Uno de los fenómenos más destacables de los conflictos actuales es el de los combatientes extranjeros. Estos voluntarios se desplazan en algunos casos miles de kilómetros para combatir en guerras que no son, a priori, las suyas. Aunque el fenómeno no es ni mucho menos reciente, con la aparición del Estado Islámico y el auge de los movimientos jihadistas, ha cobrado mucha fuerza y representa un quebradero de cabeza para analistas y gobiernos.
De igual modo que las guerras han cambiado con el paso del tiempo, también lo han hecho los combatientes. Y si hoy el paradigma bélico es el de la guerra asimétrica y la insurgencia, también tenemos un nuevo tipo de luchador: El voluntario extranjero. Aunque históricamente siempre han existido movilizaciones para luchar en países ajenos al propio, la característica quizá más definitoria de este nuevo tipo de combatiente estribe en su carácter independiente, en su no pertenencia a unas fuerzas armadas. Por regla general se trata de civiles sin experiencia militar, idealistas radicales en busca de una causa.
Pero, ¿cómo se define exactamente este término? Según la propuesta de Thomas Hegghammer, un combatiente extranjero debe cumplir 4 criterios para ser considerado así:
-Haberse unido y operar dentro de una insurgencia
-No tener la ciudadanía del Estado en conflicto ni vínculos de parentesco con ninguna de las facciones en disputa
-No estar afiliado a ninguna organización militar, y
-No cobrar un sueldo por su participación
De este modo se excluye de la definición a los mercenarios y a los soldados. También deja fuera a los expatriados que retornan a su lugar de origen o a los rebeldes exiliados. Pero sobre todo es interesante el primer criterio, puesto que distingue a los combatientes extranjeros de los terroristas, puesto que estos últimos se especializan en acciones fuera de la zona de conflicto, fuera de la insurgencia.
El caso sirio es particular porque demuestra un cierto excepcionalismo respecto a otros conflictos similares en Oriente Medio y en el mundo musulmán. En algún momento de 2013, la población de combatientes extranjeros superó el récord para cualquier país musulmán. La movilización de extranjeros para acudir a combatir el régimen de Al Assad ha sido mucho mayor de la que cabría esperar, sobre todo atendiendo al hecho de que no se trata de un conflicto contra un invasor sino de una guerra civil. También demográficamente es anómalo, puesto que ha atraído a una gran cantidad de mujeres y hombres muy jóvenes y muy viejos. A pesar de todo, su perfil medio sigue siendo el de varón de veintitantos. La ideología que prima es sin duda la del jihadismo más extremo, que además e radicaliza durante la estancia en el conflicto.
En el caso ucraniano, como suele decirse, “los extremos se tocan”. En ambos bandos se pueden encontrar tanto ultranacionalistas y neofascistas, como extremistas de izquierda y comunistas. Cada uno esgrime distintas razones para implicarse en el conflicto, pero al final no es raro ver combatiendo codo con codo a nazis y comunistas. A pesar de que esto no ha generado conflictos aparentes todavía, en el medio plazo puede mostrarse insostenible.
Lo que todos ellos tienen en común parece ser una motivación formada a partes iguales por una convicción fanática y un arraigado sentido del deber, y por un aventurerismo y afán de emociones que les impulsa a unirse a las insurgencias. La cuestión que queda por dilucidar es si, una vez terminados los conflictos, regresarán a sus países llevando la guerra en la mochila o si, por el contrario, fuera del teatro bélico no suponen una amenaza.