La décima cumbre de los BRICS, que se celebra en la ciudad surafricana de Johannesburgo entre el 25 y 27 de julio, cierra el segundo ciclo de encuentros entre países de este foro lanzado en 2009. ¿Cuál es el balance tras 10 años de cooperación? Los BRICS siguen facilitando el auge internacional de China, su miembro más poderoso, pero parecen hoy menos dinámicos y cohesionados de lo que en su día se previó.
En esta ocasión, el gobierno de Cyril Ramaphosa ni siquiera se ha molestado en generar expectativas. La web oficial ahonda en una mezcla de perogrulladas –los asistentes “retornan a la cuna de la humanidad”– y contenido promocional (se señala la riqueza mineral de Suráfrica y se incluye información sobre la oferta turística del país). Nada de esto hace suponer que los invitados asistan a la creación de un nuevo orden mundial. “Los BRICS son el organismo internacional más estético entre las instituciones multilaterales cuyo principal objetivo es plantear una alternativa al orden unipolar de EEUU”, señala Rubén Ruiz Ramas, profesor en el Centro de Estudios Europeos de la Universidad Sun Yat-sen. “El multipolarismo ha cobrado fuerza progresivamente, aunque sigue siendo una ficción en términos de capacidades estructurales. Los BRICS no dejan de ser una entidad performativa, si bien eso no impide que haya habido un avance en la cooperación entre esos países”.
La importancia del foro como contrapeso al llamado orden liberal siempre se exageró. El acrónimo “BRIC” (Brasil, Rusia, India y China, al que posteriormente se añadió Suráfrica) lo acuñó en 2001 Jim O’Neill, economista jefe de Goldman Sachs, concibiéndolo como un proyecto de inversión sugerente para sus clientes. El grupo nunca estuvo cohesionado por una lógica geopolítica sólida y dejó de generar interés tan pronto se agotaron los booms económicos en varios de sus miembros. En 2014, O’Neill ya estaba promocionando nuevos acrónimos, como los MINT (México, Indonesia, Nigeria y Turquía). Un año después, Goldman Sachs cerraba su fondo de inversión de BRICS, previamente reducido de 800 a 100 millones de dólares. En 2016, el Financial Times ungía a Taiwán, India, China y Corea del Sur con otro acrónimo pegadizo pero menos halagüeño, TICKS (brick significa ladrillo en inglés, mint, menta, tick, garrapata).
Con todo, los BRICS han desarrollado instituciones comunes que los distinguen como grupo. Y que dotan al foro de sentido, en la medida en que se entienda como una de las muchas avenidas económicas, políticas y comerciales a través de las cuales China avanza su política internacional. El gigante asiático, al fin y al cabo, cuenta con una economía superior a la de la suma del resto de los miembros, de los que además es su principal socio comercial.
El presidente chino, Xi Jinping, llega a Johannesburgo tras iniciar una gira africana. La iniciativa arrancó en Senegal, el primero de la región en sumarse a la Nueva Ruta de la Seda (BRI en inglés), principal apuesta comercial de Pekín para integrar los mercados de Eurasia mediante proyectos de infraestructura. Una iniciativa que el resto de los BRICS no acoge de manera unánime: la ruta terrestre atraviesa Asia Central ignorando Rusia, en tanto que el cinturón marino encuentra reticencias en India, que apoya proyectos Indo-Pacíficos diferentes.
El tirón económico de China es tan vasto que le permite emprender múltiples iniciativas comerciales simultáneamente. En este sentido, el principal logro de los BRICS fue la creación, en 2014, del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), una institución multilateral que ya realiza proyectos por valor de 2.500 millones de dólares (el objetivo para 2018 es elevar esa cifra a 4.000), centrándose en la financiación de infraestructura sostenible y energías renovables en los BRICS. En el vecindario de China, el NDB compite también con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, lanzado por Pekín en 2015. Pero el AIIB, como se le conoce por sus siglas en inglés, es más ambicioso: plantea prestar entre 10.000 y 15.000 millones de dólares al año.
Como señala Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, Pekín busca tres objetivos con la creación de este entramado institucional: adquirir más peso en organismos tradicionales como el FMI y el Banco Mundial; desarrollar una arquitectura financiera global que no dependa de instituciones occidentales; y potenciar vínculos con los países que se suman a sus iniciativas. El país también desarrolla esta estrategia para poder hacer frente a su principal reto doméstico: la necesidad de realizar, en los siguientes años, una transición económica que le permita esquivar la trampa de las rentas medias y consolidarse como principal potencia económica mundial.
La cumbre actual se celebra en un clima tenso respecto al futuro del comercio internacional. Los bandazos de la administración estadounidense, sumida en una guerra tarifaria con China al tiempo que intenta enmendar las relaciones con Vladímir Putin, presagian un futuro volátil. Con su apuesta por el proteccionismo, Estados Unidos pretende obstaculizar los planes de crecimiento chinos. Pero la decisión de Donald Trump de subvertir el orden internacional que estableció su propio país ofrece a China la oportunidad de consolidarse como un contrapeso de EEUU: más responsable, predecible y comprometido con el crecimiento económico internacional.
Paradójicamente, esta dinámica podría debilitar al conjunto de los BRICS. Ruiz Ramas destaca que el foro ha funcionado en la medida en que China mantuvo la política exterior discreta promulgada por Deng Xiaoping. Una postura que ha cambiado durante la última década, en la que China ha pasado a promover iniciativas económicas internacionales y a tensar las reivindicaciones territoriales que mantiene con sus vecinos. “No queda claro, con una China cada vez más asertiva internacionalmente, cuál es el papel de los BRICS”.