Quizá dentro de 50 años el premio Confucio de la Paz goce del prestigio que en estos días ostenta su homólogo el premio Nobel de la Paz, entregado por primera vez en 1901 al francés Frédéric Passy, fundador de la pacifista Unión Interparlamentaria, y al suizo Jean Henri Dunant, creador de la Cruz Roja. El primero de los premios Confucio ha sido concedido al ex vicepresidente de Taiwán Lien Chan, promotor de una mejora de las relaciones a ambas orillas del estrecho; sus organizadores esperan que sea el primero de una larga lista de luchadores por la paz desde una perspectiva oriental. Chan no ha acudido a la ceremonia a recoger el premio ya que no sabía nada de su existencia. En su lugar ha acudido la señorita Zeng Yuhan, de seis años, cuya relación con el político taiwanés no ha trascendido.
O quizá no. Quizá pasen 50 años y este premio se recuerde como una anédocta de épocas más oscuras. Según se desprende de su confusa ceremonia de entrega y de las palabras de sus organizadores, el premio Confucio de la Paz quizá tenga más semejanzas con el premio Lenin de la Paz, primero bautizado como el premio Stalin de la Paz, nombre que desapareció tras la desestalinización. Este premio, promovido por el gobierno soviético, se otorgaba a prominentes comunistas y defensores del régimen cuya nacionalidad no fuese soviética. El premio dejó de entregarse tras el derrumbe de la Unión Soviética, en 1991.
China no parece que vaya a correr la suerte de la Unión Soviética a medio plazo, aunque en cuestiones de caídas imperiales las predicciones son siempre arriesgadas. Aunque tampoco parece que el prestigio del premio Nobel de la Paz esté amenazado, dada la intensa actividad diplomática para sabotearlo desplegada por el gigante asiático. Tras meses de presiones y amenazas, los países que han rechazado participar por diferentes razones son la propia China, Rusia, Cuba, Venezuela, Marruecos, Egipto, Túnez, Sudán, Irak, Irán, Vietnam, Pakistán, Afganistán, Kazajistán, Arabia Saudí, Arelia y Sri Lanka.
Liu Xiaobo, el galardonado, tampoco ha acudido a la ceremonia, en este caso por estar cumpliendo una pena de prisión de 11 años de duración, de los que ya ha cumplido uno. ¿Su delito? Incitar a la subversión del poder del Estado. ¿Cómo? A través de la publicación en Internet de artículos críticos con el Partido Comunista Chino y, principalmente, por haber participado en la redacción de la Carta 08, un manifiesto que pide reformas democráticas en el país asiático, hecho público en diciembre de 2008, en vísperas del 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Para más información:
Xulio Ríos, «Desarrollo, unidad y democracia ‘a la China’». Política Exterior núm. 137, septiembre-octubre 2010.
Nicholas Bequelin, «The Nobel Crackdown». Foreign Policy, diciembre 2010.