Europa necesita liderazgo de manera acuciante. Los dirigentes de las instituciones de la Unión Europea no lo han proporcionado. Salvo escasas excepciones, como las comisarias de Comercio y Competencia, son demasiado débiles o se deben a sus respectivos Estados miembros.
En un momento en que Europa debiera hacer valer su peso político y estratégico fuera de la Unión, se ve retenida por la debilidad de los tres mayores países de la UE. Las “tres M” –el presidente francés Emmanuel Macron, la canciller Alemana Angela Merkel y la primera ministra británica Theresa May– están lastrados por crisis domésticas y disputas internas, en un momento en que la UE necesita personalidades fuertes al mando.
Empecemos con Macron. Es uno de los europeos más apasionados. Fue electo hace dieciocho meses con un mandato europeísta. Detuvo al Frente Nacional. Ha pedido en varias ocasiones que se realicen reformas estructurales de calado en la Unión. Ha emprendido reformas económicas atrevidas en su país. Pero tiene tendencia a perder ministros. Otro de los miembros clave de su gabinete, el ex ministro de Interior Gérard Collomb, dimitió el 2 de octubre. Los sondeos de opinión se están volviendo contra Macron. Como si no tuviese suficientes problemas domésticos, ha recibido escaso apoyo de otros Estados miembros, especialmente de Alemania.
Los ambiciosos planes de Macron para reforzar y avanzar con la integración de Europa solo pueden ganar fuelle una vez obtenga el respaldo de Alemania. Pese a sus encuentros bilaterales y los abrazos cariñosos, Merkel, cuando se trata de Europa, no está de parte de Macron ni política ni emocionalmente.
Una de las razones es que Merkel, que lleva ya trece años en el poder, lidera una coalición erosionada por rivalidades y peleas internas. Apenas pasa una semana sin que su ministro de Interior, Horst Seehofer –que también es el líder de la Unión Social Cristiana de Baviera– haga todo lo posible por cuestionar su autoridad. Y apenas pasa una semana sin que sus otros compañeros de coalición, los socialdemócratas, planteen cuánto tiempo puede continuar este gobierno.
Mientras las peleas internas golpean al bloque conservador y el Partido Socialdemócrata (SPD), el partido ultraderechista, anti-inmigración y euroescéptico Alternativa por Alemania (AfD) avanza en las encuestas –y también lo hacen, por cierto, los Verdes. Ni Merkel ni Andrea Nahles, líder del SPD, han sido capaces de expresar lo que quieren que logre su coalición. Ninguna de las dos quiere hablar de Europa o incluso los inmensos esfuerzos hechos por Berlín para integrar al millón de refugiados que entraron en Alemania en 2015.
Por encima de todo, la retórica que ensalza la importancia del eje franco-alemán como el motor que impulsa a Europa no es más que eso: retórica. Merkel apenas ha otorgado nada a Macron desde su elección. Teme que sus propuesta de una Europa a varias velocidades lleve a la desintegración del bloque. No sorprende que el margen de maniobra e Macron en la UE haya sido tan limitado. E incluso si realmente quisiese aliarse can Macron, Merkel tendría que enfrentarse en su propio partido a los euroescépticos y los críticos con sus propuestas.
No está claro que pueda o quiera ejercer su autoridad para lograrlo. Sufrió una gran derrota el mes pasado cuando Volker Kauder, el líder leal del bloque parlamentario conservador desde que Merkel se convirtió en canciller en 2005, no logró ser reelecto como líder del grupo CDU/CSU. Su sorprendente derrota significó una rebelión dentro del propio partido de Merkel. Mostró el declive de su autoridad.
En cuanto a Theresa May, continua luchando para ejercer su autoridad sobre un Partido Conservador profundamente dividido y un Reino Unido polarizado por el Brexit. Pero en lo que respeta a que su país realice contribuciones estratégicas en el ámbito de la defensa europea o la política exterior y de seguridad, no hay nada que hacer. El Brexit ha convertido a uno de los mayores países de la UE en un pigmeo a nivel europeo.
Las otras dos grandes M, Merkel y Macron, podrían haber compensado la debilidad británica en Europa. Desgraciadamente, eso no va a ocurrir –incluso cuando la UE necesita desesperadamente que Berlín y París impulsen al bloque. Paradójicamente, el presidente estadounidense Donald Trump debiera haber sido el detonante para que las tres Ms realizasen un análisis serio de las opciones estratégicas de Europa. Pero el Brexit, las disputas de la coalición en Berlín y un presidente francés cuyas reformas para Europa han encontrado tan poco apoyo en sus contrapartes en la UE, han dejado a la Unión sin esa oportunidad.
Este artículo fue publicado originalmente (en inglés) en la web de Carnegie Europe, en la sección Judy Dempsey’s Strategic Europe.