La figura de Nixon está siendo rehabilitada. El presidente de Estados Unidos, famoso por acercarse a China durante la Guerra Fría para hacer frente a la URSS, fue repudiado por su partido tras verse involucrado en el escándalo Watergate. No obstante, hoy encuentra admiradores entre las filas del nuevo Partido Republicano. El notorio asesor político Roger Stone se define como uno de sus mayores admiradores, y el propio Donald Trump planteó durante su presidencia la estrategia “Reverse Nixon”: buscar el acercamiento a Rusia para debilitar a China. El candidato en las primarias presidenciales Vivek Ramaswamy no solo recoge esta idea en su programa, sino que además propone hacerlo ofreciendo a Moscú el territorio que ha conquistado en Ucrania y prometiendo que Kiev nunca entrará en la OTAN. Estas políticas, insiste el candidato, se inspiran en la visión geopolítica de Richard Nixon.
«El propio Donald Trump planteó durante su presidencia la estrategia ‘Reverse Nixon’: buscar el acercamiento a Rusia para debilitar a China»
En un Partido Republicano que abandonó el neoconservadurismo tras los fracasos de la Administración Bush, muchos encuentran en la figura del presidente del Watergate la inspiración para una nueva doctrina de política exterior. Basada en el realismo, esta prima el puro interés geopolítico y deja a un lado las visiones “moralistas” y neoconservadoras de promoción y defensa de la democracia. En definitiva, una doctrina que traduzca la máxima “America First” a los asuntos internacionales. La utilización de Nixon para justificar este cuasi aislacionismo ideológico surge de la imagen popular del mandatario: es recordado como un personaje cínico, frío y calculador cuya política exterior carecía de toda ideología y se guiaba únicamente por el puro interés egoísta. El férreo anticomunista capaz de estrechar la mano a Mao para vencer a Bréznhev. Y aunque toda caricatura tiene su base de realidad, la visión exterior del expresidente tenía una importante carga ideológica y dista mucho de las propuestas que sus nuevos admiradores dicen que inspira.
Tras su salida de la Casa Blanca, Nixon dedicó gran parte de su vida a analizar y asesorar sobre geopolítica. De todos los libros que publicó sobre el tema, los dos que más destacan: The Real War (1980) y Beyond Peace (1994). En el primero ofrece su consejo y su visión en un momento en el que se creía que Estados Unidos podría perder la Guerra Fría. El segundo se centra en cómo consolidar la paz alcanzada tras la caída del muro de Berlín y mantener la supremacía de los valores democráticos. En ambos el expresidente muestra una visión coherente de su forma de entender el mundo.
«Lo más probable es que Richard Nixon repudiase casi todas las propuestas que sus nuevos admiradores justifican en su nombre»
Con China otra vez en el centro del debate geopolítico, una Rusia agresiva y expansionista, y un reforzado eje Pekín-Moscú varios comentaristas trazan paralelismos entre la situación geopolítica de los setenta y la actual. Surge para muchos la pregunta ¿Qué haría Nixon en esta situación? La respuesta no es sencilla, y para desarrollarla es necesario profundizar en tres aspectos fundamentales: su visión del papel de Estados Unidos en el mundo; su interpretación de la política exterior soviética y la propuesta del mandatario para hacer frente a Rusia y China. Todos ellos llevan a una misma conclusión: lo más probable es que Richard Nixon repudiase casi todas las propuestas que sus nuevos admiradores justifican en su nombre.
Autoridad moral y misión
Después del estancamiento en Afganistán e Irak, muchos en el Partido Republicano asociaron el fracaso en las dos guerras al idealismo de defensa de la democracia. Una política exterior basada en la promoción de los principios democráticos, pensaban, los había llevado a unos conflictos bélicos interminables que solo drenaban recursos económicos. La solución, por tanto, era renunciar al liderazgo del mundo libre y a todos los costosos compromisos que éste suponía. Desde ahora se centrarían únicamente en defender los intereses estadounidenses.
Sin embargo, Nixon defendía el papel de Estados Unidos como referencia moral del mundo. En Beyond Peace, el expresidente argumenta que la victoria de su país en la Guerra Fría no solo fue política o económica, sino también ideológica. En el primer capítulo del libro, menciona cuatro principios que su nación debía seguir tras la caída de la URSS. Uno de ellos es que “América debe tener un papel de liderazgo en el escenario mundial”. Estados Unidos, explica, “debe liderar para abrir los ojos a aquellos todavía cegados por el despotismo, empoderar a los que permanecen oprimidos y liberar de las mazmorras de la tiranía a quienes siguen viviendo en la oscuridad”. En los dos libros ya mencionados, el mandatario define a su nación como la representante de “la esperanza, la libertad, la seguridad y la paz”, frente a una URSS que defendía “el miedo, la tiranía, la agresión y la guerra”. Explica que si eso no representaba el bien y el mal “entonces los conceptos de bien y mal no tienen significado”.
