Uno de los mayores desafíos en los próximos años, por no hablar de siglos, será el cambio climático. La temperatura media de la atmósfera ha subido 0,85º C, y ya lo estamos sintiendo. Aumentos en las temperaturas, deshielo de glaciares, más sequías e inundaciones cada año, incremento de las olas de calor y los huracanes, subida del nivel del mar, etcétera. Solo una comunidad internacional unida podría afrontar este reto global. Uno de los actores internacionales que más lucha por ello es la Unión Europea. Sus logros, sin embargo, siguen sin estar a la altura del desafío.
En 1997 se adoptaba el Protocolo de Kioto, que contemplaba objetivos vinculantes hasta 2012. Ese año se celebraba la Cumbre de Clima de Doha (COP18) que enmendaba el Protocolo e introducía nuevos compromisos entre 2013 y 2020. Kioto tiene carácter legal y vinculante, y el objetivo marcado está en que los países desarrollados reduzcan las emisiones respecto a los niveles registrados en 1990. En 2009 se celebraba la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático en Copenhague que terminaba con un acuerdo no vinculante sin objetivos cuantitativos y sin plazos entre Estados Unidos y Brasil, India, China y Suráfrica. Han sido varios los intentos y esfuerzos, lo que no se traduce necesariamente en unos buenos resultados.
En 2014, China y EE UU llegaban a un acuerdo para mitigar sus emisiones de CO2. Hasta entonces, los desencuentros entre las grandes potencias y los intereses económicos habían bloqueado la agenda climática global. La solución pasaba por un pequeño grupo de países que emitía la mayor parte del CO2. En EE UU ha crecido la conciencia nacional sobre el cambio climático, incluso se considera una amenaza para la seguridad nacional. Y China, el mayor emisor mundial en cifras absolutas (consecuencia de la dependencia de carbón), no podía seguir esquivando el problema, ni que se relacionase su crecimiento económico con un daño al planeta y la humanidad.
Con el acuerdo se daba un paso adelante, no solo en emisiones sino también en energías renovables. Poco antes, el Consejo Europeo había acordado el marco de actuación de la UE en materia de clima y energía hasta el año 2030.
Rumbo a París
Estos pasos abren nuevas posibilidades en la agenda climática global, pavimentando así el camino hacia la Conferencia de París sobre el clima prevista para diciembre de 2015, conocida como COP21. Su meta es alcanzar un acuerdo internacional para limitar el cambio climático a partir de 2020.
La última cumbre anual del G-7 ha dedicado tiempo a tratar el asunto del cambio climático. Y una vez más, Europa se ha adelantado. Alemania convencía al resto de los países de presentar objetivos ambiciosos consensuados en la cumbre de París que supongan un futuro pacto vinculante para reducir las emisiones a partir de 2020. El objetivo común: que el calentamiento global no supere los 2º C con respecto a los valores preindustriales. Los países del G-7 por sí solos no pueden lidiar con el cambio climático, y países emergentes como China también deberán contribuir.
Fuente: PBL Netherlands Environmental Assessment Agency.
La UE, vanguardia en la lucha contra el calentamiento global
La UE lleva años comprometida con el cambio climático y otros retos medioambientales. Sus objetivos suelen ser más ambiciosos que los que aceptan otros países. En Kioto, se comprometió a reducir el 8% de sus emisiones de CO2 frente al 5% del resto de los firmantes. Y lo está cumpliendo, con progresos en energías renovables, eficiencia energética y menos emisiones de CO2 en el conjunto de la Unión. El 11 de junio de 2015, sellaba con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) su compromiso en la lucha contra el cambio climático. Tal y como ocurría en la cumbre del G-7, el acuerdo se alcanzaba en cuestiones medioambientales, mientras que otros asuntos no conseguían resolverse.
El cambio climático es uno de los pilares de la política europea, a nivel regional e internacional. La UE es un actor de primer orden que predica con su ejemplo, consciente de que por sí sola no puede afrontar el problema. Además del compromiso de grandes emisores como las economías emergentes, necesita a EE UU y China. El consenso entre las partes es decisivo de cara a la cumbre de París, que puede marcar un antes y un después en la enquistada cuestión climática. Podría ser un primer paso que diese lugar, más adelante, a nuevos objetivos, acciones y compromisos. La lucha contra el calentamiento global es una lucha a largo plazo.
Angela Merkel apostaba en la última reunión del G-7 por una economía global libre de carbono para finales de este siglo. Abandonar el carbón (y luego el petróleo) supone establecer un nuevo sistema energético. La UE también apuesta por las energías renovables, no solo para reducir su dependencia exterior en cuanto al abastecimiento energético. Y aunque los logros podrían ser mayores, parece que emergen nuevas actitudes eco-friendly en territorio europeo, principalmente en los países nórdicos.
«Energías renovables en Europa». Fuente: EUROSTAT, 2013.
Se ha llegado a un punto en el que en consenso en materia medioambiental es inevitable. La sociedad está cada vez más concienciada de la necesidad de frenar el cambio climático, por el bien de las futuras generaciones. El problema no es nuevo, y los propósitos tampoco. Las supuestas renovadas intenciones para enfrentar el cambio climático pueden hacer de la cumbre de París un éxito en materia ambiental. La UE tiene mucho que ver en el camino recorrido, pero su papel a partir de ahora puede ser menos relevante que el que asuman otras potencias como China, EE UU y las economías emergentes, grandes emisoras de CO2. El sello europeo, de todos modos, debería quedar grabado en la lucha contra el cambio climático. Siempre y cuando se gane la batalla.