Cuando el alto el fuego de dos años colapsó en julio de 2015, el Estado turco y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) entraron en un túnel oscuro y peligroso. Ambas partes tendrán que hacer un gran esfuerzo para encontrar una salida pacífica. El problema no es solo que la lucha –la peor desde los tristes años noventa– ha matado a 700 personas en un plazo de seis meses, incluyendo al menos 220 civiles, según los cálculos del International Crisis Group (ICG). Es que las dos partes han desechado muchos de los éxitos de una década de esfuerzos de paz, causando una nueva polarización masiva dentro de Turquía que será más difícil que nunca de reparar.
Varios distritos de mayoría kurda al sureste de Turquía se parecen cada vez más a la Siria devastada por la guerra. Jóvenes militantes armados están reforzando las trincheras y barricadas con sacos de arena en centros urbanos, participando en batallas sangrientas con las fuerzas de seguridad turcas. El conflicto urbano afecta a las vidas de los civiles: más de 100.000 han abandonado sus casas por culpa de los disturbios causados por los combates y de las largas semanas de toque de queda, que según las fuerzas de seguridad tenían el propósito de «limpiar» la región de militantes del PKK. El Estado, los barrios y algunos grupos no estatales proveen asistencia financiera y militar a los desplazados pero, como un reflejo de la polarización a nivel nacional, la coordinación entre ellos es virtualmente inexistente, dejando una asistencia desarticulada y desordenada.
La trágica paradoja es que los esfuerzos previos de paz nacieron al darse cuenta los líderes de ambos bandos de que no puede haber ningún vencedor en una confrontación militar. Turquía y el PKK deben construir urgentemente un camino de vuelta hacia los diálogos de paz.
Con las expectativas de que la violencia empeorará en primavera, cuando los militantes puedan moverse de nuevo hacia los pasos montañosos, ahora es el momento de revertir la espiral de desconfianza entre Ankara y el movimiento kurdo, incluyendo el Partido Democrático del Pueblo (HDP), con representación en el Parlamento, y el ilegalizado PKK, cuyo líder, Abdullah Öcalan, está encarcelado.
Cuatro supuestos ataques del Estado Islámico contra activistas prokurdos han fortalecido la percepción entre los kurdos de que el Estado no les protege
El más favorecido por la reanudación de la violencia entre Turquía y el PKK es el Estado Islámico (EI). Desde luego, a Ankara le preocupa que la rama del PKK en Siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD), transforme sus victorias sobre el EI en un corredor de tierra a lo largo de la frontera sur de Turquía. Pero esta posibilidad ha desviado en ocasiones la atención de la urgente necesidad de centrarse en la amenaza del EI. Lo que empeora la polarización dentro de Turquía: desde mayo, cuatro supuestos ataques del EI contra activistas prokurdos en Turquía fortalecieron la percepción entre los kurdos de que el Estado no les protege. Mejor tarde que nunca: el interés compartido por hacer frente a EI se ha vuelto más aparente después de que el atentado suicida, relacionado con EI, del 12 de enero de 2016 en Sultanahmet, centro histórico de Estambul, matara a once turistas alemanes.
Los aliados occidentales de Turquía, que permanecen centrados en la crisis siria, su seguridad regional y las consecuencias de la crisis de los refugiados, no deberían desestimar los riesgo planteados por un conflicto que deteriora con rapidez a Turquía. Por sus propios intereses –incluyendo la prevención de nuevos flujos de refugiados hacia Europa, no solo de Oriente Próximo sino también desde Turquía, un fenómeno ya visto en los noventa–, deben reconocer la amenaza a la seguridad que el PKK supone, alentando a Ankara a replantearse su acercamiento basado en la seguridad, centrándose en alcanzar una solución a largo plazo al problema kurdo.
Lo que el proceso de paz debe parecer
El proceso de paz debe tener dos vías. Por un lado, las conversaciones con el PKK deben reanudarse con el objetivo de conseguir la retirada de los combatientes de Turquía y acordar mecanismos para la amnistía y la reintegración de aquellos que estén dispuestos a desarmarse. Öcalan ha recalcado la necesidad de un formato más estructurado para los diálogos de paz que deberían incluir también a otras figuras del PKK y del HDP, así como un mecanismo de seguimiento. Para conseguir una hoja de ruta y un cronograma de común acuerdo, el gobierno tiene que aclarar su posición en la institucionalización del proceso y evitar que el esfuerzo cíclico para resolver el conflicto no se parezca al mítico trabajo de Sísifo de rodar una piedra hasta la cima de la montaña.
