El canario en la mina de carbón funciona como un sistema de alarma temprana. Muy sensible al metano y el monóxido de carbono, muere en cuanto se produce una fuga de gas. Entonces los mineros saben que, si no abandonan la galería, corren el riesgo de acabar como el pájaro. En la caldera explosiva que es Francia, el canario llevaba tiempo inhalando veneno. Ahora está muerto, pero en la mina no cunde el pánico. Nadie quiere darse por enterado.
La primera señal fue un Brexit que empoderó a los partidos xenófobos europeos, especialmente al Frente Nacional de Marine le Pen. La segunda vino tras las elecciones estadounidenses: artículos asegurando que el miedo a una victoria ultraderechista en las presidenciales de 2017 “es infundado”. Tono y argumentos similares a los empleados entre muchos periodistas ante el auge de Donald Trump. Terminaron comiéndose sus palabras, algunos de manera literal. Dar al Frente Nacional por muerto es insuflarle vida.
La tercera señal llega tras las primarias de Los Republicanos, celebradas el 28 de noviembre. Eliminado el insufrible Nicolas Sarkozy en la primera ronda, los conservadores escogieron ayer entre Alain Juppé y François Fillon. Entre derecha civilizada o derecha dura para hacer frente a la extrema derecha. Las encuestas, remachando su annus horribilis, se pronunciaban al principio por Juppé, liberal de la vieja guardia y eterno alcalde de Burdeos. Le Pen preparaba una campaña insurgente: outsider contra insider, Trump contra Hillary Clinton. La victoria aplastante de Fillon (dos tercios de los 4,3 millones de votos) supone un “problema de estrategia” o incluso una “tortura” para la candidata del FN.
Los analistas se equivocan otra vez. El ascenso de Fillon es el enésimo capítulo en la normalización de la intolerancia del FN. Un proceso que Sarkozy inició en la derecha y que Manuel Valls importó al Partido Socialista. Con la islamofobia convertida en moneda común, la diferencia es de matices: Fillon es menos histriónico que Sarkozy, más fundamentalista que Valls. Católico practicante, considera que “el islam es un problema” y definió el colonialismo francés como un intercambio cultural. Defiende la prohibición del burkini, la celebración de un referéndum sobre la inmigración similar al de Hungría y la limitación de adopciones entre parejas gais. El discurso del FN se ha vuelto indistinguible del del establishment francés.
Con todo, las propuestas más controvertidas de Fillon son económicas. El candidato del centro-derecha propone una terapia de choque ultraliberal: despedir a 500.000 funcionarios, eliminar la semana de 35 horas, 50.000 millones de euros en rebajas fiscales para empresas, un recorte del gasto público que doble esa cifra, elevar la edad de jubilación de los 62 a los 65 años y endurecer la reforma laboral del actual gobierno socialista. Estas dos últimas medidas ya han generado un rechazo intenso en las calles.
La izquierda ha denunciado la “violencia inédita” que representa Fillon. De cara a las elecciones, sin embargo, ni está ni se le espera. Emmanuel Macron, socialista díscolo y amante de la tercera vía, pretende encabezar un proyecto “ni de derechas, ni de izquierdas”. Un Partido Socialista desgastado se debate entre el primer ministro Valls y el presidente François Hollande, cuya impopularidad tras casi cinco años de gestión lastimosa no tiene precedentes. A su izquierda, Jean-Luc Melenchon raspa un 15% del voto. No se espera que ninguno de ellos pase a la segunda ronda, donde se enfrentan los dos candidatos más votados. La cuestión es si, llegados al caso, sus votantes apoyarán a Fillon para frenar a Le Pen. El precedente de Jacques Chirac, que en 2002 aplastó a Jean Marie le Pen con un 82% del voto, es engañoso. El perfil moderado de Chirac era asumible para la izquierda, especialmente ante un Le Pen mucho más racista y tosco que su hija. Marine es infinitamente más inteligente, más articulada y por tanto más peligrosa que el padre.
Ante un Fillon que compite en intolerancia y se presenta como el Margaret Thatcher francés, la estrategia del FN no es difícil de imaginar. Le Pen presentará a su rival como un pelele de los mercados y golpeará su programa económico desde la izquierda. La candidata apunta las claves de su estrategia en una entrevista imprescindible con Foreign Affairs. Aparcando su discurso más intolerante e identitario, clama contra la globalización, la erosión del Estado del bienestar y los tratados de comercio injustos. Cita al economista progresista Joseph Stiglitz para justificar su oposición al euro. Ante la posibilidad de salir de la Unión Europea, ensalza a Charles de Gaulle y su decisión de abandonar la estructura militar de la OTAN. Ante la incomparecencia de la izquierda, la extrema derecha se está adueñando de su discurso. El lector que se aproxime a la entrevista sin contexto podría confundir a la candidata con una progresista.
La primera ronda de las elecciones se celebra el 23 de abril. La segunda, el 7 de mayo. Si la extrema derecha presenta esta última como un referéndum sobre el neoliberalismo, Marine le Pen puede convertirse en la primera presidenta de Francia.