migraciones

Las migraciones son un motor de desarrollo (y viceversa)

Aunque la movilidad laboral internacional es uno de los motores del progreso individual y colectivo, buena parte de los actores de la cooperación relatan la migración como un ‘problema’ que debe ser resuelto.
Gonzalo Fanjul
 |  4 de febrero de 2021

Existe una contradicción peligrosa en la narrativa imperante sobre las migraciones y el desarrollo. A pesar de que la movilidad laboral internacional ha demostrado ser una de las palancas más eficaces y poderosas de progreso individual y colectivo, buena parte de los actores de la cooperación relatan la migración como un problema que debe ser resuelto. Esta lógica responde al mito de las «causas raíz»: la movilidad humana como una mera escapada ante la pobreza y la falta de oportunidades, antes que como una estrategia eficaz frente a ellas; los migrantes son víctimas que deben ser rescatadas de sus propias decisiones, y la ayuda constituye una herramienta eficaz para hacerlo.

La ventaja política de esta narrativa es imbatible. Una parte amplia del espectro ideológico más centrado –desde la socialdemocracia hasta los liberales y la derecha moderada– puede refugiarse en ella para blanquear un modelo obsesionado con la impermeabilidad fronteriza, que cruza con demasiada frecuencia las líneas rojas de una democracia liberal. La propuesta del Pacto sobre Migraciones y Asilo, presentada por la Comisión Europea en septiembre de 2020, es uno de los ejemplos más recientes y preocupantes a este respecto.

El problema no es meramente retórico. En el campo de las políticas de cooperación, los costes directos de este enfoque pueden ser medidos en forma de ayuda al desarrollo desperdiciada en programas para “ayudarles a no emigrar”. El ejemplo más famoso de este enfoque tal vez sea el Fondo Fiduciario de Emergencia para África, aprobado en la cumbre de La Valeta en noviembre de 2015, en plena crisis de acogida de los refugiados procedentes de Siria, Afganistán y otras regiones. Mientras la Unión Europea fracasaba estrepitosamente a la hora de poner en marcha un mecanismo coordinado de solidaridad interna y aceleraba el blindaje de sus fronteras exteriores, sus líderes desviaban la atención con un programa diseñado para desafiar la ley de la gravedad: porque la ayuda a los países más pobres no detiene la movilidad laboral internacional.

Como ha demostrado la OCDE y, más recientemente, el economista Michael Clemens, los flujos de emigración se intensifican a medida que el PIB de los países de ingreso bajo crece, y se frenan una vez que estos adquieren rentas medias (unos 10.000 dólares por persona y año). En otras palabras, en su versión más exitosa, la cooperación europea habría empujado a un mayor número de africanos al punto de partida, más que lo contrario.

El coste principal de este enfoque engañoso es de oportunidad. La obsesión con las «causas raíz» impide a las agencias de desarrollo concentrar sus esfuerzos en la construcción de un modelo de movilidad humana más abierto, ordenado y seguro. Un esfuerzo cuya contribución potencial a la reducción de la pobreza y las desigualdades globales tiene pocos paralelismos en el terreno de las políticas de desarrollo. Desde una perspectiva de reducción de la pobreza, la narrativa que sostiene este sistema no solo es inmoral, sino que está demostrando ser profundamente contraproducente.

 

Creyentes, realistas y despistados

Si lo anterior es cierto, ¿por qué tantas agencias oficiales y no gubernamentales de desarrollo se aferran a esta idea?

Las razones son diversas. Hay quien se lo cree sinceramente (los kafkianos debates para introducir indicadores de retorno voluntario son un ejemplo), pero la mayoría adopta un escepticismo práctico. Algunos actores –como las agencias públicas de algunos países de la UE, por ejemplo– firmarán lo que sea necesario para asegurarse unos fondos europeos de los que dependen de manera desesperada. Otros –es el caso de la inmensa mayoría de las ONG, grandes y pequeñas– permanecen atrapados en una combinación peligrosa de melancolía proteccionista y una interpretación estricta de los límites geográficos de su mandato: por alguna razón mágica, los trabajadores migrantes y sus familias desaparecen de su radar en el momento en que cruzan las fronteras de un país de altos ingresos, como si el objeto del desarrollo fuesen los territorios y no las personas. Solo los refugiados han conseguido liberarse poco a poco de estas ataduras mentales.

