy el doble de alimentos que antes de la “revolución verde” de los años sesenta. El problema es que para lograrlo, la extracción de agua de ríos, lagos y acuíferos se ha triplicado desde entonces. Según la FAO, para producir una bolsa de arroz de medio kilo se necesitan entre 946 y 2.460 litros de agua y 11.000 litros para la carne de vacuno que contiene una hamburguesa. La mitad de las reservas globales de agua dulce están en solo seis países: Rusia, Brasil, Colombia, Canadá, Indonesia y China.
En la península del Indostán –y sobre todo en Cachemira, la región montañosa que comparten India y Pakistán– la situación es potencialmente explosiva. La superficie de los glaciares de los Himalayas que alimentan el Ganges, el Indo y el Brahmaputra, entre otros grandes ríos asiáticos, se está reduciendo a tasas galopantes en una de las regiones más pobladas del mundo.
La agricultura india y paquistaní tienen unas de las tasas de consumo de agua más elevadas del mundo. India es autosuficiente en materia alimentaria por su cultivo intensivo de arroz, maíz, trigo y alfalfa. Pero el precio que paga por ello es excesivo: la explotación insostenible de sus acuíferos y ríos.
El 20% de la electricidad que consume India se usa para alimentar bombas extractoras de agua subterránea. La lógica predominante por lo visto es la de obtener beneficios inmediatos a costa del futuro colectivo a largo plazo. Ríos como el Ganges, escenario de los ritos de purificación del hinduismo, y el Yamuna, que atraviesa Nueva Delhi, son hoy cloacas gigantescas por la basura, las aguas sin tratar y la contaminación que reciben.
Debido a construcción de represas a lo largo de su cauce, en algunos trechos las aguas del Ganges se han reducido un 50% desde los años setenta. Un 70% de ellas provienen del deshielo de los glaciares del Himalaya. Los hidrólogos indios habían previsto que el aumento de las temperaturas aceleraría el deshielo y aumentaría el volumen de agua de los ríos y, por ello, también su poder de generación hidroeléctrica. Sin embargo, ha ocurrido lo contrario por la falta de lluvias y la sobreexplotación.
Según un estudio del nepalí International Centre for Integrated Mountain Development, incluso contando con las previsiones más benignas, más de un 30% de los glaciares de los Himalayas habrán desaparecido hacia finales de siglo. Y si no se cumplen las metas del Acuerdo de París sobre Cambio Climático relativas a las emisiones globales de gases de carbono, podrían desaparecer hasta un 70% hacia 2100, lo que pondrá el peligro las condiciones de vida de miles de millones de personas.
Cachemira
Las recientes escaramuzas fronterizas en Cachemira después de que un grupo yihadista, Jaish-e-Mohammed, atentara en febrero contra un puesto policial indio matando a 44 personas, han empeorado la situación, moviendo a India a usar el agua como instrumento de presión contra Islamabad.
El gobierno de Nueva Delhi ha anunciado que va a represar el Ravi y otros ríos que nacen en territorio indio y que fluyen hacia Pakistán, lo que añade un factor adicional de conflicto entre dos potencias nucleares que han librado cuatro guerras desde su independencia en 1947.
En los años sesenta, Sri Pandit Jawaharlal Nehru, uno de los padres de la independencia, llamó a las grandes represas los “templos de la India moderna”. El actual primer ministro indio, Narendra Modi, es fiel a ese culto faraónico: ha comprometido 90.000 millones de dólares para nuevos proyectos hidráulicos en los próximos años.
Sunil Amrith, profesor de estudios asiáticos en la Universidad de Harvard y autor de Unruly waters, un libro sobre las crisis hídricas en el sureste asiático, cree que en Cachemira está la “zona cero” de todas ellas.
Según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, en todas las regiones subtropicales va a llover cada vez menos por el aumento de las temperaturas. India, Irán, Pakistán, Yemen, Arabia Saudí y Somalia serán los más afectados por el estrés hídrico pero dos terceras partes del mundo lo sufrirán en alguna medida en 2025. En 2011, Pakistán tenía 170 millones de habitantes. Hoy son 200 millones. El Indo es su principal fuente de agua dulce, al suministrar el 90% de su consumo doméstico.
Un 30% de la producción mundial de algodón proviene de India y Pakistán. Todos los años se extraen unos 700.000 millones de galones de agua del Indo para su cultivo. Según el gobierno de Islamabad, la canalización de las aguas del río Chenab hacia la presa india de Baglihar Dam redujo un 34% el volumen de las aguas que atravesaban la frontera.
Pakistán tiene el mayor sistema de irrigación por canales del mundo, lo que explica que sus acuíferos estén agotándose y salinizándose por las extracciones y la polución. Las reservas de agua en reservorios y pantanos solo son suficientes para un mes. El Indo está siendo tan sobreexplotado que ya casi no llega al océano Índico en Karachi, en cuyo delta han desaparecido sus antiguos arrozales.
¿Así acaba el mundo?
En This is the way the world ends (2018), Jeff Nesbit sostiene también que aún no se ha escrito el último capítulo de la larga historia de conflictos hídricos entre India y Pakistán, que en el pasado produjeron hambrunas, crisis energéticas, disturbios y violencia.
En 1960 Islamabad y Nueva Delhi firmaron un tratado para compartir el Indo y garantizar que su cauce no se redujera por las canalizaciones y represas. Las centrales hidroeléctricas indias no violan los términos del acuerdo, pero si las aguas del río siguen bajando, Pakistán no podrá alimentarse. Incluso si India y Pakistán resolvieran los problemas causados por los proyectos actualmente existentes, las nuevas represas indias harán crónico el conflicto.
Recientes estimaciones calculan que Pakistán se enfrentará ya en 2025 a un déficit de agua de 31 millones de acre-pies. Actualmente utiliza unos 104 millones para su agricultura. Y es solo el principio. En la próxima década se van a construir más de 400 nuevas represas en India, Nepal, Bután y Pakistán.