“Desde el punto de vista de mi fe, soy el hombre más rico del mundo”.
Edir Macedo.
En Río de Janeiro, el estado del que Jair Bolsonaro ha sido diputado federal desde 1990, en 2016 el apoyo de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), la mayor iglesia evangélica de Brasil, fue clave para la elección como alcalde de la cidade maravilhosa de Marcelo Crivella, pastor y sobrino del fundador de la IURD, Edir Macedo, al que Forbes atribuye una fortuna de 1.100 millones de dólares.
El templo Universal en São Paulo, una réplica del de Salomón según las descripciones bíblicas, costó 320 millones de dólares. En Brazillonaires (2016) Alex Cuadros, excorresponsal de Bloomberg en Brasilia, anota que en 2006, la última vez que hizo públicas sus cuentas, la IURD registró donaciones privadas por valor de 750 millones de dólares. Hoy, la IURD es un imperio con más de nueve millones de seguidores en todo el mundo. Su Rede Record es la segunda cadena de televisión del país. Así, no extraña que sus críticos comenten con humor negro que si “Cristo es el camino, Macedo es el encargado de cobrar el peaje”. No exageran.
Los evangélicos brasileños han creado sus propias compañías constructoras para edificar sus iglesias y cuentan con una feria de negocios: ExpoCristo. La Assembleia de Deus incluso ofrece dos tipos de tarjetas de crédito a sus fieles: la misionera y la dorada. Y crecen con más fuerza donde hay más pobres.
La marea protestante
En el país con más católicos del mundo, los evangélicos representaban el 1% de la población en 1960 y el 15% en 2000. Hoy son el 27%, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE), con unos 42 millones de fieles. No es extraño. Sus iglesias predican un “evangelio de la prosperidad” que asegura, como hizo Calvino en Ginebra, que la riqueza material es una señal manifiesta del favor divino.
Macedo mismo atribuye todos los males de Brasil –desde la corrupción a la pobreza– a la “nefasta influencia del catolicismo”, y la riqueza de los países protestantes desarrollados a que su religión no está adulterada por “las retrógradas patrañas papistas”.
Cuando Macedo visita a sus fieles en el exterior, desde Angola a EEUU, viaja en un avión privado y con pasaporte diplomático, que antes el gobierno concedía solo a los cardenales católicos.
La lógica de la teología de la prosperidad es cautivante para su público: una buena vida material no es una dádiva del Estado sino la bendición divina al esfuerzo personal. Es decir, Dios da, pero para recibir sus favores es necesario formar parte de la iglesia correcta, pagar y rezar. Y el método funciona: cuando los pastores dicen “deja de beber cachaça y encontrarás trabajo”, la gente termina trabajando más y mejor, con lo que aprecia un impacto positivo de la fe en su vida y tiene más dinero para donar a la iglesia. Un círculo virtuoso. Y un negocio perfecto.
Fuente: Pew Research Center
Batalla cuerpo a cuerpo
El trabajo social de los evangélicos se libra cuerpo a cuerpo, sector por sector, como lo haría una empresa comercial. Pero no hay una Iglesia evangélica sino muchas. El único punto en común es el carisma de los pastores.
Hay una iglesia para los torcedores (hinchas de fútbol), otra para los gays (la Iglesia Cristiana Contemporánea) y hasta una de heavy metal (Crash Church). Siempre se acaba encontrando una al gusto de cada quien.
Los “universales” tienen hasta una milicia –los Gladiadores del Altar– cuyo lema es “Hacer que el infierno tiemble”. Envueltos en una estética militar, sus miembros marchan uniformados y lanzando consignas a viva voz.
En Río, Crivella ha recortado los fondos para el carnaval, la marcha del orgullo gay y cultos afrobrasileños como el Umbanda y el Candomblé. Mientras en EEUU el 3,6 de los evangélicos se consideran pentecostales, en Brasil el 70% se autodenomina así.
Y como en EEUU, donde el 80% de los pentecostales simpatiza con Donald Trump, también su estrategia es doble: social y política. Por ello promueven las carreras judicial, militar o policial entre sus fieles. La filiación partidaria es secundaria. La importante es la religiosa. En Río, de las 100 representaciones religiosas que están presentes en las cárceles, 92 son evangélicas.
Un redil mediático
Como el Estado no puede llegar a ciertos lugares y los evangélicos sí, les deja el campo libre. Así se entiende que Crivella y Bolsonaro fueran los candidatos más votados en la favela más famosa de Río, la Rocinha.
En los años dorados del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), Guido Mantega, ministro de Hacienda de Lula da Silva, dijo en una ocasión que “ahora todos los brasileños pueden ser ciudadanos porque tienen tarjeta de crédito”. Ni unos ni otros se han librado de los escándalos de corrupción. Eduardo Cunha, expresidente evangélico de la cámara baja del Congreso federal, está cumpliendo una pena de 15 años en prisión por recibir sobornos.
