Son nueve. Lo anunciaba Jean-Claude Juncker en su cuenta de Twitter. Ni una mujer más ni una menos que en la Comisión Barroso. Entre los difíciles equilibrios que conlleva la asignación de puestos en los órganos de gobierno de la Unión Europea, el relativo al género resulta especialmente irritante. Algún día analizaremos «los hombres de la Comisión Juncker», pero hoy conviene repasar el periplo que ha sido de reunir a las nueve nuevas comisarias.
Las alarmas saltaron de forma incomprensible en julio, cuando Juncker, el nuevo presidente de la Comisión Europea, lanzó un aviso: solo tres países habían presentado mujeres para integrar el ejecutivo europeo. El propio Juncker había asegurado durante la campaña a las elecciones europeas que, de ser elegido presidente, un 40% de su Comisión estaría integrada por mujeres. Al final, el dato se queda en el 33%.
Para evitar un ejecutivo comunitario con menos mujeres que el anterior, Juncker llegó a ofrecer puestos clave a los países que presentaran candidatas. Y lo ha cumplido. En la nueva estructura creada para el colegio de comisarios, las mujeres ocupan tres de las siete vicepresidencias: Energía (Alenka Bratusek, Eslovenia) y Presupuesto (Kirstalina Georgieva, Bulgaria), además de la alta representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (Federica Mogherini, Italia). Las otras seis han obtenido carteras clave como Justicia (Vera Jourová, República Checa); Comercio (Cecilia Malsmström, Suecia); Política Regional (Corina Cretu, Rumania); Empleo (Marianne Thyssen, Bélgica); Mercado Interno (Elzbieta Bienkowska, Polonia) y Competitividad (Margrethe Vestager, Dinamarca). “Conseguir nueve mujeres ha sido toda una lucha. Me he pasado el mes de agosto llamando por teléfono”, confiaba el presidente a la prensa el 10 de septiembre al anunciar el nuevo ejecutivo comunitario.
La responsabilidad por el déficit de mujeres es fundamentalmente de los gobiernos nacionales. Una comisaria europea no se hace en un año. Requiere una experiencia larga y mucho trabajo previo con partidos políticos e instituciones. De hecho, el equipo Juncker está integrado por anteriores primeros ministros, vicepresidentes, ministros y excomisarios. El punto de partida es una política seria y continuada para que las mujeres lleguen a cargos municipales, ministeriales, institucionales.
Salvo los escandinavos –sobre todo Suecia, que desde su entrada en la UE, en 1995, siempre ha designado a mujeres para la Comisión Europea– los otros países miembros no tienen verdadero compromiso con la igualdad de género. Cinco de los seis países grandes de la UE (Alemania, Francia, Reino Unido, España y Polonia) propusieron a hombres para la Comisión. Juncker finalmente logró que Polonia cambiara a Radoslaw Sikorski por Bienkowska, a quien se le ha adjudicado una cartera del peso como Mercado Interno. Especialmente llamativo es el caso de Francia, que no ha enviado una mujer a la Comisión desde 1999, con Édith Cresson. Los nombres de Élisabeth Guigou y Pervenche Berès sonaron con fuerza en julio, pero París dejó claro que su interés era asegurarse la cartera económica y monetaria más que promover la igualdad de género.
También la propia Comisión Europea tiene responsabilidad en que no se haya avanzado en presencia de mujeres en la toma de decisiones. Pese a que las nueve comisarias de la Comisión Barroso escribieron una carta abierta solicitando, al menos, 10 mujeres para el nuevo ejecutivo, es el momento de preguntarse qué ha sido de la agenda de género de Viviane Reding, la saliente responsable de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía. Sorprende que Reding no se empleara a fondo y a todos los niveles desde mucho tiempo antes de las elecciones para asegurar que su compatriota Juncker no tuviera que hacer frente a la posibilidad de una Comisión con menos mujeres que la anterior. Reding, impulsora de la famosa propuesta de directiva “Women in boards”, para lograr un 40% de mujeres en los consejos de administración de las empresas, “no ha sido capaz de crear un ‘caucus’ de mujeres en las instituciones comunitarias, tampoco movilizó una política de género horizontal en la Comisión”, afirma un funcionario de la UE con larga trayectoria en Bruselas. Y concluye: “ha sido una ocasión perdida. Hemos ido atrás en políticas y en concienciación”.
En las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, la cuota de mujeres eurodiputadas subió apenas el 1,25% respecto a 2009, hasta situarse en el 37%. Si bien es cierto que entre 1979 (primer año en que el Parlamento Europeo se eligió democráticamente) y 2009 se ha duplicado el número de eurodiputadas, las políticas de género en la UE están en punto muerto.
Según un estudio del European Institute for Gender Equality (EIGE) publicado en marzo, “la mayor brecha de género en la UE es en el área del poder (…) La Unión no está ni siquiera a mitad de camino en igualdad de género en el área de toma de decisiones”. Se necesitan más mujeres en el Parlamento Europeo, aseguraba Virginija Langbakk, directora del EIGE. La Comisión Europea propuso al EIGE la creación de un índice como herramienta de medición de la igualdad de género en distintos ámbitos en cada país de la UE. El último índice muestra que la puntuación más baja se da el área de toma de decisiones; con 38 puntos (1 significa total desigualdad y 100 igualdad de género total). Es especialmente notable en la presencia de mujeres en los consejos de administración de las empresas (con una puntuación de 23,3), pero también en las estructuras políticas: como media, un 25% de los ministerios está en manos de mujeres, y un 23% de los miembros de los parlamentos nacionales son mujeres.
¿Servirán los apuros de Juncker de este verano para impulsar de nuevo las políticas de género? El nuevo presidente de la Comisión Europea tiene ahora un nuevo mandato.
Áurea Moltó, subdirectora de Política Exterior.