Las del 3 de febrero en El Salvador serán unas elecciones presidenciales con elementos muy particulares. Por primera vez desde la firma del acuerdo de paz un tercer partido, fuera de los dos tradicionales, tiene posibilidades reales de alzarse con el poder ejecutivo. En segundo lugar, se trata de unos comicios en los que las redes sociales representan un factor relevante para incidir en el electorado. Por otra parte, es un proceso en el que la autoridad electoral ha sido objeto de falsas acusaciones por un supuesto fraude. Finalmente, vamos a unas elecciones donde el sentimiento de enojo de los ciudadanos por la ausencia de resultados y por los escándalos de corrupción es el mismo que recorre toda América Latina.
En los últimos 25 años, el sistema de partidos salvadoreño se ha caracterizado por su estabilidad. Los partidos han mantenido la fidelidad de sus electores, es decir, que los ha caracterizado una baja volatilidad, tienen presencia territorial a nivel nacional y los ciudadanos que participan en las elecciones los siguen considerando como la opción más importante para alcanzar el poder político. Debe señalarse, sin embargo –como se apunta más adelante–, que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) perdió buena parte de su electorado en las últimas elecciones legislativas.
A partir de 1994, los comicios presidenciales han sido básicamente bipartidistas. El FMLN y Alianza Republicana Nacionalista (Arena) han mantenido el poder desde el pacto de Chapultepec. Arena triunfó en las elecciones de 1989. El presidente Alfredo Cristiani centró su proyecto político en la búsqueda de la paz, finalmente suscrita en 1992. Su partido mantuvo la presidencia hasta 2009, año en el que llegó la alternancia política. El FLMN, con un outsider como candidato, ganó los comicios después de 20 años de gobiernos de la derecha. El discurso de cambio de Mauricio Funes, un periodista de profesión, caló en el electorado y llevó al FMLN al ejecutivo. En 2014, con apenas el 0,20% de diferencia de votos en la segunda vuelta, Salvador Sánchez Cerén, un líder histórico de la guerrilla salvadoreña y exvicepresidente de Funes, retuvo el poder frente al candidato de Arena, Norman Quijano, un veterano diputado y exalcalde de San Salvador.
La derrota del partido de derecha por segunda ocasión consecutiva y la pérdida de más de 340.000 votos del FMLN en las elecciones legislativas de marzo de 2018, que redujo su grupo parlamentario de 31 a 23 diputados, son dos predictores relevantes que podrían reflejar el cansancio de una parte del electorado en las dos fuerzas mayoritarias que han protagonizado la política salvadoreña desde hace más de dos décadas. En buena medida la frustración se alimenta por el comportamiento corrupto de algunos actores políticos. Elías Antonio Saca y Funes fueron procesados penalmente. El último de los presidentes de derecha que gobernó entre 2004 y 2009, y el primero del FMLN que sucedió a Saca en el poder, afrontan sendos procesos judiciales. Saca fue condenado a 10 años de prisión en septiembre de 2018 por delitos de corrupción. Sobre Funes pesan tres órdenes de captura por lavado de dinero, peculado y uso de información reservada. El exmandatario se encuentra con asilo político en Nicaragua.
Las diferentes encuestas presentan como virtual ganador de los comicios de 2019 a Nayib Bukele, exalcalde de San Salvador. Bukele es un joven político que inició su carrera como alcalde de Nuevo Cuscatlán en 2012. Tres años después venció al candidato de Arena y se convirtió en el edil más joven de la capital salvadoreña. En ambos casos corrió por el FMLN. En 2018 anunció su interés por participar como candidato presidencial. Renunció al partido de gobierno por disputas internas y empezó la formación de un partido político. Nuevas Ideas no logró la inscripción ante el Tribunal Supremo Electoral (TSE) en el plazo requerido para celebrar las internas reguladas en la ley electoral. Bukele manifestó entonces su intención de correr por un partido de centro izquierda, Cambio Democrático, pero este fue cancelado por no cumplir con los umbrales en las elecciones de 2015. Finalmente, el partido Gran Alianza Nacional (GANA), una organización política que nació del transfuguismo de Arena en 2010, vinculado estrechamente al expresidente Saca y a varios de sus excolaboradores –que ha consolidado una fracción legislativa de 10 diputados desde las elecciones de 2012 a la fecha–, fue el vehículo con el que Bukele terminó inscribiendo su candidatura presidencial.
El candidato de GANA ha mantenido un discurso en contra de los dos partidos mayoritarios. Los acusa de haber malversado fondos públicos, de no cumplir con sus promesas electorales y de mantener al país en 30 años de letargo sin crecimiento económico. Su candidato a la vicepresidencia es Félix Ulloa, un exmagistrado del TSE y reconocido funcionario internacional en materia electoral. Sus detractores acusan a Bukele de populista y de mantener un discurso de odio frente al pasado. El exalcalde de San Salvador tiene varios procesos judiciales abiertos: uno por violencia contra la mujer, otro por presunta evasión de impuestos, uno más porque supuestamente “clonó” el sitio web de los dos periódicos de mayor circulación del país y una denuncia adicional por presuntos casos de corrupción cuando estuvo al frente de la comuna capitalina. Desde agosto de 2018 hasta enero de 2019, las principales encuestas lo ubican en primer lugar con un promedio de 20 puntos de distancia respecto del candidato de Arena, Carlos Calleja, un empresario propietario de la cadena de supermercados más grande del país, y del aspirante efemelenista, Hugo Martínez, excanciller de la República, que se ha mantenido en un distante tercer lugar. Los análisis señalan que GANA, el partido de Bukele, no ha participado en ninguna presidencial y que solo ha competido en legislativas en las que su promedio de votación ha sido de 220.000 votos. Por su parte, la coalición de derecha, que lidera Arena, obtuvo 1,2 millones de votos en las elecciones de marzo de 2018. La territorialidad de los partidos en contienda es un factor a tomar en cuenta en los análisis sobre los posibles resultados de los próximos comicios.