Por ello, Nixon llamaba a su nación a asumir ese liderazgo moral. En The Real War argumenta: “Tenemos una responsabilidad hacia el futuro única en nuestro tiempo y lugar. Nada de lo que nuestra generación puede dejar para el mañana será más significativo que la herencia de la libertad”. Y una década más tarde defendía los sacrificios que hizo su nación durante la Guerra Fría: “Si no hubiésemos estado dispuestos a invertir miles de millones de dólares en estos compromisos y arriesgar la vida de nuestros soldados, la Guerra Fría hubiese acabado, pero la Unión Soviética hubiese ganado”. Quizá por las protestas que su gobierno sufrió durante la guerra de Vietnam, Nixon critica a aquellos que en su país reniegan de este concepto de liderazgo moral del mundo. Rechaza a aquellos optimistas que renuncian a actuar porque creen que “como las sociedades libres han sobrevivido antes, sobrevivirán ahora” y reprocha a los pesimistas que ven la derrota inevitable y que “de buena gana ceden un país por aquí, un país por allá por ganar un par de años más de paz y tranquilidad”. Lamenta que en Estados Unidos algunos crean “que si sonreímos lo suficiente a los soviéticos, sus corazones se derretirán y sus políticas se calmarán”. El expresidente llama entonces a hacer sacrificios “aplazando aquellos objetivos que son meramente deseables, para centrarse en aquellos necesarios para pagar el coste de la defensa” aunque ello suponga “incurrir en el disgusto de poderosos sectores en el país y de las voces rencorosas de afuera”.
En las filas conservadoras del GOP (Grand Old Party), varios entienden el acercamiento de Nixon a la China comunista como un respaldo a sus renuncias a la ideología en la política exterior y al liderazgo moral de Occidente. Nada más lejos de la realidad. Nixon, al menos de palabra, apelaba a que su país asumiera dicho liderazgo en nombre de la humanidad y actuase de forma acorde.
Rusia: autoritarismo y expansionismo
A lo largo de su obra, Nixon hace énfasis en la política exterior soviética/rusa y la mentalidad que la inspira. En The Real War, adopta una visión constructivista de la estrategia geopolítica de Rusia, explicando cómo históricamente el imperio ruso recurría a la conquista de sus vecinos para garantizar su seguridad. El ex jefe del ejecutivo advierte que la URSS basa su estado totalitario en la estructura zarista, con la diferencia de que los líderes soviéticos “tienen una máquina militar que los zares no hubieran podido soñar, y han expandido su poder más allá del más lejano alcance de la ambición zarista”. Para Nixon la amenaza a la seguridad global venía de una Unión Soviética que se caracterizaba por ser totalitaria y expansionista. Advertía también de lo que él llamaba la “táctica soviética de la bravuconería”, el uso de la amenaza nuclear para convencer a la opinión pública americana de ceder a sus pretensiones: “Kruschev hacía ruido con sus sables nucleares, con la esperanza de crear en el Oeste el miedo al poder soviético. Nuestros líderes del momento no se dejaron engañar; sabían que no tenía intención de suicidarse, pero la opinión pública se vio notablemente afectada”. El contraste con las amenazas nucleares de Putin en la guerra de Ucrania es innegable.
Una vez acabada la Guerra Fría, la democratización de Rusia se volvió una de las obsesiones de Nixon. En los últimos años de su vida se dedicó a advertir en conferencias y escritos que, si esta fracasaba, Moscú podría volver a caer en un nacionalismo expansionista que amenazase la seguridad global. En Beyond Peace, el expresidente advertía que “Occidente debe tomar nota de las preocupantes señales en el horizonte. El pensamiento militar ruso se está volviendo más nacionalista y asertivo en la defensa de los intereses rusos en el antiguo espacio soviético, y más partidario del uso de fuerza militar como instrumento de política exterior”. Asimismo, avisaba que “Estados Unidos no puede mantenerse indiferente a los miedos de los vecinos de Rusia, especialmente porque en muchas ocasiones esos miedos se basan en nuevos y perturbadores elementos en el comportamiento ruso. Hay evidencias que muestran que el pensamiento de seguridad ruso se ha movido en una dirección más agresiva”. Si bien es cierto que advertía que Estados Unidos no debía dar la sensación de querer acorralar militarmente a Rusia, Nixon recordaba a su país que “cualquier intento de restablecer el imperio ruso por la fuerza, coerción o desestabilización de sus vecinos sería contraria a los intereses estadounidenses”. Explica que “Ucrania y los países bálticos ocupan un lugar especial en el corazón estadounidense” y que “tras haber visto estas y otras repúblicas alcanzar finalmente su independencia Estados Unidos no tolerará volver a verlas subyugadas”. Ya en los noventa, el mandatario fue capaz de vaticinar los problemas que el expansionismo ruso traería al orden mundial.
