Cuando la Operación Margen Protector terminó en agosto dejó un saldo de 71 muertos israelíes y 2.200 palestinos, más de la mitad civiles. Una victoria sofocante, pírrica y distópica para Israel. Dos meses después, el gobierno de Benjamín Netanyahu vuelve a la carga, esta vez en Jerusalén en vez de Gaza. La construcción de nuevas viviendas para israelíes en el este de la ciudad, perteneciente a Palestina, está generando una tensión similar a la que detonó la segunda intifada. Pero existe una diferencia importante entre 2014 y 2000: por primera vez, Israel está perdiendo el apoyo de Occidente.
El final de la guerra en Gaza ha traído un goteo de provocaciones israelíes en Cisjordania. En agosto, el gobierno expropió 400 hectáreas de tierra en Belén. En septiembre, el municipio de Jerusalén –controlado por Israel, aunque las autoridades palestinas reclaman la mitad este de la ciudad comexpo futura capital de su Estado– anunció la creación de 2.600 nuevas viviendas en territorio ocupado cerca de Givat HaMatos. El 27 de octubre, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, proclamó la creación de otras 1.060 casas para judíos en la zona y restó importancia a las críticas de la comunidad internacional, que ignoró por considerarlas “desconectadas de la realidad”.
La construcción de nuevos asentamientos se ha visto acompañada de una serie e enfrentamientos en la Explanada de las Mezquitas, concretamente en la de Al-Aqsa, que tras la Meca y Medina es el tercer lugar sagrado del Islam. A mediados octubre, por primera vez en 40 años y en lo que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, consideró “un acto de guerra”, el gobierno de Netanyahu cerró el acceso a la mezquita. La medida se tomó como respuesta a una serie de altercados violentos en la capital. La posterior visita que ha realizado Nir Barkat, alcalde de Jerusalén, acompañado de una escolta armada, recuerda a la que realizó Ariel Sharon en 2000, detonando la segunda Intifada.
La actitud de Israel ha desbordado la paciencia de su principal aliado. La relación con Estados Unidos pasa por un punto bajo sin precedentes. En un artículo explosivo publicado en The Atlantic, Jeffrey Goldberg describe el hartazgo en la administración de Barack Obama. Netanyahu es descrito como un “gallina” corto de miras, más preocupado en ganar las siguientes elecciones que en hacer política de Estado. Otro alto cargo lo considera un cobarde, incapaz de bombardear Irán cuando tuvo ocasión, pero empeñado en hacer descarrilar las negociaciones sobre su programa nuclear. Más detestado si cabe es Moshé Yalón, ministro de Defensa, que contribuyó a boicotear el plan de paz de John Kerry, secretario de Estado americano, llamándole “obsesivo” y “mesiánico”. Ni Kerry, ni la consejera de Seguridad Nacional Susan Rice, ni el vicepresidente Joe Biden se dignaron a recibir a Yalón durante su última visita oficial a Washington, en octubre.
Goldberg opina que, tras las elecciones legislativas del 4 de noviembre, Obama posiblemente endurezca sus críticas a la política de asentamientos y retire a Israel la cobertura diplomática que hasta ahora le proporciona su país en la ONU. Hasta ahora, la única vez que el presidente ha ejercido el veto estadounidense en el Consejo de Seguridad ha sido precisamente para detener una condena a la política de asentamientos israelí.
EE UU no está solo en su frustración con Israel. La relación del Estado judío con Turquía, que en el pasado fue su único soporte regional, lleva años en caída libre. La Unión Europea, hasta ahora cautelosa a la hora de criticar a Israel, está dando los primeros pasos en la dirección de una política menos acomodaticia. Suecia acaba de reconocer a Palestina como Estado y Federica Mogherini, nueva alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, ya ha declarado su voluntad de lograr la creación de un Estado palestino.
No todas las noticias internacionales son desastrosas para Tel Aviv. En los últimos años, las relaciones de Israel con Rusia e India han mejorado notablemente. Pero Vladimir Putin continúa apoyando a los regímenes de Irán y Siria, y Narendra Modi, el nuevo primer ministro indio, no es un peso pesado en Oriente Próximo. Siempre ha sido Occidente quien ha apuntalado a Israel, tolerando tácitamente, desde 1967, una ocupación militar cada vez más difícil de defender. El creciente desencanto de Europa y EE UU hace inviable la actual posición de Israel en el largo plazo.