El PKK y Turquía deben buscar un alto el fuego reforzado, con parámetros bien definidos que puedan ser supervisados. Mientras el Estado necesita asegurar el fin de las detenciones por motivos políticos y la investigación de los abusos pasados y presentes, el PKK debe pone fin a las declaraciones de autonomía y la llamada defensa del territorio usando jóvenes militantes armados detrás de las trincheras y las barricadas en centros urbanos.
Por otro lado, moralmente pero no directamente relacionado con la primera vía, el Estado y todos los partidos legales en Ankara deben reunirse, preferiblemente implicando al Parlamento, para hacer frente a las viejas demandas de las comunidades kurdas en Turquía, apenas el 15% de la población. Tal esfuerzo necesitaría incluir derechos a la educación en lengua materna, descentralización de Turquía, una nueva constitución que elimine incluso la discriminación aparente, leyes antiterroristas más justas y acabar con el umbral del 10% del voto para la entrada de los partidos al Parlamento.
Dialogando la paz, preparando el combate
Durante los 30 meses de alto el fuego, mientras las conversaciones de paz estaban en curso, ambas partes se preparaban simultáneamente para nuevos enfrentamientos en caso de que las negociaciones fallasen. Esto sentó las bases para la reanudación de la violencia en julio de 2015.
Incluso un mes antes de que Öcalan pidiera el alto el fuego en marzo de 2013, y se produjera una retirada limitada de combatientes del PKK, los medios de comunicación favorables al PKK ya habían anunciado la formación del Movimiento Juvenil Patriótico Revolucionario (YDG-H). Este se convirtió rápidamente en una milicia armada urbana, integrada por jóvenes, con capacidad de atraer a las fuerzas de seguridad en batallas callejeras indiscriminadas en muchas ciudades. El PKK negó el control o ayuda al grupo, a pesar de que ambos apoyen la misma causa. En este período, el ejército turco consolidó su posición, construyendo puestos de avanzada y diques que el PKK consideró un abuso del alto el fuego por bloquear sus rutas de suministro.
La burocracia de la seguridad en Turquía siguió sin mostrarse convencida con un proceso de paz liderado por políticos. En 2014, oficiales del ejército pidieron permiso para llevar a cabo 290 operaciones contra el PKK en el sureste del país, aunque el gobierno, en un intento de asegurar el proceso, solo aprobó ocho. “El gobierno ha cedido el Este al PKK”, dijo un activista de derechos humanos de Diyarbakir, crítico con el PKK.
El retraso de Ankara a la hora de reaccionar al asedio de Kobane fue un punto de inflexión para el conflicto entre Turquía y el PKK. Kurdos de toda Turquía buscaron ayudar a los defensores kurdos de la ciudad fronteriza sitiada en Siria, pero el gobierno bloqueó su paso, prendiendo la mecha de la indignación en el movimiento kurdo. Las protestas en contra el gobierno estallaron en las principales provincias kurdas del sureste entre el 6 y el 8 de octubre de 2014, provocando 50 muertes. Finalmente, el 29 de octubre, el gobierno permitió el paso a Siria de los luchadores peshmerga, y el 26 de enero de 2015, el YPG, la rama militar del PYD, anunció que había liberado Kobane. Ankara justificó su respuesta tardía diciendo que tanto el EI como el PKK son grupos terroristas, al igual que el PYD, sin distinción entre ellos. Esto reforzó la visión entre los kurdos de que Ankara estaba apoyando de manera encubierta al EI y se convirtió en el principal pilar de la campaña política del movimiento kurdo contra el gobierno.
El colapso del alto el fuego
Impulsado por el fracaso del último intento de salvar el proceso de paz (el fallido “consenso de Dolmabahçe”), mientras hervía a fuego lento la rabia de los kurdos por Kobane, la hostilidad entre el AKP y el HDP aumentó de manera considerable en el periodo previo a las elecciones parlamentarias del 7 de junio de 2015. El inesperado éxito del candidato del HDP en las elecciones presidenciales de agosto de 2014 dio pie a que el partido se presentara a las elecciones parlamentarias como uno solo, en lugar del despliegue de candidatos independientes. Como suele ocurrir, el partido podría haber sacado provecho del resentimiento de los jóvenes kurdos en el sureste. Pero esta vez, ilustrando cómo de interconectados pueden estar turcos y kurdos, el partido atrajo votos de los segmentos liberales y de izquierda, con el argumento de que la ambición de Recep Tayyip Erdogan para transformar el sistema de gobierno en uno presidencialista, con controles y equilibrios débiles, solo podría prevenirse si el HDP superaba la barrera del 10% para entrar el Parlamento.
