Casi 106 millones de pakistaníes estaban registrados para votar en unas elecciones especialmente reñidas, pese a que Pakistán no tiene precisamente una tradición electoral aburrida o amistosa. Lo más significativo en sus procesos electorales es la manipulación previa, que en este caso se gestó desde el anuncio de los resultados electorales de 2013. Imran Khan era entonces el favorito de un buen número de electores, incluidos el ejército y los servicios de inteligencia, que no contaron con la mayoría abrumadora que obtuvo Nawaz Sharif.
Estos comicios marcan un paso atrás justo cuando hay que felicitarse por la sucesión de dos legislaturas completas de sendos gobiernos civiles. Desde 2008, los políticos pakistaníes han conseguido ceder el poder de forma pacífica y las elecciones han tenido lugar según el calendario previsto. Pero estos hitos quedan eclipsados por un hecho que define la política pakistaní: en 71 años de historia, ni un solo primer ministro ha acabado su legislatura.
En estos tiempos de ascenso del populismo, Pakistán tiene en Khan un referente propio. Su Movimiento por la Justicia de Pakistán (PTI) ha pasado de no conseguir ni un solo escaño en las elecciones de 1997 a ser la segunda fuerza política en 2013 y el ganador de 2018. Campeón mundial de críquet, Khan no oculta su gran ego, si bien los miembros de su partido admiten que no es un gran orador. Se le conoce también por haber sido un playboy y, como Donald Trump, acumula escándalos de acoso sexual en su partido, además de una vida sentimental intensa. Su discurso se ha centrado en la lucha contra la corrupción y la política dinástica, además del antiamericanismo. Es convenientemente pro-ejército, con un discurso no solo calcado del manual pro-sistema, sino efectivo contra los que han sido los dos partidos hegemónicos del país hasta el momento: el Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) y la Liga Musulmana de Sharif (LMP-N). Khan, que combina su conversión religiosa con una postura antioccidental, se presenta como la cara del Naya Pakistan (Nuevo Pakistán), libre de corrupción, dinastías políticas y parangón del Estado de bienestar islámico.
En su ascenso, Khan ha tenido que adaptarse a la realidad. El clientelismo es la base de un buen porcentaje del voto. En la provincia más poblada, el Punyab, hasta ahora feudo de la LMP-N, la tradición marca que se vota a quien cumple –sea con trabajo, infraestructuras u otros favores–. Los 141 escaños del Punyab son necesarios para gobernar. Para penetrar en las estructuras tradicionales, Khan ha confiado en los “elegibles”, personajes que tradicionalmente cuentan con una base clientelista de apoyo. Caras conocidas que pertenecen a uno u otro partido en función del cálculo electoral y que se lleva a sus votantes consigo. En este ejercicio de pragmatismo ha traicionado su ideología y ethos.
Los partidos políticos en Pakistán no presentan listas electorales con sus candidatos. Cada escaño de la Asamblea Nacional –de los 272 de libre elección; también hay 60 reservados a mujeres y 10 a minorías– se corresponde con una circunscripción electoral y cada partido político otorga su escaño a un “elegible”. El PTI ha manifestado siempre que solo necesitaba a los jóvenes no afiliados a la vieja política. Algo nada desdeñable, ya que el factor juventud y las redes sociales han sido claves para la victoria de Khan. Se calcula que más de 46 millones del total de votantes son jóvenes. Son los que más desean un cambio, sobre todo los urbanitas. Pero en aras de asegurarse una mayoría, en muchas circunscripciones, el PTI ha ofrecido sus escaños a estos “elegibles”, traicionando a sus bases.
El voto al PTI también es muestra del hartazgo popular con el status quo y el bipartidismo presente en buena parte del territorio. Si bien la corrupción no aparece como la mayor preocupación de los pakistaníes, la percepción de la misma y la falta de políticas efectivas para combatir la pobreza, el paro o la inflación han tenido más peso. Eso, al menos, sugieren los 66 escaños que, con un 49% del voto escrutado, lleva obtenidos el PTI.
No sorprende el descalabro de la LMP-N, que obtendría 30 escaños. Con su líder Nawaz Sharif y la heredera, Maryam Sharif, en la cárcel por 10 y siete años respectivamente, el partido ha quedado herido de gravedad. El PPP, con Bilawal Bhutto a la cabeza, lleva 13 escaños por el momento. El partido sigue sumido en la crisis, aunque el factor sorpresa ha sido la integridad que ha mostrado el joven Bilawal (29 años) al realizar la campaña electoral más positiva.
En base a los graves errores cometidos por la comisión electoral y su falta de imparcialidad, el grado de fraude está por definir. Existen serias acusaciones de favoritismo hacia el PTI por parte de los poderes fácticos (el ejército y sus servicios de inteligencia, con la colaboración del poder judicial). Varios candidatos, sobre todo de la LMP-N, denuncian haber recibido presiones para retirarse, cambiar de partido o incluso haber sufrido torturas. Los medios de comunicación denuncian haber recibido presiones y amenazas para no cubrir la campaña de la LMP-N y restringir las críticas al PTI. Políticos veteranos de la LMP-N, como Chaudhry Nisar Ali Khan, han abandonado la Liga en previsión de su hundimiento. Muchos han preferido concurrir como candidatos independientes o crear partidos ad hoc dispuestos a formar coaligarse con el ganador.
El jefe del ejército pakistaní urge a los pakistaníes a votar en contra de los enemigo.¿Una referencia no tan velada a la LMP-N?
Uno de los factores que más acerca a Khan al estamento militar y de inteligencia es el discurso apologético de los talibán y de varios grupos insurgentes. En la campaña, ha hecho especial hincapié en la defensa a ultranza de la ley de blasfemia y del movimiento para la finalidad del Profeta Mahoma, que son los motivos principales por los que la comunidad cristiana y ahmadí de Pakistán son perseguidas y asesinadas con impunidad.
¿Hasta qué punto será Khan manipulable? Que haya sido el candidato favorecido (que no favorito) no significa que no pueda seguir la suerte de sus predecesores. Sharif fue producto de los esfuerzos de un dictador militar, Zia ul-Haq, por crear una clase política punyabí, acrítica y afín, que pudiera hacer frente a la ascendente popularidad del PPP y Benazir Bhutto. Hasta no hace tanto, Sharif era pro-sistema. Su suerte cambió definitivamente en 1999, al intentar reducir la influencia de los militares en su gobierno. El golpe de estado de Pervez Musharraf le enfrentó a la cárcel o al exilio.
De ser nombrado primer ministro, Khan tiene 100 días para implementar su ambicioso plan nacional. Ha puesto el listón bien alto y puede sufrir las consecuencias de la decepción que supondría no conseguir sus objetivos. Cuanto más altas sean las expectativas, más dura será la caída.