Hoy se cumplen los primeros 100 días del gobierno Bolsonaro, el punto álgido de la luna de miel o periodo en el que todos los gobiernos consiguen establecer una articulación política con el parlamento y suelen aprobar la mayor parte de sus medidas. Sin embargo, el 34º presidente del Brasil republicano se está configurando como una excepción a esta regla. Los primeros tres meses del gobierno de Jair Bolsonaro, en lugar de confirmarse como un periodo de consolidación de su base de apoyo y de construcción de una agenda propositiva, han presentado una serie de dificultades de articulación con el Parlamento y de desorganización en los ministerios, acompañadas de una tendencia a la baja en la popularidad del presidente.
Empezando por esta última cuestión, Bolsonaro es el mandatario peor evaluado en sus tres primeros meses de mandato desde 1990, cuando llegó al cargo el primer presidente democráticamente electo después de la dictadura. Los datos del instituto demoscópico Datafolha, divulgados el pasado 7 de abril señalan que el 30% de los entrevistados consideraron su gobierno malo o pésimo. El 32% lo califica de óptimo o bueno, y el 33% regular. El 4% por opinó. Cabe recordar que para este mismo periodo de 100 días, los anteriores presidentes alcanzaron porcentajes más bajos en la calificación de malo o pésimo: Collor de Mello, 19%; Cardoso, 15%; Lula da Silva, 10% y Rousseff un 7%. Estos números representan una caída del 15% en la popularidad del presidente desde enero, cuando tomó posesión
Sobre los problemas con la articulación política, es importante reseñar en primer lugar que el gobierno Bolsonaro tiene como lema la construcción de una nueva política, con la promesa de diferenciarse del juego político tradicional. Pero la propuesta del presidente presenta una serie de problemas, siendo el principal su pretensión de gobernar sin negociar con diputados y senadores, con el objetivo de lograr apoyo sin distribuir cargos y otros beneficios a una coalición de apoyo. Esta característica se hizo visible al componer su gobierno, en el que incluyó a pocos posibles aliados en el Legislativo, bajo la orientación, en lugar de los partidos políticos tradicionales, de las indicaciones de determinados gurús de las redes sociales, así como por los grupos temáticos sectoriales no institucionalizados del Parlamento. Queda claro que el escenario de desafíos que ya apuntamos semanas después de su toma de posesión permanece prácticamente inalterado.
El resultado de esta ausencia de articulación ya se hace visible, pues el presidente ha sufrido dos importantes derrotas legislativas. La primera fue el rechazo al decreto que ampliaba la cantidad de funcionarios aptos para imponer sigilo a documentos públicos. La segunda, más grave, fue la aprobación a iniciativa del Congreso y en contra del gobierno, de una Propuesta de Enmienda a la Constitución (PEC) que hace impositiva la ejecución presupuestaria de las enmiendas de los grupos parlamentarios. Hasta el partido del presidente votó favorablemente a esta medida. Además de esto, el gobierno se enfrenta a problemas en la tramitación de la Propuesta de Enmienda a la Constitución (PEC) para la reforma del sistema de pensiones. El Congreso ha tardado más de un mes para designar al presidente de la comisión que va a analizar y juzgar la propuesta antes de empezar los tramites de votación, mostrando a Bolsonaro que puede no haber mucha urgencia por su parte en llevar adelante esta agenda. Cabe añadir también que las medidas presidenciales para el cambio de los ministerios, de fecha 2 de enero, aún no ha pasado por votación, pese a que su validez es de 60 días extensibles por el mismo período. Otra propuesta parada en el Congreso es el proyecto de ley del ministro de Justicia y Seguridad, Sérgio Moro, contra el crimen organizado, considerada una de las metas prioritarias del gobierno.La falta de coordinación entre Ejecutivo y Legislativo es notoria y se hace visible no solo en la paralización de los trámites de las medidas propuestas, sino que también se han hecho públicos los desentendimientos entre el presidente, sus ministros y el parlamento. El presidente del Congreso, Cesar Maia, llegó a declarar que Bolsonaro estaba jugando a presidir el país. En este escenario podemos constatar que la nueva política defendida por Bolsonaro, en lugar de generar más eficiencia y eficacia a la administración, impide que la agenda del gobierno avance, aumentando el riesgo de parálisis decisoria como ya fue verificado.
Bolsonaro y su incontinencia en Twitter
Otro punto a ser destacado es que el presidente parece continuar en campaña electoral, con discursos polémicos, defendiendo políticas que generan más conflicto que consenso, como es el caso de la flexibilización de la posesión de armas de fuego, su primer decreto como mandatario. Hasta ahora lo que se observa en los ministerios es la falta de un programa de gobierno para ser cumplido, con un apelo constante alrededor de temas intrascendentes, avivados por la incontinencia de Bolsonaro en Twitter, donde mantiene agrias discusiones principalmente sobre cuestiones referentes a las costumbres.
En la política exterior el presidente también está mostrando una actitud errática y contradictoria, que levanta no pocos resquemores sobre su inexperiencia. Su actuación en el Foro de Davos fue más que decepcionante, después de que en su discurso no fuera capaz de señalar claramente sus propuestas de gobierno ante los inversores internacionales. Por su parte, el compromiso asumido frente a Donald Trump de no exigir visado a norteamericanos, canadienses, australianos, neozenlandeses y japoneses, sin exigir nada a cambio en la negociación, ha generado no pocas suspicacias de entreguismo. Por otra parte, las idas y venidas del gobierno fueron perceptibles con el anuncio de traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén o de la salida de Brasil del Acuerdo de París, promesas de campaña que de momento parece haber abandonado.
Lo que en resumidas cuentas parece guiar al gobierno Bolsonaro es el termómetro de popularidad de sus medidas por parte de sus seguidores en las redes sociales, lo que genera una cadena de acciones y reacciones contradictorias constantemente. Si el presidente anuncia una medida y sus seguidores en Twitter se manifiestan en contra, acaba reculando. La inhabilidad política del presidente para componer una base aliada que le permita aprobar sus medidas, las idas y venidas, así como la dependencia de las manifestaciones en redes sociales generan un clima de inestabilidad política, que fragiliza al gobierno dificultando la gobernabilidad.