«Nixon ya preveía a principios de los noventa la amenaza que una Rusia nacionalista y expansionista suponía para la seguridad global y los intereses americanos»
Por último, el expresidente no dudaba en criticar a aquellos que, como hace el candidato Ramaswamy, proponían ceder territorio a los rusos para garantizar la seguridad global. En The Real War explicaba: “Los apologistas suelen argumentar que los soviéticos realmente intentan asegurar su propia seguridad contra lo que perciben como reales o potenciales amenazas extranjeras, y que, una vez tienen la suficiente fuerza para asegurar dicha seguridad, su apetito quedará saciado. Puede que haya algo de verdad en la primera parte del argumento, pero el problema con la segunda parte es que el apetito ruso para la ‘seguridad’ es insaciable. Cuanto más adquieren los soviéticos, más tienen que proteger, y ellos definen la seguridad, tanto en la política interior como la exterior, como la dominación. Para ellos, tanto la seguridad como el poder solo pueden ser totales. Y por lo tanto solo pueden ser garantizados con la total eliminación del potencial rival”. Una vez más es destacable cómo los argumentos que el presidente escribió hace tres décadas responden a los actuales debates geopolíticos.
Nixon, por lo tanto, ya preveía a principios de los noventa la amenaza que una Rusia nacionalista y expansionista suponía para la seguridad global y los intereses americanos. Proponía, entonces, una política de apoyo a su democracia y de asertividad frente a cualquier actitud agresiva, así como la defensa de las naciones del antiguo espacio soviético. Una visión contraria a muchas de las voces de su partido, que utilizan su figura para proponer cesiones territoriales a Rusia con tal de alcanzar la paz.
El reto de la URSS y China
La asertividad en el escenario internacional es uno de los temas centrales de la visión de Nixon. Para el exmandatario estaba claro: “La aquiescencia frente a un movimiento agresivo [de la URSS], invita a que ocurra otro. Una respuesta firme a un nivel puede evitar una escalada más adelante”. En The Real War, usa su bombardeo de Haiphong antes de una cumbre con Brézhnev y durante negociaciones para la paz en Vietnam como ejemplo de ello: “Nuestras acciones en Vietnam demostraron no solo que teníamos poder, sino que teníamos la voluntad de ejercerlo cuando se amenazaba nuestros intereses. […] pudimos acudir a la cumbre desde una posición de fuerza”. Esto, argumenta Nixon, facilitó sus negociaciones con la URSS y China: “Ambos pudieron ver que teníamos poder, la intención de usarlo y la habilidad de hacerlo de forma efectiva. Eso significaba que merecía la pena negociar con nosotros. Podríamos ser un amigo fiable o un enemigo peligroso”. Nixon criticaba también a aquellos líderes que públicamente renunciaban al uso de la fuerza: “[Hacerlo], puede ser considerado una virtud en Occidente; los soviéticos y otros agresores potenciales lo consideran una muestra de debilidad. Descartar el uso de la fuerza provocará que usen su fuerza contra nosotros”.
Asimismo, Nixon era un defensor de la impredecibilidad como herramienta de política exterior. A juicio del expresidente: “Nunca deberías hacer saber al enemigo lo que harás, pero es más importante que no le hagas saber a tu enemigo lo que no harás. […] Si el enemigo piensa que eres impredecible quedará disuadido y no irá demasiado lejos. […] Incluso aunque estés en una posición de fuerza, es mala estrategia parecer débil”.
Ello no suponía intransigencia. El expresidente desarrolló la estrategia de la détente, o distensión, empezando negociaciones con la URSS para bajar las tensiones de la Guerra Fría. No obstante, Nixon dejaba claro que la idea no era negociar por negociar, sino hacerlo desde una posición de fuerza. Para el ex líder del mundo libre la contención del expansionismo ruso era una condición sine qua non de la política exterior estadounidense. Pues “si no penalizamos su actitud agresiva, no tendrán motivos para ser disuadidos”. La contención sin détente era peligrosa, ya que invitaba a una escalada nuclear, pero la détente sin contención era una quimera, pues los soviéticos no moderarían su comportamiento si encontraban que sus agresiones obtenían resultados.
