El fantasma de la extrema derecha que recorría Europa antes de las elecciones de mayo parece haber sido desenmascarado. La incertidumbre que existía en el seno de la Unión Europea y entre los estados miembros sobre los posibles resultados electorales que podrían obtener los partidos eurófobos y poco convencidos sobre el proyecto europeo, dibujaba un escenario inestable, capaz de menoscabar ese proyecto.
El reciente debate sobre los resultados de los comicios al Parlamento Europeo organizado por Movimiento Europeo, la Comisión Europea y la Fundación Konrad Adenauer congregó a numerosos expertos y representantes de organizaciones europeas. La diversidad de temas e ideas no obstaculizaron concluir con algunas prioridades comunes.
Desde un primer momento se dio por hecho la continuación en el avance de la construcción europea. Aunque el porcentaje de representación de las fuerzas europeístas ha disminuido en algo más de dos puntos porcentuales, sigue ostentando una mayoría suficiente para continuar con el proyecto europeo. El eurodiputado del PSOE Ramón Jáuregui Atondo lo dejó claro: “se han evitado daños importantes”.
Durante la charla, los ponentes no solo realizaron una descripción comprehensiva de la actualidad europea, sino que se atrevieron a pronosticar el futuro de la Unión. La UE tiene un gran potencial económico, militar, comercial, de influencia o digital. La necesidad de manifestarlo reside en la defensa de sus valores y principios, que cada vez se alejan más de la postura de Estados Unidos, país que hasta hace unos años había sido el socio estratégico de Europa. Esta realidad se aprecia en la “autonomía estratégica” haciendo frente a un presidente de los EEUU, Donald Trump, que porta una proclama antieuropeísta y pone en jaque el orden internacional vigente, con ejemplos como su salida del acuerdo sobre proliferación nuclear con Irán o la guerra comercial con China.
La idea que prima ahora en este contexto es la concepción de la Unión Europea como mediadora, con facilidades suficientes para mantener relaciones con cualquier país. Se encuentra, geopolíticamente, en medio de una nueva conformación bipolar global entre EEUU y China. Este papel decisivo precisa que los estados miembros actúen con una sola voz, en conjunto y bajo la bandera europea. Pero realizar el mismo diagnóstico es insuficiente si las soluciones que se advierten para el problema divergen. Ejemplo de ello es la política exterior hacia Rusia.
Esto realidad se acentúa con las diferencias y asimetrías entre bloques, zonas y países. La Liga Hanseática, el grupo de Visegrado o las desigualdades económicas entre el norte y el sur, ensanchan el abismo que hay que superar para alcanzar un verdadero entendimiento conjunto. De aquí deriva la imperiosa necesidad de resolver estas diferencias.
La solución más inmediata sería dotar a la UE de recursos propios, para que muchas de las decisiones no se vieran afectadas por los intereses de los estados miembros. De nuevo, existe discordia entre los países, ya que algunos apoyan el aumento de la financiación propia de la UE y otros no están dispuestos a ceder más competencias.
La confianza, entonces, en la institución que defiende los objetivos de la UE pretende ser ciega. La Comisión es la esencia de la UE, una idea que está de actualidad y que muchos ven como la representación formal de la esperanza en el proyecto de la Unión. De ella deben emanar, sin olvidar el resto de las instituciones, las decisiones clave que persigan una Europa más independiente y con mayor poder de influencia.
Unión Europa y la digitalización
La “batalla de la digitalización”, concebida desde un punto de vista concreto, es capaz de sorprender con sus alcances y su capacidad de solucionar conflictos. Perfectamente expuesta por el político José María Lassalle, pretenden regular cualquier asunto relativo a los datos digitales creados por la sociedad por el uso de internet y las nuevas tecnologías. Europa es el continente con mayor producción de datos, objetivo que persiguen EEUU y China, paralelamente a la guerra comercial. Es una idea innovadora que ayuda a definir el futuro a través de la tecnología, por lo que una actuación contundente de la Unión permitiría avanzar con paso firme y seguro. Por supuesto, esta batalla de la digitalización requiere un mercado digital común, hándicap que se interpone entre los intereses de la UE y los de los estados miembros.
La profundidad y extensión de estos asuntos se ven en parte eclipsadas por la falta de atención que se produjo a ciertas relevancias indiscutibles para el futuro europeo, como son: la política de vecindad, capaz de aportar una solución coherente a riesgos y amenazas a los países fronterizos de la UE y a la propia Unión; las migraciones desde el continente africano, sin señalar siquiera la oportunidad que esto representa demográficamente para Europa; y la construcción de la identidad europea, de una ciudadanía europea.
¿Cuál y cómo es la Europa que queremos? podemos plantearnos ahora. En el debate estuvo presente en todo momento la idea de futuro, resumida en la expresión “avance, avance y más avance”. Sven Biscop, director del programa Europa en el Mundo del Real Instituto Egmont de Relaciones Internaciones de Europa, comparó la situación actual con la tarea de completar un puzzle sin perder de vista la imagen de la caja, que funciona como guía para ir colocando las piezas. Así se ha construido la UE y así debe seguir construyéndose, sin dar un paso atrás, siempre hacia delante.