La Unión Europea medirá el calentamiento global desde el espacio

 |  11 de abril de 2014

El 4 de abril despegó el programa Copérnico de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Y lo ha hecho de forma literal, con el lanzamiento del satélite Sentinel 1A desde el centro espacial de Kourou, en la Guayana Francesa. Comienza así el segundo de los programas estrella de la ESA, siendo el primero Galileo, el sistema de radionavegación y posicionamiento que pretende consolidarse como alternativa al GPS americano. El objetivo de Copérnico es proporcionar información sobre el calentamiento global mediante la observación del deshielo de las capas polares, la frecuencia e intensidad de inundaciones, y demás fenómenos –o desastres– climatológicos. El programa, primero en su género, consolida el papel de la Unión Europea a la cabeza de la lucha contra el calentamiento global.

Aunque la iniciativa es europea, tras el despegue del Sentinel hay un esfuerzo internacional admirable. Tanto el cohete que transportó el satélite a la órbita terrestre –un Soyuz– como el equipo que lo pilotaba eran rusos. El despegue, a su vez, se efectuó en Suramérica. En la fabricación del Sentinel han participado la ESA y Eumetsat, la italiana Thales Alenia Space, Airbus Defense y Space. El proyecto está a cargo de un español, Ramón Torres.

El coste del satélite es de 280 millones de euros; el precio de su lanzamiento, otros 67. El Sentinel 1B, que será lanzado en 2015, costará la mitad que su satélite gemelo. En total, el programa Copérnico costará en torno a 6.000 millones de euros. Aunque pueda parecer una inversión excesiva en tiempos de crisis, Copérnico contribuirá a la previsión de catástrofes naturales y facilitará las labores agrícolas en Europa. Los datos recogidos, que se enviarán a tres estaciones –entre ellas la de Maspalomas en Canarias–, serán de acceso libre y gratuito para los usuarios que deseen consultarlos.

Copérnico, como Galileo o Airbus Group, muestra hasta qué punto Europa puede mantenerse a la cabeza de la innovación global aunando las capacidades de sus distintos socios. El ejemplo es especialmente importante, porque hasta ahora Bruselas ha podido presumir de liderar la lucha contra el cambio climático y atenerse al Protocolo de Kioto. En 2014 este liderazgo ha quedado en entredicho: a finales de enero, la Comisión Europea revisó sus objetivos energéticos para 2030. Aunque reafirmó el compromiso de reducir las emisiones de carbono un 40% con respecto a los niveles de 1990, la Comisión abandonó las cuotas obligatorias para las energías renovables. Países como Francia, que tradicionalmente han dependido de la energía nuclear, se muestran reacios a cambiar de rumbo. Tras la crisis de gobierno de François Hollande, los Verdes han abandonado el ejecutivo, debilitando el compromiso del presidente con las renovables.

Nada de esto altera el avance del cambio climático, constatado en un reciente aviso del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Las advertencias de este organismo son las habituales: escasez de agua, un aumento de dos grados en las temperaturas globales y una falta de recursos naturales capaz de provocar conflictos armados serán las consecuencias a largo plazo si la comunidad internacional no reacciona a tiempo y rectifica el proceso de calentamiento global. No lo está haciendo, y el planeta se recalienta sin que sus habitantes se enteren, como ranas en un cazo de agua que hierve lentamente. Gracias a Copérnico, al menos gozaremos de una vista privilegiada del cazo y las ranas.

 

 

 

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