En la pequeña región centroamericana hay por lo menos tres modalidades de democracia como sistema de gobierno, lo que preferimos llamar Estado democrático. La primera es el Estado democrático representativo; en el caso de Costa Rica funciona con normalidad lo que se puede calificar como el Estado liberal avanzado. En esta región, finalmente, el ejemplo para lo bueno y lo malo, es Costa Rica.
La segunda modalidad corresponde al Estado democrático postconflicto, en Nicaragua y El Salvador; en ambos países funcionan formas participativas relativamente avanzadas en relación con sus historias previas. Se diferencian uno del otro en que en Nicaragua la guerra civil se ganó frente a una dictadura familiar; fue una revolución antiautoritaria de toda la nación contra el Estado somocista. En El Salvador la guerra civil, extraordinariamente sangrienta y prolongada, terminó con la nación exhausta, y dejó una democracia electoral que ganó su fuerza y su debilidad al reproducir en la competencia político-electoral las dos fuerzas que pelearon en la guerra: la burguesía agraria organizada en el partido ARENA, de derecha, y el Frente Farabundo Martí, a la izquierda.
El tercer tipo lo ofrecen Honduras y Guatemala, que tienen Estados democráticos débiles, poco representativos, permanentemente al borde del colapso. Llama la atención Honduras que tiene uno de los bipartidismos más prolongados de América Latina y, sin embargo, las reiteradas crisis no son conflictos entre los dos partidos sino fracturas en uno de ellos, el Partido Liberal. En Guatemala, la “contienda” electoral, que no competencia, se produce en un escenario totalmente dominado por fuerzas de derecha; en este país no existen fuerzas políticas de izquierda.
Si se deja por el momento a un lado a Costa Rica, podemos encontrar en los otros cuatro países algunos rasgos comunes. Lo primero y más importante es que el Estado democrático viene funcionando desde hace unas tres décadas, rasgo histórico de la mayor importancia porque esto no solo no había sucedido nunca sino que, de hecho, en la historia de estos países nunca antes hubo una década entera de elecciones democráticas. De modo que las herencias del pasado dejan sus huellas estructurales en las modalidades particulares de cada país, pero la democracia electoral y un Estado que la soporta es común a todos.
El segundo rasgo es que se trata de democracias pobres, muy pobres, y con tasas de crecimiento que en el largo plazo parecen padecer de un cierto estancamiento. La democracia no se apoya en una infraestructura económica que crece y alimenta a los sectores medios, sino en profundas desigualdades que en los hechos producen ciudadanos miserables que ciertamente ya adquirieron el hábito de votar, pero muchos que todavía lo hacen por los espejitos que reciben.
El tercer rasgo del sistema democrático es su inestabilidad. Pese al tiempo transcurrido con un régimen de elecciones periódicas, no podría afirmarse que son democracias consolidadas sino con una fragilidad que aparece reiteradamente. Parecen estar en transición permanente. Este tercer rasgo es contradictorio porque en el pasado la inestabilidad condujo al golpe de Estado y ahora (salvo en Honduras, con el golpe que expulsó a Manuel Zelaya en 2009) eso es difícil, aunque no imposible. Unas provechosas enseñanzas van quedando como prueba de que mantener la legalidad constitucional es importante para el desarrollo nacional.
El cuarto rasgo es la desaparición de los militares como actores políticos. Para ser precisos, la referencia es a la desaparición de las fuerzas armadas como corporación y estructuras operativas. Participan en lo partidario militares a título personal y habría que decir que son muchos los que lo hacen en El Salvador, Nicaragua y Guatemala. En este último país, las mal andanzas de un general contrainsurgente ahora tienen situado al país en la peor crisis del periodo democrático.
El quinto rasgo es la injerencia, la presencia, la impertinencia de Estados Unidos en la política interior de estos pequeños países. Hay quienes exageran al valorar la conducta de EE UU, y consideran que todo cuanto ocurre es obra y voluntad del gran vecino. No es así. Y se puso a prueba hace unos 30 años cuando el sandinismo triunfó en Nicaragua y esto se entendió como una relativa derrota de la política estadounidense. La reacción fue fulminante: hubo procesos de paz en El Salvador y Guatemala. Esto prueba que la sensibilidad del imperio frente a los retos que aparecen de vez en cuando es muy alta, y demuestra que hubo guerra cuando ellos lo quisieron y hubo paz cuando la necesitaron.
Ahora hay democracia porque sus aliados latinoamericanos, en Centroamérica, deben estar en orden y sin cometer las “zanganadas” que algunos países vienen realizando en Suramérica. De hecho, el Estado democrático en Centroamérica se ordena conforme la política estadounidense, pero según la idiosincrasia de cada país. Es el resultado de una vinculación dependiente, pero no colonial. Así, la victoria electoral del Frente Farabundo Martí (FMLN) fue tolerada porque fue una victoria popular. El FMLN fue 15 años atrás la fuerza guerrillera revolucionaria más importante de América Latina. En Nicaragua ha gobernado en distintos momentos el comandante Daniel Ortega, que mantiene lazos económicos y políticos con Venezuela. Este par de ejemplos sirve para mostrar que son distintas las relaciones de dependencia existentes en este momento en comparación con las relaciones coloniales del pasado.
La democracia no puede imitarse ni importarse. Con notorias dificultades, en Centroamérica se van fortaleciendo sus bases.