Sea como fuere, se trata de una omisión peligrosa para el conjunto de la comunidad del desarrollo. En la medida en que existe un determinismo feroz del código postal y los derechos fundamentales de muchos seres humanos solo pueden ser ejercidos cruzando una frontera, las migraciones son nuestro asunto tanto o más que otros como las políticas fiscales o el cambio climático.

Esta es la conversación que estamos obligados a tener, entre nosotros y con nuestros interlocutores.

 

Las narrativas sustitutivas

De modo que necesitamos cambiar la conversación. Tenemos la obligación de activar el potencial reformista de nuestra base. Pero, y esto es más importante, tenemos la oportunidad de atraer a nuestro campo a una parte mucho mayor de la audiencia. Organizaciones como More in Common han denominado a este grupo el centro preocupado o en conflicto. Se trata de una porción mayoritaria del espectro ideológico que no corresponde a nuestra base –los lovers– pero que tampoco se identifica con las posiciones aislacionistas o antinmigración –haters–. Este grupo, del que depende en último término la posibilidad de introducir reformas en el sistema, está dispuesto a aceptar la pobreza y la desigualdad como razones añadidas para reconsiderar el statu quo.

La organización a la que pertenezco –porCausa, una fundación española que trabaja para elevar la calidad del debate público en estos asuntos– lleva años peleando con otros en esta trinchera y hemos llegado a algunas conclusiones interesantes. La principal es que este debate debe ser ganado en el terreno de las emociones y los valores, antes que en el de los datos y los argumentos racionales. Investigaciones como la publicada recientemente por el Overseas Development Institute –una de las organizaciones más lúcidas en este campo– demuestran que es necesario trabajar desde la disciplina del desarrollo sobre conceptos que destruyan la lógica “ellos-nosotros”: todos somos migrantes, porque nuestro progreso es o será el resultado de un movimiento más o menos largo; nuestra prosperidad está basada en el trabajo de aquellos que han emigrado; todos merecemos una oportunidad en la vida, aunque esta se encuentre más allá de nuestras fronteras de origen.

De manera dramática pero eficaz, el Covid-19 ha abierto una oportunidad a la reforma del régimen migratorio internacional. El vector de esta transformación no es la solidaridad ni la pena, sino los intereses compartidos y la constatación de que nuestras sociedades no son viables sin migrantes. A lo largo de toda la pandemia, los trabajadores extranjeros han demostrado ser imprescindibles en niveles muy diferentes de cualificación, desde los cuidados sanitarios especializados hasta el reparto a domicilio o la recogida de fruta y verdura. Esta es una lógica que se ha extendido incluso a los trabajadores sin papeles, como ha demostrado porCausa en una reciente campaña por la regularización de cerca de medio millón de trabajadores irregulares que viven en España.

 

Activemos el potencial reformista de la comunidad del desarrollo

Si el sector de la cooperación se incorporase de manera decidida a la campaña por la reforma de este modelo migratorio roto, la sociedad estaría recibiendo un mensaje más: hacer lo correcto en casa es una manera de expandir las oportunidades y el bienestar de otros en origen. Un mensaje que encaja perfectamente con las obligaciones y la responsabilidad de nuestro sector.

Debemos activar el potencial reformista de la comunidad del desarrollo. Esto implica trabajar en la línea que propone el Pacto Mundial por una Migración Ordenada y Segura, fomentando programas de movilidad más flexibles y seguros, optimizando el impacto sobre el desarrollo y aprovechando las capacidades de la cooperación para introducir innovaciones de políticas que sigan la estrategia del escalador: probar, asegurar y avanzar.

Versión en inglés en el blog Development Matters de la OCDE.

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