El informe de 2018 sobre la libertad de prensa elaborado por Reporteros Sin Fronteras (RSF) muestra un incremento de los sentimientos de odio hacia los periodistas. Esta hostilidad, explican, se ve alentada en la mayoría de los casos por dirigentes políticos –el ejemplo más notorio, el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha llegado a calificar a la prensa como «el enemigo del pueblo»– y por el deseo de los regímenes autoritarios de exportar su visión del periodismo. En general, la prensa ya no se ve como uno de los pilares fundamentales de la democracia, sino como un adversario al que batir.
La tendencia es preocupante. El último informe de Freedom House sobre el mismo asunto incide en ello. Según la organización, la libertad de prensa global tocó fondo en 2016, después de 13 años de estudios, en medio de amenazas sin precedentes a periodistas y medios de comunicación, tanto en las principales democracias como en los Estados autoritarios que pretenden controlar los medios, incluso más allá de sus fronteras. Solo el 13% de la población mundial disfruta de una prensa libre, es decir, de un ambiente donde la cobertura de noticias políticas es sólida, la seguridad de los periodistas está garantizada, la intrusión estatal en los asuntos de los medios es mínima y la prensa no está sujeta a sanciones legales o presiones económicas.
En ambos informes Noruega y Suecia aparecen en los primeros puestos y Azerbaiyán, Crimea, Irán, Corea del Norte y Siria en los últimos. Pero sobre todo destaca el descenso de posiciones de países Europeos. Los asesinatos a periodistas en Malta y Eslovaquia no hacen más que ponerlo de relieve y evidenciar el decilve. Incluso España baja varios puestos según el informe, empujada por la crisis catalana.
En el continente americano las cosas no están mucho mejor. La posición de EEUU ha caído en picado y muchos países de América Latina siguen envueltos en un clima de violencia y censura, como México, en el que once periodistas fueron asesinados en 2017. El único país del continente que parece mejorar posiciones es Canadá.
En el caso de África, se ven muchas diferencias según los países, sin que se pueda establecer una tendencia general. Mauritania, por ejemplo, baja 17 puestos tras haber aprobado una ley que castiga la blasfemia y la apostasía con la pena de muerte, mientras que Gambia asciende 21.
Finalmente, en Asia y el Pacífico destaca la todopoderosa posición de China, que parece expandir sus métodos para acallar críticas por todo el continente. Camboya es uno de los países que más ha seguido el sendero chino, experimentando una de las mayores bajadas de la región.
Internet: ese peligroso espacio
Pero las cosas no acaban aquí. Las tácticas de manipulación y los peligros de desinformación han contribuido a la disminución de la libertad en la Red. Todo esto desempeñó un papel importante en las elecciones de, al menos, 18 países durante 2017. Además, un número récord de gobiernos ha restringido el servicio de Internet móvil por razones políticas o de seguridad, a menudo en áreas pobladas por minorías étnicas o religiosas.
Los regímenes chino y ruso fueron pioneros en el uso de estas técnicas, pero la tendencia se ha vuelto ahora global. El uso de noticias falsas, bots y otros métodos de manipulación ganaron particular atención en EEUU, pero no es el único país que las sufre. A menudo, la manipulación patrocinada por el Estado en redes sociales va acompañada de restricciones más amplias sobre los medios de comunicación que impiden el acceso a información objetiva, haciendo que las sociedades sean más susceptibles a la desinformación.
Desde vigilar a periodistas en México hasta el cierre de sitios web en Rusia o la idea de un Internet controlado y censurado por el Estado en Irán, todo ello muestra la facilidad que tienen los gobiernos para introducirse en los espacios digitales y desarrollar sus estrategias.
Pero no solo existe el problema de que los gobiernos se inmiscuyan, como señalan RSF y Freedom House: la tendencia de los medios a caer en la tentación de las leyes del mercado es clave para explicar, también, esta degeneración, tal y como señalaba Pierre Bourdieu. La capacidad de informar con libertad de unos medios atrapados en las redes del sistema que deben fiscalizar, dependientes de ese sistema para sobrevivir en un entorno de cambio constante y nuevos paradigmas, dificulta enormenente su tarea. En este contexto, el poder tiene más fácil el silenciar los discursos que supongan un desafío, arrogándose la capacidad de establecer qué va a ser verdad y qué no.