La campaña electoral de Bukele, el virtual ganador
Las redes sociales han sido el principal escenario en el que los candidatos han protagonizado enconados debates. Bukele mantiene la preferencia también entre los “cibernautas”. Su desenvolvimiento en este ámbito es excepcional. Los principales mensajes de campaña han utilizado el Facebook Live como plataforma para llegar a los ciudadanos. En su cuenta de Twitter, Bukele mantiene una presencia constante y un ataque sistemático a sus adversarios políticos. Los simpatizantes de uno y otro presidenciable se han sumado a las disputas lo cual ha impedido que la discusión se centre en propuestas serias de política pública. El resto de candidatos acusa a Bukele de no asistir a debates y de mantener contacto con la gente de manera virtual. El candidato de GANA no concurrió a los dos principales debates, uno organizado por la Universidad de El Salvador y otro por la Asociación de Radiodifusores. Además de las redes sociales y de manera similar al resto de competidores, la campaña de Bukele incluye anuncios de televisión, cuñas de radio y vallas publicitarias. Sus gastos de campaña son los más altos, según el último informe publicado por la organización Acción Ciudadana.
Durante 2018, el candidato de GANA y los principales líderes del movimiento Nuevas Ideas han acusado al TSE de estar gestando un posible fraude. Primero lo señalaron por retrasar la inscripción del partido Nuevas Ideas, lo que obligó a Bukele a buscar otro partido para competir en 2019. La autoridad electoral manifestó que existen plazos y procedimientos que cumplir antes de autorizar la inscripción de un nuevo partido. Luego se dijo que el TSE aprobó un acta que le dará ventaja a los partidos de la Coalición Arena-PCN-PDC-DS, porque, según Bukele, confundirá a los miembros de las Juntas Receptoras de Votos (JRV) debido a que se incluyen las banderas de todos los partidos. El TSE explicó que por tratarse de una coalición que decidió no presentar bandera única sino banderas separadas, de esa misma forma deben consignarse los votos en las actas. Finalmente, Bukele acusó al TSE de cambiar el color de la bandera del partido GANA. Como resultado de esta última situación, seguidores de Bukele asaltaron la sede del organismo electoral acusando a los magistrados de prestarse a maniobras fraudulentas. El TSE manifestó en una conferencia de prensa que la acusación era falsa y que denunciarán a Bukele por actos violentos en contra de la autoridad. GANA se desmarcó de su candidato y dijo que para ellos no existen indicios de fraude.
Diferentes organizaciones de la sociedad civil se han pronunciado por el retraso en la integración de las Juntas Receptoras de Votos y la capacitación de sus miembros, por la tecnología que se utilizará para el procesamiento y la transmisión de resultados electorales, por la débil regulación del financiamiento político, y por mantener una endeble justicia electoral. Sin embargo, estos últimos aspectos datan de varios años atrás, algunos desde 2015 con las reformas al sistema electoral impulsadas por sentencias de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Ninguno de ellos ha dado lugar al desconocimiento de los resultados por parte de los actores políticos. Debido a la alta competencia y complejidad política de la elección, el TSE debe comunicar a la población los avances en el Plan General de Elecciones y la evolución de los asuntos citados con el propósito de evitar confusiones y, principalmente, con la finalidad de no alimentar las voces que predicen un fraude debido a la grave crisis política que podría generarse si el perdedor no acepta su derrota.
Según el último informe del Latinobarómetro, el descontento y la insatisfacción con la democracia aumentaron en El Salvador durante el 2018. De acuerdo al mencionado estudio, en el país se encuentra el mayor número de ciudadanos a los que les es “indiferente” el tipo de régimen que los gobierne. Junto a Brasil, México y Honduras, El Salvador presenta también un alto porcentaje de ciudadanos insatisfechos con la democracia debido a la percepción de un bajo nivel de progreso económico. El contexto y los distintos indicadores hacen presumir que El Salvador se encamina a una segunda alternancia en la que un tercer partido, distinto a los dos tradicionales que han gobernado en las últimas dos décadas y media, podría ganar la presidencia. Como en el resto de América Latina, en El Salvador se percibe un segmento de electores sin lealtad ideológica ni partidaria. El 3 de febrero sabremos si los votantes optaron por una “tercera vía”, diferente a la representada por Arena y el FMLN, o si en realidad respaldaron a un candidato como resultado del enojo sin tomar en cuenta su propuesta de gobierno, simplemente por apartar lo viejo y sustituirlo por “lo nuevo”.