En el Congreso saliente, el bloque evangélico, que reúne diputados de todos los partidos, tenía 198 escaños de un total de 513. Desde enero de 2019 tendrá 30 más. Y en el Senado pasará de tres a ocho. Es lógico. Sus electores siguen los consejos de sus pastores a la hora de votar. El “bloque de la Biblia” está en contra del aborto, la despenalización de las drogas, el matrimonio gay y la “ideología de género” en las aulas.
Bolsonaro entendió muy bien cómo hablar con ellos. Aunque de familia católica de origen véneto, en 2013 se casó por tercera vez en una ceremonia oficiada por el pastor Silas Malafaia de la Assembleia de Deus. Dos años después fue bautizado en el río Jordán por otro pastor de la misma iglesia. Michelle, su esposa, pertenece a la Iglesia Bautista Actitud, donde es intérprete de señas para sordos. En los templos pentecostales los pastores suelen atribuir todos los males sociales a intervenciones demoniacas.
Según escribe en su blog Metapolítica Ernesto Araújo, el próximo ministro de Exteriores, “la fe en Cristo significa hoy luchar contra el globalismo”. El 12 de octubre anotó que “la táctica de la izquierda consiste esencialmente en secuestrar causas legítimas y conceptos nobles para pervertirlos”. Ese mensaje fue amplificado por la Rede Record, que ha creado un verdadero redil mediático para su rebaño.
La reacción católica
La izquierda interpretó ese desafío de forma muy básica, viéndola como una adaptación del neoliberalismo. Un reciente libro de la Fundación Konrad Adenauer, Políticos evangélicos o evangélicos políticos, sostiene que en América Central las iglesias evangélicas fueron “sembradas” por EEUU para superar a las “organizaciones de masas” de los partidos comunistas o de inclinación castrista.
Pero el origen es lo de menos. Lo importante es que las iglesias evangélicas funcionan con una fuerte lógica de solidaridad y de ascenso y movilidad social. Cuando se pregunta a la gente por qué asiste a los templos, los argumentos teológicos no aparecen. Casi siempre dicen que van a cantar, a conocer gente, hacer de amigos, dejar a sus hijos…
Si alguien pierde su trabajo, la red se activa para ayudarlo a encontrar uno. Si le hace falta comida, le dan arroz o fideos, una red de asistencia social paralela con gran impacto cultural y político.
La reacción vaticana
Lo que empezó como religión se tornó en un movimiento político anti-Estado, justo la dirección contraria a la que tomó el pontificado de Francisco. Cuando el Papa sostuvo que la búsqueda del beneficio creaba una “economía que mata”, Ricardo Hausmann, economista venezolano y director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, le contestó que es la falta de capitalismo lo que América Latina origina la miseria de quienes tanto le preocupan.
El bienestar de los pobres, a fin de cuentas, requiere la creación de riqueza. En un editorial, El País de Montevideo se preguntó: “¿En qué planeta vive el Papa para pensar que el problema de América Latina, hundida en muchos países por el ‘socialismo del siglo XXI’, es el liberalismo económico?”.
El problema es que el Vaticano poco puede hacer al respecto. Muchos evangélicos ni siquiera saben quién es el Papa o lo que representa.
Para no perder terreno, los católicos mismos terminan imitando a los protestantes, con misas cada vez más pentecostales y carismáticas. Así, la izquierda católica, muy ligada al PT y a la “teología de la liberación” defendida por clérigos brasileños como Helder Cámara y Leonardo Boff, fue quedando cada vez más fuera de juego, desbordada por un fenómeno que no entendió. La pastoral católica conservadora tampoco ha podido detener esa hemorragia de feligreses, que lleva ya dos generaciones, sobre todo en los barrios populares del extrarradio de las grandes ciudades.
Las parroquias católicas suelen estar en los centros urbanos y en los barrios de clase media. En Brasil o Colombia en las favelas y los barrios emergentes no hay centro y los únicos lugares de sociabilidad son los templos evangélicos. En Argentina, solo en la provincia de Buenos Aires hay 4.500 congregaciones evangélicas. En La Plata y sus alrededores hay 140 templos, 30 comedores, tres colegios y dos granjas de rehabilitación y hasta una cárcel para religiosos.
Los tiempos han cambiado con la reforma protestante latina. La posición de la Iglesia católica –expresada a través de la Conferencia Episcopal– influye en la legislación, cuando raramente se pide su opinión. Su voz se escucha, pero los obispos no votan en los parlamentos. Los pastores evangélicos sí.