Irán está en auge en Oriente Próximo, y propaga su influencia en un arco geográfico contiguo que va desde Teherán a Bagdad, pasando por Damasco y Beirut. Este ascenso, que comenzó con la invasión estadounidense a Irak en 2003 y se aceleró cuando estallaron las guerras civiles de Siria y Yemen, ha generado la percepción de que Irán aspira a ser el poder hegemónico de la región. Estados Unidos y sus aliados –Israel, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU)–, consideran que tal ambición constituye una amenaza intolerable. Irán, sin embargo, se ve a sí mismo como alguien capaz de romper el prolongado aislamiento y las sofocantes sanciones –precipitadas desde la Revolución Islámica de 1979–, que percibe como una injusticia histórica. En general, ve una región dominada por poderes con capacidades militares superiores. Después de las revueltas árabes de 2011, Irán aplicó la fuerza militar para proteger a un aliado de larga data, el régimen sirio, viendo su pérdida como posible preludio de su propio acorralamiento. Es en parte esta brecha en las percepciones lo que ha bloqueado tanto a Irán como a sus rivales en una espiral de lucha por el poder, destruyendo la región. Un primer paso para cerrar la brecha es comprender mejor cómo Irán debate y elabora su política regional.
La principal prioridad de los líderes iraníes, independientemente de su posición en el espectro político, es garantizar la perpetuación de la República Islámica. Este imperativo incluye disuadir a los adversarios que tienen ejércitos más fuertes y cuentan apoyo occidental. La sensación de inseguridad de Irán está enraizada en la tumultuosa era posterior a 1979, particularmente en la idea de aislamiento estratégico que experimentó durante la traumática guerra de ocho años con Irak, cuando Occidente y casi todos los Estados árabes apoyaron el régimen de Sadam Husein para contener el orden revolucionario iraní, que parecía inclinado a exportar su revolución a todo el mundo musulmán. Fue entonces cuando Irán forjó un estrecho vínculo con el régimen sirio de Hafez el Asad y ayudó a establecer Hezbolá en Líbano, un grupo que ha estado desde entonces hace suministros militares a través de Siria.
Irán ha buscado durante mucho tiempo compensar su sensación de acorralamiento y de relativa debilidad militar
Superado (aunque no vencido) por Irak durante la guerra de 1980-88 y con acceso limitado al mercado internacional de armas desde la revolución, Irán siempre ha buscado compensar su sensación de acorralamiento y de relativa debilidad militar convencional, mediante el logro de la autosuficiencia en capacidades militares asimétricas y el aumento de su potencial estratégico. Irán ha invertido en gran medida en su programa de misiles balísticos, legado de haber sido víctima de estas armas durante la guerra con Irak y algo que ve como un elemento de disuasión fiable contra Israel. También ha creado una red de socios y representantes para protegerse contra amenazas externas. Teherán llama a esto su política de «defensa anticipada»: un esfuerzo por explotar Estados débiles, como Líbano y el Irak posterior a 2003, donde puede enfrentarse a sus enemigos en el campo de batalla a través de representantes sin causar daño directo a Irán y su pueblo.
La manifestación más visible de esta política es lo que Teherán llama el «eje de la resistencia», una alianza entre Irán, Siria, Hezbolá y, en ocasiones, Hamás, contra lo que se percibe como la hegemonía israelí y estadounidense en la región. Después de 2011, cuando el régimen de El Asad se vio amenazado, poniendo en peligro la línea de suministro de Irán y de su otro aliado, Hezbolá, la República Islámica transformó su doctrina militar y su proyección de fuerza regional, pasando de guerras principalmente defensivas a expedicionarias. Además, aumentó enormemente su huella militar en Siria, y aplicó su modelo de defensa avanzada en Yemen como una forma de bajo coste para mantener a Arabia Saudí atada; la nueva asertividad del liderazgo saudí es en parte una respuesta a la percepción del ascenso iraní y sus ambiciones hegemónicas.
Esta postura estratégica no es un asunto de debate entre los políticos iraníes: tanto los elementos más pragmáticos como los puramente ideológicos la consideran fundamental para la seguridad nacional. Sin embargo, existe un debate vibrante sobre la mejor manera de cumplir con estos imperativos de seguridad. Las discusiones en la estructura de poder multipolar de Irán se canalizan a través de un proceso de toma de decisiones consensuado dentro de una institución central, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional (SNSC). El SNSC, que establece la política nacional y exterior, está dirigido por el presidente e incluye a altos funcionarios gubernamentales y militares, así como a los responsables de la toma de decisiones que representan a las principales facciones políticas de Irán. Sus decisiones, cuando cuentan con el respaldo del ayatolá Alí Jamenei, el líder supremo, que también es comandante en jefe, son definitivas.
Con el paso de los años, el SNSC parece haberse vuelto cada vez más ágil al idear respuestas tácticas a los acontecimientos regionales, ya sea apoyando a los kurdos iraquíes cuando fueron amenazados por el ataque de Dáesh en 2014 o condenando el intento de golpe de de Estado contra el gobierno turco en 2016. Contrarios al sentido común, los debates del SNSC no son invariablemente ganados por el poderoso Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) y su fuerza expedicionaria Quds, dirigida por el general Qasem Soleimani. El IRGC tiene una voz fuerte en cuestiones de poder duro, pero no de veto. Ejemplos de esto abundan.
El mecanismo de construcción de consenso de Irán, sin embargo, no se presta a rápidos cambios estratégicos. Llevó casi una década de enfrentamiento altamente peligroso, un coste económico masivo de sanciones internacionales y cambios significativos en la postura de EEUU –es decir, eliminar el cambio de régimen de la agenda y aceptar el derecho de Irán a un programa nuclear pacífico– para que el Estado alterase su política, después de que Hasán Rohaní reemplazara a Mahmud Ahmadineyad como presidente en 2013. Esta historia ofrece una guía importante para el futuro: es más probable que surja una modificación de la antigua doctrina de defensa de Teherán si hay un cambio en su percepción de la amenaza. Pero la percepción de amenaza es una calle de doble sentido. Mientras Irán persiga una política en la región que, por muy defensiva que sea en su origen, es percibida como agresiva para otros, persistirán las tensiones y aumentará la posibilidad de una confrontación militar directa.
Este artículo fue publicado originalmente, en inglés, en la web de Crisis Group.