Nixon, por tanto, creía que la fortaleza y el uso asertivo de ella favorecían la paz, pues disuadían a los soviéticos de emplear el uso de la fuerza y por lo tanto les invitaban a reducir tensiones mediante negociaciones. Siguiendo esa línea de pensamiento, Rusia debía ser penalizada por su actitud agresiva y recompensada en la mesa de negociación. A su juicio, la cesión de territorio ucraniano que proponen varios neo-nixonianos y realistas estaría recompensando las aspiraciones expansionista rusas y eliminaría cualquier factor disuasorio o penalizante.
No obstante, no es la única diferencia entre Richard Nixon y muchos de los que se definen sus admiradores. Si se compara la guerra de Vietnam que vivió Nixon con la actual guerra de Ucrania se puede deducir fácilmente cómo el expresidente hubiese actuado hoy día. Su gobierno desarrolló la “doctrina Nixon”, consistente en la creencia de que fue un error mandar tropas a Vietnam, y que la acción estadounidense debía únicamente centrarse en proporcionar apoyo logístico, financiero y de entrenamiento a las fuerzas survietnamitas. Una estrategia similar es la que está siguiendo la Administración Biden, evitando mandar tropas estadounidenses, pero dando todo tipo de asistencia a Ucrania. En las filas del Partido Republicano, cada vez son más las voces que piden una reducción de apoyo financiero, criticando que Biden les está llevando a la tercera guerra mundial o que no quieren saber nada de “guerras interminables”. Nixon, sin embargo, advierte en sus textos que la decisión del congreso estadounidense de recortar las ayudas económicas a Vietnam del Sur fue uno de los factores de la derrota de este.
Por último, respecto a la propuesta de un “Reverse Nixon” y acercarse a Rusia para aislar a China, los libros del expresidente muestran también la inviabilidad de la idea: en ellos se explica que la ruptura entre Rusia y China empezó a producirse en los años cincuenta y que para 1961 “estaba prácticamente acabada”. Su acercamiento al gigante asiático se produjo en 1972 tras casi dos décadas de encontronazos entre las dos potencias comunistas. Una situación que dista de la actual, con una relación entre Rusia y China cercana y bastante estable. Asimismo, el entonces presidente dejó claro a China que los problemas territoriales con Taiwán debían resolverse pacíficamente, lo que lleva a cuestionar si Nixon verdaderamente apoyaría el acercamiento a un país que hasta ahora los ha resuelto mediante la fuerza.
Nixon es una figura polémica y no sin razón. A pesar de su férrea defensa verbal de los valores democráticos, su gobierno apoyó golpes de Estado en democracias como Uruguay, Argentina y Chile. Este año se cumple medio centenario de este último. Con el reciente fallecimiento de su secretario de Estado, Henry Kissinger, han vuelto al debate público las acusaciones de crímenes de guerra en Camboya y las críticas por su apoyo al régimen de Pakistán en la crisis de Bangladesh. Para sus detractores, su defensa de la asertividad le llevó a ejecutar una política exterior excesivamente agresiva que en muchas ocasiones violó los derechos humanos.
No obstante, a pesar de todas estas controversias, algunos en el Partido Republicano han rehabilitado su figura para justificar una renuncia al liderazgo moral de Occidente, una reconsideración de la enemistad con Rusia y la disposición a hacer concesiones ante esta. Sin embargo, Nixon se opondría a todo ello: defendía que su país liderase al mundo en la defensa de los valores occidentales, consideraba el expansionismo nacionalista ruso como la mayor amenaza a la seguridad global y era partidario de un uso asertivo de la fuerza para contrarrestarlo.
En su último libro, Leadership: Six Studies in World Strategy, Henry Kissinger lamenta que el desprestigio que Nixon sufrió por el escándalo Watergate impidiera que su visión internacional sentase doctrina en su partido. Tal vez por eso su ideología y legado hayan sido malinterpretados por sus compañeros de fila. Si Richard Nixon levantase la cabeza, rechazaría taxativamente las ideas de los que hoy dicen ser sus defensores y que tanto criticó durante las últimas décadas de su vida. Pero quizá el presidente que pasó rezando las horas previas a su dimisión podría haberlo previsto. Como dice el Evangelio: nadie es profeta en su tierra.