La violencia política aumentó durante la campaña, pero el HDP consiguió un inesperado 13,1% del total de los votos y se aseguró 80 miembros en el Parlamento. El AKP, con el 40,9%, se quedó sin mayoría por primera vez desde 2002. Los esfuerzos por formar un gobierno de coalición fallaron y Erdogan convocó nuevas elecciones para el 1 de noviembre.
A medida que aumentaban los enfrentamientos –que han hecho de este periodo uno de los más violentos de la historia moderna de Turquía–, el 10 de octubre una manifestación prokurda por la fue el blanco del ataque terrorista más mortífero jamás registrado en el país. Dos atacantes suicidas vinculados al EI mataron a 103 personas, la mayoría activistas kurdos. El ataque, y la incompetencia percibida en la respuesta de las fuerzas de seguridad, alimentaron el creciente sentimiento antiestatal entre los partidarios del HDP.
El resultado de las elecciones del 1 de noviembre intensificaron las sospechas mutuas. El AKP ganó con el 49,5%, suficiente para formar un gobierno de partido único con comodidad. El HDP perdió cerca de un millón de votos en comparación con junio, aunque el 10,7% del total de votos superaba el umbral para entrar el Parlamento. El HDP atribuyó las pérdidas a un ambiente electoral injusto e inseguro, en el que fueron incapaces de mantener las protestas masivas, mientras sufrían una campaña de intimidación que dificultó que los representantes del partido aparecieran en los principales medios de comunicación. Miles de activistas prokurdos fueron también detenidos y cientos arrestados. Sin embargo, un diputado del AKP interpretó los resultados de forma distinta:
Viendo la unitaria naturaleza de un país bajo amenaza, tanto los nacionalistas turcos como los kurdos se han juntado tras el AKP. La gente en Silvan, Cizre, Nusaybin no han apoyado la idea de un auto-gobierno democrático que el PKK está propagando. Si lo hubieran hecho, estaríamos viendo un escenario completamente diferente, mucho más violento, que incluso podría haber llevado a una guerra civil.
Falsa seguridad
El proceso de paz está debilitado por el hecho de que ambas parte están seguras de que su posición internacional está mejorando, al mismo tiempo que la polarización de la política nacional durante el periodo electoral ha quemado los puentes políticos cuidadosamente construidos. El PKK intenta aprovechar el éxito de sus grupos afiliados en Siria para reforzar una posición de vis-à-vis con Turquía. La confianza creciente de occidente en el YPG en su lucha contra el EI ha incrementado la legitimidad del PYD y del YPG, impulsando su aspiración para un proyecto de gestión de enclaves autónomos en Siria. El deterioro de las relaciones entre Moscú y Ankara desde el derribo de un caza ruso el 24 de noviembre puede haber elevado la confianza en el PKK.
Ankara, mientras tanto, considera su papel crítico en la lucha contra el EI como un seguro contra las ambiciones del PKK en Siria. A Washington le gustaría que Turquía sellara un tramo crucial de la frontera a lo largo del territorio sirio ocupado por el EI. Al mismo tiempo, el PYD, que carece de la voluntad o la legitimidad para ocupar y gobernar las ciudades de mayoría árabe del norte de Siria, parece haber alcanzado sus límites naturales. Un experto turco mantiene sobre Turquía:
Es un Estado fuerte. Su importancia estratégica para Estados Unidos y Occidente siempre tendrá más peso que la del PKK o el PYD. Europa necesita a Turquía para la crisis de los refugiados y EE UU para ser capaz de combatir al EI de forma más efectiva.
Por tanto, el PYD, el YPG y Ankara están incentivados por su importancia estratégica para Washington. Sin embargo, la reavivación del conflicto PKK-Turquía complica la lucha de la coalición liderada por EE UU contra el EI, sobre todo porque Turquía rechaza colaborar, directa o indirectamente, con el YPG. Washington debería usar su influencia sobre Ankara y el PYD para condicionar su apoyo político y militar en Siria con parámetros con los que ambos bandos puedan estar de acuerdo, como separar más claramente sus acciones con el PYD en Siria y lo que no hace con el PKK en otros lugares. Llevar al PKK y Ankara de nuevo a la mesa de negociaciones podría dar lugar a una relación más constructiva entre el PYD y Turquía, sumando esfuerzos en la lucha contra el EI.