Tres semanas después del impacto del huracán María en Puerto Rico, la crisis de la isla caribeña amenaza con agravarse. Lo que está en juego no es solo la gestión de una “crisis humanitaria”, en palabras del gobernador Ricardo Rosselló, sino su coincidencia con varias crisis paralelas que estaban madurando antes de la llegada del huracán. Aunque las imágenes más dramáticas de María parecen haber quedado atrás, la situación de Puerto Rico amenaza con empeorar de ahora en adelante.
El primer elemento agravante ha sido la recurrencia de huracanes durante esta temporada. El impacto de María en Puerto Rico ha sido el más salvaje en los últimos 80 años. Un meteorólogo estadounidense lo comparaba como un tornado de entre 75 y 95 kilómetros de diámetro, atravesando la isla de un extremo a otro. Pero no era el primer huracán en golpear Puerto Rico en 2017. En lo que va de año se han sucedido nueve huracanes en el Atlántico, con el décimo en proceso de formarse. Un número mayor de lo habitual, y que podría volverse común debido a los efectos del cambio climático. El huracán Irma, que pasó por Puerto Rico cuando se dirigía hacia Florida –antes de María pero después de Harvey, que inundó la ciudad de Houston en agosto–, ya había dejado hasta a un millón de puertorriqueños –en una isla con 3,5 millones de habitantes– sin acceso a electricidad a principios de septiembre. 60.000 continuaban sin luz cuando impactó María.
La crisis energética, por su parte, precede a la llegada de los huracanes. PREPA, la compañía estatal de electricidad, se encontraba en fase crítica desde julio, cuando anunció el impago de parte de sus deudas. PREPA acumula años sin renovar la infraestructura energética de la isla, perdió 600 trabajadores en mayo ante la llegada de recortes laborales en el futuro y carece del personal necesario para reparar la red eléctrica. Los apagones eran frecuentes antes de la llegada de María. Tras su paso, el 95% de la red ha dejado de funcionar.
Puerto Rico podría tardar hasta seis meses en recuperar plenamente el suministro energético, pero el problema no acaba ahí. Como señala un estudio de 2013, la destrucción de infraestructura energética conlleva un sinfín de emergencias asociadas: desde el fallo de sistemas de saneamiento a el suministro de agua potable y el funcionamiento de hospitales, pasando por problemas de transporte, comunicación y la salud mental de las personas que se han visto afectadas.
El endeudamiento de PREPA encierra un paralelismo con la situación económica del resto de Puerto Rico. Entre 1976 y 2006, la isla basó su modelo productivo en los incentivos fiscales que Estados Unidos proporcionaba a empresas que se asentasen en ella. Tras la expiración de estas rebajas, entró en una fase de estancamiento económico, con cada vez más residentes emigrando a EEUU. En mayo la isla declaró un impago parcial de su deuda pública, que asciende a 73.000 millones de dólares. La situación recuerda a la de la de Grecia en la Unión Europea. Actualmente la isla se encuentra intervenida por un comité que adjudica su gasto público, y que solo ha desembolsado 1.000 millones de dólares para hacer frente a la emergencia. En uno de los informes más alarmantes hasta la fecha, la consultora Moody Analytics cifra los daños causados por el huracán en 95.000 millones de dólares.
En la gestión de estas crisis (la humanitaria, la energética y la económica, que ahora se retroalimentan), el estatus legal de Puerto Rico se ha convertido en un problema considerable. Aunque sus habitantes son ciudadanos estadounidenses, la isla no es un estado de la Unión. En EEUU es frecuente pensar en el territorio como un país independiente: según una encuesta de The New York Times, solo un 54% de los estadounidenses están al tanto de que los puertorriqueños son sus compatriotas. Ese desconocimiento tiene implicaciones de cara a la crisis actual, pues la misma encuesta recoge que quienes lo padecen se muestran reticentes a la hora de apoyar ayudar a Puerto Rico (un 44% de los que ignoran la ciudadanía de sus habitantes, frente a un 81% para los que están al tanto).
Este desinterés explica la escasa cobertura que ha recibido la catástrofe en la prensa estadounidense. Como muestra la web FiveThirtyEight, los medios de comunicación dedicaron mucho más tiempo a los huracanes Irma y Harvey o, durante el impacto de María, a las controversias suscitadas por Donald Trump en su rifirrafe con atletas afroamericanos.
Según varios estudios sociológicos, la empatía generada por catástrofes naturales a menudo viene determinada por la pertenencia étnica de los grupos que la sufren y los que la observan. A mayor coincidencia, mayor empatía. Ello podría explicar la lentitud con que las autoridades estadounidenses han reaccionado a la crisis en una isla predominantemente latina. A la cabeza de la incompetencia ha estado Trump, que ha alternando entre ignorar el problema, explicar que logísticamente es difícil socorrer la isla porque está “rodeada de agua, de agua grande”, enzarzarse en una discusión mezquina con la alcaldesa de San Juan –que en una comparecencia emotiva le rogó apresurarse con la ayuda, porque los habitantes de Puerto Rico se encuentran en peligro mortal–, quejarse de la deuda pública y lo caro que resulta la asistencia, y lanzar rollos de servilletas de papel durante una visita apresurada. Fiel como de costumbre a su incoherencia, Trump también sugirió perdonar la deuda pública puertorriqueña, una medida tan bien recibida en la isla como detestada por el entorno del presidente, que ha salido al paso para intentar matizar sus declaraciones.