El 15 de agosto asumió el nuevo gobierno paraguayo, cuyo periodo constitucional durará hasta 2023. El flamante jefe del poder ejecutivo es Mario Abdo Benítez, hijo del que fuera eterno secretario privado del dictador Alfredo Stroessner. Aunque no haya podido desmarcarse en ningún momento de la dictadura stronista, ha logrado sin embargo construir una imagen de renovación política y ha hecho énfasis, en todo momento, en la construcción democrática.
En su primer discurso durante la asunción presidencial hizo hincapié en una justicia “verdaderamente independiente”, en la lucha contra la corrupción, en la construcción de una democracia madura con instituciones fuertes, crecimiento económico, educación y salud, etcétera. No olvidó agradecer al Partido Colorado, a su padre y a Dios. Recordó que durante la campaña electoral dijo que su jefe de campaña era Dios: “Hoy ya no estamos en campaña, pero seguimos teniendo al mismo jefe: a Dios. En Paraguay no ganó el que tenía más dinero, el que tenía más estructura, ganó el que nunca perdió la fe”, aseguró.
La asunción presidencial se llevó a cabo en medio de movilizaciones sociales que marchaban por las calles de Asunción reclamando, básicamente: (i) la derogación de las notas reversales que modifican el Tratado de Yacyretá aprobadas por el gobierno de Horacio Cartes y Mauricio Macri, y (ii) el fin de la impunidad parlamentaria para legisladores que tienen deudas pendientes con la justicia.
La controversia por las notas reversales de Yacyretá gira en torno a que Paraguay reconoció una deuda de 4.084 millones de dólares con Argentina, siendo que –según denuncian– no existen documentaciones fiables sobre dicha deuda. Por otra parte, también prevé la construcción de una nueva central hidroeléctrica no contemplada en el tratado, cuya financiación será posible con la postergación de los pagos, principalmente de la compensación paraguaya por territorio inundado, hasta la década comprendida entre 2023 y 2033. Lo grave de la situación es que dicha obra beneficia únicamente a Argentina, pues Paraguay solo usa el 6% de la energía de Yacyretá, mientras Argentina se encuentra con una severa crisis energética, cuya solución la financiará en parte el pueblo paraguayo gracias al acuerdo de Cartes y Macri (y no objetado por Abdo Benítez).
No deja de ser llamativo el vacío que le han hecho al nuevo presidente los parlamentarios que responden al liderazgo del expresidente Cartes. De hecho, el nuevo gobierno coincide con una fuerte división dentro del Partido Colorado; Cartes ni siquiera estuvo presente en la ceremonia oficial de asunción presidencial. En definitiva, la crisis colorada se convierte en la principal amenaza de Abdo Benítez en lo que respecta a la gobernabilidad.
El nuevo gabinete de Abdo Benítez destaca por la vuelta de la militancia colorada a los altos puestos del gobierno y por la invocación constante a Dios y la religión como figura inspiradora. A diferencia del gabinete de Cartes, de corte más tecnocrático y empresarial, con Abdo Benítez los ministros provienen casi en su totalidad de la militancia partidista. De hecho, la construcción del liderazgo de Abdo Benítez se dio a partir de grandes consensos entre importantes líderes colorados, lo cual le obliga seguramente a compartir el poder. Ello se ve reflejado en un gabinete con fuerte presencia política, que le abre una oportunidad de dominar las fuerzas internas dentro de su partido y debilitar a la facción de Cartes, aunque con la mirada escéptica y, a la vez, crítica de la ciudadanía.
La invocación a Dios se ha vuelto una constante en los primeros días del gobierno. A la afirmación de Abdo Benítez de que Dios fue su jefe de campaña, hay que sumar al nuevo ministro de Obras Públicas, un pastor evangélico con doctorado en teología, quien refirió que los tres primeros ejes de su gestión serán: Dios, la patria y la familia. El flamante ministro de Juventud tampoco pasó desapercibido cuando incorporó un santuario de la Virgen de Caacupé en su oficina ministerial.
La reforma constitucional también forma parte de la agenda política de los primeros días de gobierno. El presidente ordenó a su ministro de Interior iniciar el debate con los partidos y movimientos políticos que participaron en las últimas elecciones a fin de sentar las bases para una inminente reforma constitucional. La respuesta mayoritaria de los partidos opositores fue positiva aunque con una salvedad: primero deberá modificarse el sistema electoral antes de llamar a una Convención Nacional Constituyente. Las últimas elecciones presidenciales de abril sembraron demasiadas dudas en torno a la transparencia y gestión electoral del máximo Tribunal Electoral, por lo cual creen que este es el momento adecuado para impulsar dichos cambios.
Sea como fuere, el nuevo gobierno ha echado a andar frente a la atenta mirada de una ciudadanía cada vez más crítica y movilizada, que tolera menos los actos de corrupción de los políticos y la insatisfacción de sus demandas. Da la impresión de que el gobierno de Abdo Benítez no genera demasiadas expectativas en cuanto a gestión y cumplimiento de propuestas de campaña. Además, muy pronto se le han abierto diversos frentes de batalla que lo pusieron entre la espada y la pared: el intento de Cartes de jurar como senador activo a pesar de la prohibición constitucional, la aprobación de las notas reversales que modifican el Tratado de Yacyretá suscritas por Cartes y Macri, las sendas causas judiciales por corrupción de parlamentarios colorados, etcétera.
Luego de la fuerte división colorada a partir del enfrentamiento con Cartes, sumado al enojo de la oposición por no impedir el acuerdo sobre Yacyreta entre Cartes y Macri, Abdo Benítez necesita cuanto antes construir consensos políticos con un Congreso fragmentado y, a veces, indisciplinado, a fin de asegurar gobernabilidad.
Los tiempos se han acortado y la luna de miel –tiempo de gracia que normalmente gozan los nuevos gobiernos– no parece que vaya a funcionar. El nuevo gobierno debe demostrar que no es una mera continuación del viejo conservadurismo colorado y, sobre todo, llevar a cabo la primera promesa esbozada en su primer discurso presidencial: «Es la oportunidad de una nueva etapa de decidir qué tipo de país queremos. Un capítulo repetido o el inicio de una real transformación de nuestra república”.