¿Verdad o fe débil?. Diálogo sobre cristianismo y relativismo, de René Girard y Gianni Vattimo. Paidós. Barcelona, 2011. 155 pág. 17 euros.
Por Luis Esteban G. Manrique.
El filósofo francés Jean-Paul Sastre escribió que los horrores bélicos del Siglo XX habían dejado un agujero “con forma de Dios” en la conciencia humana, allí donde había estado siempre lo sagrado.
En la teología cristiana se había definido tradicionalmente el infierno como la ausencia de Dios. Los genocidios y campos de exterminio nazis reprodujeron vívidamente ese simbolismo dantesco: los cuerpos atormentados, el escarnio, los gritos y las burlas, las llamas y el olor acre de los cadáveres incinerados saliendo en el humo grisáceo de las chimeneas de los campos de la muerte evocaban para cualquier conciencia religiosa un mundo del que Dios se había ausentado.
Auschwitz fue, en ese sentido, una epifanía siniestra que revelaba la visión terrible de aquello a lo que se asemeja la vida cuando se ha perdido cualquier sentido de lo sagrado y la dignidad del ser humano ya no se respeta como algo inviolable. El Holocausto creó un dilema –o más un bien un trilema– atroz en la conciencia europea: si Dios era omnipotente, podría haber impedido la Shoa; si no pudo detenerla, es que era impotente; y si podía detenerla, pero decidió no hacerlo, era un monstruo.
En realidad, lo que pereció en el Holocausto no fue Dios sino el ethos ateo del siglo XIX del que surgió el “racismo científico” que nutrió el antisemitismo nazi: al hacer un ídolo de su nación y su raza, los racistas alemanes se sintieron obligados a destruir a quienes consideraban sus enemigos: un chivo expiatorio que repetía el esquema de estructuración mítica de las culturas y religiones arcaicas, fundadas en virtud de un linchamiento fundador de víctimas inocentes, en los términos del antropólogo francés René Girard, uno de los pensadores más influyentes de la cultura europea contemporánea.
En el mito, el punto de vista es siempre el de la comunidad violenta que descarga su violencia sobre una víctima a la que considera culpable, y a través de cuya expulsión restablece el orden social, tan valioso y fecundo que hace que la comunidad confiera un poder sagrado justamente a la víctima que ha expulsado, divinizándola. Sacrificio significa “hacer sagrado”.
El nexo entre religión y violencia, tan evidente hoy, no nace para Girard porque las religiones sean intrínsicamente violentas, sino porque la religión es ante todo un saber sobre la violencia humana y, en ese sentido, el ateísmo moderno no es más que un credo “metafísico” como tantos otros: “El sentido de seguridad que obtiene de sus fundamentos aparentemente científico es tan ilusorio como el de las religiones, las filosofías y las ideologías”.
Pero con el “deicidio” nazi, las guerras mundiales dejaron una huella imborrable en la conciencia europea. El Viejo Continente es hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, una sociedad casi completamente secularizada. Según una reciente encuesta, sólo el 6% de los británicos asiste regularmente a oficios religiosos. A lo largo del país se ven numerosos templos desacralizados de todas las confesiones cristianas y que hoy albergan hoteles, teatros o restaurantes.
Autores como Richard Dawkins, Sam Harris o Christopher Hitchens sostienen en libros de gran difusión internacional tras los atentados del 11-S, que la religión es la causa de todos los problemas del mundo: la fuente del “mal absoluto” que lo contamina todo. La gente piensa que hoy la mayor parte de los conflictos están causados por valores absolutos, por opiniones absolutas sobre esto o aquello, lo que se llama “ideología” o “grandes narrativas” y que las opiniones absolutas generan violencia porque generan oposición.
Los ‘neoateos’, en ese sentido, se ven a sí mismos en la vanguardia de un movimiento científico/racional que acabará suprimiendo la idea de Dios en la conciencia humana. Pero como los mismos fundamentalismos a los que critican, los nuevos ateos se creen en posesión de una verdad absoluta y leen las escrituras sagradas de un modo enteramente literal, tergiversando sus contenidos como los propios integristas.
En una reciente encuesta de Gallup, sólo el 7% de los musulmanes entrevistados en 35 países creía que los ataques del 11-S estuvieran justificados.
Lo cierto es que el deseo de lo que llamamos Dios –es decir, de una trascendencia misteriosa e indescriptible– es intrínseco a la naturaleza humana, que difícilmente puede soportar el puro sinsentido de la existencia. Y dado que es consustancial a la naturaleza humana tener creencias religiosas, Gianni Vattimo, uno de los filósofos europeos más importantes de nuestros días, y Girard se preguntan en este fascinante diálogo sobre cristianismo y relativismo, qué significa vivir en un mundo que pretende prescindir de la religión.
El ateísmo contemporáneo es en sí mismo una doctrina difícil de sobrellevar, que requiere una lucha casi desesperada contra lo inefable. De hecho, Europa es una excepción en el mundo. En el resto del planeta, la religión sigue siendo una fuente de espiritualidad y sentido. El islam no es la única religión en pleno renacimiento.
La Iglesia católica está hoy también en medio de una de sus mayores fases de expansión en sus 2000 años de historia. La población católica mundial pasó de 226 millones en 1900 a 1.100 millones en 2000, un aumento del 314%, frente al 263% de la población mundial.
En África subsahariana, el número de católicos creció un 6.670% en el último siglo, de 1,9 a 130 millones. India tiene hoy más católicos que Canadá e Irlanda juntos y el Congo el mismo número que Austria y Alemania.
En 1990 sólo un 25% de los católicos vivía en países en desarrollo. Actualmente esa cifra es del 66%.
La religiosidad del siglo XXI está marcada por un regreso de la experiencia religiosa y no de la aridez del dogma. En esa nueva relación de amistad y familiaridad entre el hombre y el mundo que propone Vattimo, la respuesta es explorar el funcionamiento normal de nuestra mente para advertir cuán frecuentemente ésta nos impulsa de manera natural hacia la trascendencia.
Las mitologías, rituales, ejercicios espirituales y disciplinas de todas las épocas no buscan necesariamente una coherencia científica o racional o una fiabilidad histórica del origen de sus tradiciones y tampoco una información sobre el origen del cosmos o un salvoconducto a una vida mejor en el más allá. Se trata, más bien, de llegar a un estado de conocimiento “apofático”; es decir, sin palabras y silente, pero que es una fuente de asombro, temor reverencial y alegría.
Según Girard, la tradición judeocristiana, al colocar a la víctima inocente en el centro de su horizonte discursivo, expone una verdad eterna sobre los mitos y sobre toda la cultura humana, por lo que cree que estamos yendo hacia un futuro en el que cada vez más habrá una mayor aceptación de ese conocimiento común. “Creo que estamos en víspera de una revolución de nuestra cultura que va más allá de toda expectativa y que el mundo se está desplazando hacia un cambio ante el cual el Renacimiento parecerá una minucia”. Y su diálogo con Vattimo logra transmitir esa perspectiva de un modo deslumbrante.
Luis Esteban G. Manrique es jefe de redacción de Informe Semanal de Política Exterior.